jueves, 30 de abril de 2009

"Conversación con el inspector fiscal sobre poesía" de V. Maiacovski. Las 2001 Noches nº 26

Ciudadano inspector,
perdone la molestia.
Gracias,
no se preocupe,
me quedaré de pie.
Quiero tratar
un asunto bastante delicado:
qué sitio ha de ocupar
el poeta
en las filas obreras.
Igual que los que tienen
tiendas y terrenos
también yo debo pagar
impuestos.
Usted me pide
quinientos al semestre
más veinticinco
por no declarar a tiempo.
Mi trabajo
es igual
a cualquier otro.
Mire
cuántas pérdidas,
cuántos gastos
invierto en materiales.
Usted sabe
naturalmente
eso que llaman rima.
Si la primera línea
termina en "ajo"
entonces, la tercera,
repitiendo las sílabas
debe poner
algo así
como "cascajo".
Si utilizo su lenguaje
la rima es un cheque,
hay que cobrarlo alternando los versos
y buscas
con detalle sufijos y prefijos
en el cofre vacío
de las declinaciones,
de las conjugaciones.

Coges una palabra
y quieres meterla en la estrofa
pero si no entra
y aprietas,
se rompe.
Ciudadano inspector:
le juro
que el poeta paga caras
las palabras.
Hablando mi lenguaje
la rima es un barril
de dinamita,
y la estrofa es la mecha.
La estrofa se consume,
y estalla la rima,
y por el aire y la ciudad
la estrofa
vuela.
¿Dónde hallar,
y a qué precio,
rimas que estallen
y de golpe maten?
Quizá sólo sean
cinco las rimas
increíbles
y sin estrenar, perdidas
más allá
de Venezuela.
Me voy a buscarlas,
haga frío, haga calor,
atado por anticipos, préstamos y deudas.
Ciudadano,
tenga en cuenta
el pago de los viajes.
La poesía
toda
es un viaje a lo desconocido.
La poesía
es como la extracción del radio
-Un año de trabajo
para sacar un gramo.
Sacar una sola palabra
entre miles de toneladas
de materia prima verbal.
Pero ¡qué ardiente
el calor de estas palabras
comparado
con la humeante
palabra bruta!
Esas palabras
mueven
millares de años,
millares de corazones.
Claro
que hay poetas
de distinta calidad.
Muchos
de hábil mano,
como prestidigitador,
sueltan estrofas de la boca,
suyas y de otros.
Y para qué hablar
de los castrados líricos.
Meten un verso ajeno
y están felices.

Eso es
robo y despilfarro
uno más entre los que azotan el país.

Esos

125.000 ejemplares: NADIE, NUNCA ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA


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versos y odas
aplaudidos
hasta la saciedad
entrarán en la historia
como gastos accesorios
de lo hecho
por dos o tres buenos versos
de nosotros.
Muchos kilos de sal
habrás de comer
como suele decirse,
y fumar cien cigarrillos
hasta
sacar
la palabra preciosa
de las honduras artesianas
de la humanidad.
Rebaje por eso
los impuestos,
quítele
una rueda
a los ceros.
Uno noventa
cuestan cien cigarrillos.
Uno sesenta
la arroba de sal.
Demasiadas preguntas
su formulario tiene:
Ha viajado
o no ha viajado?
Y si le respondo
que en estos quince años
he reventado
decenas de Pegasos,
¿qué?
Póngase usted
en mi sitio,
piense en el servicio
y propiedades.
¿Qué ha de contestarme
si le digo que soy
caudillo popular
y al mismo tiempo
trabajo a su servicio?
La clase obrera
vibra en nuestras palabras,
somos proletarios
motores de la pluma.
La máquina
del alma
se gasta con los años.
Dicen entonces:
estás gastado,
fuera.
Cada vez amas menos,
te arriesgas menos
y mi frente
desgastada
por el tiempo no arremete.
Entonces llega
el desgaste mayor,
el desgaste
del alma, del corazón.
Y cuando
este sol,
grande y redondo
se alce
en el futuro
sin lisiados ni tullidos,
ya me habré
podrido,
muerto en una cuneta
junto
a decenas
de mis colegas.
Hago
mi balance final.Afirmo,
y no miento:
entre los vividores
y actuales fulleros
seré
el único
con deudas impagables.

Nuestra deuda
es aullar
como sirenas de bronce,
entre la niebla filistea
y el fragor de la tormenta.
El poeta
siempre adeuda al universo,
paga con su dolor
las multas,
los impuestos.
Adeudo
las calles de Broadway,
los cielos de Bagdad,
el ejército rojo,
los jardines de cerezos del Japón,
todo aquello
sobre lo que aún
no pude cantar.
Al fin y al cabo
¿para qué
tanto jaleo?
¿Para disparar rimas
y atronar con el ritmo?
La palabra del poeta
es su resurrección,
su inmortalidad,
ciudadano inspector.
Dentro de cien años,
en un pliego de papel
cogerán una estrofa
y resucitarán este tiempo
Y ese día
surgirá
con fulgor de asombros,
y olor a tinta
le envolverá en su vaho,
señor inspector.
Usted, habitante convencido

del día de hoy
saque en el Comisariado de Caminos
un pasaje para la eternidad,
calcule
el efecto de mis versos,
divida
mi salario
en trescientos años.
Mas la fuerza del poeta
no estriba
en que le recuerden a usted en el futuro
y se asusten.
No.
Hoy
la rima del poeta
es caricia también,
consigna,
látigo,
bayoneta.
Ciudadano inspector,
pagaré cinco
quitando los ceros que van detrás.
Por derecho
yo
reclamo un hueco
entre las filas
de los obreros
y campesinos más pobres.
Y si usted piensa
que todo consiste
en saber utilizar
palabras ajenas,
entonces, camaradas,
aquí tienen mi pluma,
y escriban
ustedes
cuanto quieran.

VLADIMIR MAIACOVSKI
Rusia, 1893

domingo, 26 de abril de 2009

"Los ciegos" de Césare Pavese. Las 2001 Noches nº 5

CESARE PAVESE

LOS CIEGOS

No hay episodio de Tebas en que falte el ciego adivino Tiresias. Poco después de este coloquio comenzaron las desventuras de Edipo- es decir, se le abrieron los ojos y él mismo se los reventó horrorizado.

(Hablan Edipo y Tiresias.)

EDIPO. Viejo Tiresias, ¿debo creer lo que aquí en Tebas se dice: que los dioses te han enceguecido por envidia?

TIRESIAS. Si es cierto que todo nos lo envían ellos, debes creerlo.

EDIPO. ¿Tú qué dices?

TIRESIAS. Que se habla demasiado de los dioses. Estar ciego no es una desgracia distinta a la de estar vivo. Siempre he visto cómo las desgracias llegan a tiempo allí donde deben llegar.

EDIPO: Pero, entonces, ¿para qué sirven los dioses?

TIRESIAS: El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios -cuando el tiempo aún no había nacido. Las cosas mismas reinaban entonces. Ocurrían cosas- ahora, a través de los dioses, todo se ha convertido en palabras, ilusiones, amenazas. Pero los dioses pueden fastidiar, acercar las cosas o alejarlas. No pueden tocarlas ni cambiarlas. Llegaron demasiado tarde.

EDIPO: ¿Y eres tú, sacerdote, quien dice esto?

TIRESIAS: Si no supiera al menos esto, no sería sacerdote.Piensa en un niño que se baña en el Asopo. Es una mañana de verano. El muchacho sale del agua y vuelve a ella feliz, se zambulle y vuelve a zambullirse. Se siente mal y se ahoga. ¿Qué papel juegan aquí los dioses? ¿Deberá atribuir a esos su fin, o en cambio el placer que disfrutó? Ni una cosa ni otra. Algo ha acontecido -que no es bueno ni malo, que no tiene nombre- luego los dioses le darán un nombre.

EDIPO: ¿Y dar un nombre, explicar las cosas, te parece poco, Tiresias?

TIRESIAS: Eres joven, Edipo, y como los dioses, que son jóvenes, esclareces tú mismo las cosas y las nombras. No sabes todavía que bajo la tierra está la roca, y que el cielo más azul es el más vacío. Para quien no ve, como yo, todas las cosas son un choque, nada más.

EDIPO: Pero, sin embargo, tú has vivido frecuentando a los dioses. Durante largo tiempo te has ocupado de las estaciones, de los placeres, de las miserias humanas. Más de una fábula se cuenta de ti, como si fueras un dios. Y alguna muy extraña, tan insólita que seguramente deberá tener un sentido- tal vez el de las nubes en el cielo.

TIRESIAS: He vivido mucho. He vivido tanto que cada historia que escucho me parece la mía. ¿ Qué decías del sentido de las nubes en el cielo?

EDIPO: Una presencia en medio del vacío...

TIRESIAS: Pero ¿cuál es esa fábula a la que atribuyes un sentido?

EDIPO: ¿Siempre has sido lo que eres, viejo Tiresias?

TIRESIAS: Ah, te comprendo. La historia de las serpientes. Cuando fui mujer durante siete años. Y bien ¿qué hallas tí en esa historia?

EDIPO: A tí te ha acontecido y tú lo sabes. Pero tales cosas no acontecen sin un dios.

TIRESIAS:¿Lo crees? Todo puede suceder en la Tierra. No hay nada insólito. En aquel tiempo me disgustaban las cosas del sexo-pensaba que envilecía el espíritu, la santidad, mi carácter. Cuando vi a las dos serpientes gozarse y morderse sobre el muslo, no pude reprimir mi despecho: las toqué con el bastón. Poco después era mujer-y durante años mi orgullo estuvo obligado a soportar. Las cosas del mundo son rocas, Edipo.

EDIPO: ¿Pero es verdaderamente tal vil el sexo de la mujer?

TIRESIAS: Nada de eso. No existen cosas viles, salvo para los dioses. Hay, sí, fastidios, disgustos e Ilusiones que al tocar la roca se diluyen. Aquí la roca fue la fuerza del sexo, su ubicuidad, su omnipresencia bajo todas las formas y mutaciones. De hombre a mujer y viceversa (siete años después volví a ver a las dos serpientes), lo que no quise consentir con el espíritu me lo impusieron por la violencia o la lujuria, y yo, hombre desdeñoso o mujer envilecida, me desenfrené como una mujer y fui abyecto como un hombre y aprendí todas las cosas del sexo: llegué a tal punto que, hombre, buscaba a los hombres, y mujer, a las mujeres.

EDIPO: Entonces es verdad que un dios te ha enseñado algo.

TIRESIAS: Ningún dios está por encima del sexo. Es la roca, te digo. Muchos dioses son fieras, pero la serpiente es el más antiguo de todos los dioses. Cuando se oculta bajo tierra, allí .tienes la imagen del sexo. El contiene la vida y la muerte. ¿ Qué dios puede encarnar y abarcar tanto?

EDIPO: Tú mismo. Lo has dicho.

TIRESIAS: Tiresias está viejo y no es un dios. Cuando era joven, ignoraba. El sexo es ambiguo y siempre equívoco. Es una mitad que parece un todo. El hombre llega a encarnárselo, a vivir en él como un buen nadador dentro del agua; pero entretanto ha envejecido, ha tocado la roca. Al final le queda una idea, una ilusión: que el otro sexo consiga saciarse. Pues bien, no lo creas. Yo sé que es una vana fatiga para todos.

EDIPO: Es difícil rebatir cuanto dices. Por algo tu historia comienza con las serpientes. y comienza también con el disgusto, con el fastidio por el sexo. ¿Qué le dirías a un hombre íntegro si te jurara que ignora ese disgusto?

TIRESIAS: Que no es un hombre íntegro que todavía es un niño.

EDIPO: Yo también, Tiresias, he tenido encuentros en el camino de Tebas. y en uno de ellos se habló del hombre, desde la infancia hasta la muerte. También nosotros tocamos la roca. Desde aquel día fui marido y fui padre, y rey de Tebas. Nada hay ambiguo o vano, para mí, en mis días.

TIRESIAS: Edipo, no eres el único que cree esto. Pero la roca no se toca con palabras. Que los dioses te protejan. También yo te hablo y estoy viejo. Sólo el ciego conoce las tinieblas. Me parece vivir fuera del tiempo, haber vivido siempre, y no creo en los días. También dentro de mí hay algo que goza y que sangra.

EDIPO: Decías que ese algo era un dios. ¿Por qué, buen Tiresias, no intentas suplicarle?

TIRESIAS: Todos le rogamos a algún dios, pero lo que sucede no tiene nombre. El niño que se ahoga, una mañana de verano, ¿qué sabe de los dioses? ¿De qué le sirve suplicar? Hay una gran serpiente en cada día de la vida, y se oculta, y nos mira. ¿Alguna vez te preguntaste, Edipo, por qué los desdichados se vuelven ciegos cuando envejecen?

EDIPO: Ruego a los dioses que a mí no me suceda.

Traducción: Marcela Milano

viernes, 24 de abril de 2009

"La vaca muerta" de Baldomero Fernández Moreno. Las 2001 Noches nº 3

LA VACA MUERTA

Lentamente venía la vaca bermeja,
por el campo verde todo lleno de agua;
lentamente venía, los ojos muy tristes,
la cabeza baja,
y colgando del morro brillante
un hilo de baba.

Enferma venía la buena, la única
de la pobre chacra.

-¡Hazla correr, hombre!-
la mujer gritaba
al viejo marido--
¡si viene empastada!

Y el viejo marido,
los brazos subía y bajaba,
y la vaca corrió como pudo,
los ojos más tristes, la cabeza baja.

Junto a un alambrado
salpicando el agua
cayó muerta la vaca bermeja
¡el viejo y la vieja lloraban!

Y vino un vecino
con una cuchilla afilada,
y en el vientre redondo y sonoro
dio otra puñalada.

Un poco de espuma
de un verde muy claro de alfalfa,
surgió por la herida, y el docto vecino,
después de profunda mirada,
acabó sentencioso: la carne está buena,
hay que aprovecharla.

Los cielos estaban color de cenizas,
el viejo y la vieja lloraban...

miércoles, 22 de abril de 2009

"Lamento por el arbolito de philip" de Juan Gelman. Editorial de Las 2001 Noches nº 5

philip se sacó la camisa servil
llena de tardes de oficina y sonrisas al jefe
y asesinatos de su niño románticamente hablando
su niño operado cortado transplantado injertado
de bucólicas primaveras y Ginger Street volando alto
[verdadera
en la tarde de agosto cruel o gris
se quedó en pecho philip y cuando
se quedó en pecho hizo el recuento feliz de cuando:
le sacó la lengua al maestro (a espaldas del maestro)
le hizo la higa a la patria potestad (a espaldas de la patria
[potestad)
formó cuernitos con la mano contra toda invasión maternal
[(a espaldas de toda invasión maternal)
se burló del ejército la iglesia (a espaldas del ejército la
[iglesia)

en general de cuando
ejerció su rebelde corazón (dentro de lo posible)
fortificó sus entretelas acostumbradas al vacío (siempre que
[el tiempo lo permitía)
engañó a su mujer (con permiso)
philip era glorioso esas noches de whisky y hasta vino
exóticamente consumido con referencias a la costa del sol
una palabra encantadora lo detenía semanas y semanas a su
[alrededor
sol por ejemplo
o sol digamos
o la palabra sol
como si philip buscara lejos de la sociedad industrial
fuentes de luz fuentes de sombra fuentes

qué coraje hablar del sol

como suele ocurrir philip murió
una tarde lenta amarilla buena callada en los tejados
no hablaremos de cómo lo lloró su mujer (a sus espaldas)

o el ejército la iglesia (a sus espaldas)
o el mundo en particular y en general súbitamente de espaldas:
su viuda le plantó un arbolito sobre la tumba en Cincinnati
que creció bendecido por los jugos del cielo
y también se curvó
Y si alguien piensa que lo triste es la vida de philip
fíjese en el arbolito le ruego
fíjese en el arbolito por favor
hay varias formas de ser mejor dicho
muchas formas de ser:
llamarse Hughes
hablar arameo mojarlo con té
estallar contra la tristeza del mundo
pero a ustedes les pido que se fijen
en el curvado arbolito
tiernamente inclinado sobre philip
su pecho en pena en piel como se dice
ni un pajarito nunca
cantó o lloró sobre ese árbol
verde y todo inclinado
inclinado.


JUAN GELMAN

lunes, 20 de abril de 2009

Aforismo y dibujo de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 99

D1786


"Me balanceo en el trapecio del tiempo y caigo sin red."

sábado, 18 de abril de 2009

"El río" de Leopoldo de Luis. Premio Nacional de las Letras 2003

LEOPOLDO DE LUIS
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS 2003

EL RÍO

De "El padre"
1954

Como un río esta estirpe del hombre, un hondo río
que de las altas cumbres del tiempo se despeña,
desde el lejano pecho azul del manantío
a un mar de sombra donde Dios lo sueña.

Arrastra viejas sílices, arenas ancestrales,
crestas, rastros, telúricos despojos,
cuerpos de piedra, llantos minerales
por negros montes y por campos rojos.

Arrastra triste légamo, agrio limo,
algas como cabellos de sombríos ahogados,
corazones de musgo en vegetal racimo,
cortezas milenarias, árboles desraizados.

Se desliza lo mismo que un hondo cielo de agua
apresado en los brazos vetustos de la tierra,
suena con viril canto de metal en la fragua,
lo empuja un largo viento de inescalable sierra.

Humano y ciego río, en el tiempo se siente
con sus antiguas voces de remotas edades;
la vida sueña oculta en su corriente
a través de ganadas, perdidas heredades.

Más viejo que los robles y que la negra encina
y los graves olivos que su fluir refleja;
sólo menos que el mar eterno en que termina,
tanto como esta tierra áspera y vieja.

Revive siempre nuevos, siempre antiguos paisajes:
praderas infantiles, adolescentes huertos,
campos de trigo en cálidos, alegres oleajes,
frondas espesas, páramos oscurecidos, yertos.


Panoramas felices, comarcas de ventura,
colinas de esperanza, imprevistas regiones
de sorpresa, planicies de amargura,
yermos por donde yerran lejanas ilusiones.

Indiferente, ciega, el agua siempre sigue;
los siglos la renuevan de nada a nada huida.
Este río no es agua que nuestra sed mitigue,
es sed para saciar el agua de la vida.

Riega este viejo predio, el patrimonio
empobrecido del planeta; ahonda
en el suelo su vivo testimonio
por toda la heredad triste y redonda.

A través de los tiempos, por los diarios cauces,
sus renovadas aguas son siempre el mismo río:
vertiendo siempre en las eternas fauces
nunca saciadas de hondo mar sombrío.

Eras agua también de esta rivera,
padre, como agua soy en tu corriente,
como es agua este hijo que ahora espera
su destino de joven afluente.

Nos vamos sucediendo, ondas caudales,
profunda estirpe, por el mismo lecho.
¿Cuándo los misteriosos manantiales
dejarán de alumbrarnos de su pecho?

Nos vamos sucediendo gota a gota,
linfa para secarse muerte a muerte.
¿Cuándo ese mar oculto nos agota
y en su definitivo abismo nos convierte?

Sólo sabemos que, agua viva, vamos
fluyendo día a día en ancha vena,
que espejo fugaz somos de algunos verdes ramos,
y que vamos al mar, como a la pena.

Sólo sabemos que es siempre la misma
el agua y, sin embargo, la que una vez nos moja
no vuelve a fluir más: es su azul crisma
irrepetible flor que se deshoja.

Pasa el río. Pasamos. Irremediable mana.
El tiempo nos arrastra aguas abajo.
No vuelves, gota mía, no vuelves ya mañana.
Entre lágrima y tierra te amortajo.

Humana estirpe o irretornable.
En él voy y lo escucho en mi pecho, y lo toco.
Ya te has deshecho, padre, en lo insondable.
Yo en mi gota de agua me ahogo poco a poco.

jueves, 16 de abril de 2009

"La crisis" de Mario Benedetti. Las 2001 Noches nº 46

LA CRISIS

Viene la crisis
ojo
guardabajo
un pan te costará como tres panes
tres panes costarán como tres hijos
y qué barbaridad
todos iremos
a las nubes en busca de un profeta
que nos hable de paz
como quien lava.

Viene la crisis
ojo
quizá te esté subiendo
por la manga
quizá la tengas
ahora
enroscada sin más en el pescuezo
o esté votando con tu credencial
o comprando tu fe con tu dinero.

Oh cuánto cuánto
costará el escrúpulo
y la vergüenza buena
la importada
la que no encoge a la primera lluvia
la vergüenza de nylon
ciemporciento.

Oh cuánto cuánto
costará el amor
en la noche sin dólares ni luna
con los perros afónicos
y el sueño
firmando los conformes con rocío.

Oh cuánto cuánto
costará la muerte
ahora que no hay divisas
ni perdón
y no hay repuestos para la conciencia
ni ganas de morir
ni afán
ni nada.

Viene la crisis
ojo
guardabajo
no habrá vino ni azúcar ni zapatos
ni quinielas ni sol ni Dios ni abrigo
ni diputados ni estupefacientes
ni manteca ni fruta ni rameras.

Viene la crisis
Ojo.
Guardarriba.

lunes, 13 de abril de 2009

"El camino de nuestra casa" de Evaristo Carriego. Editorial de Las 2001 Noches nº 11


EL CAMINO DE NUESTRA CASA

Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes...

Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!

¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.

Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!

Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno,
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos oirán pasar desde la puerta.

Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio de la vida,
sin despedirse.

¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos...

EVARISTO CARRIEGO

sábado, 11 de abril de 2009

"Vejez de un héroe" de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 66

VEJEZ DE UN HÉROE

Esta vez no fue al campo de las grandes batallas.
Desalojado estuvo de allí su hermoso cuerpo
de estremecidas ancas y musculado tórax.
Taciturno camina por la tierra de nadie.
La tierra ha vuelto a ser de nadie.
Él lo entiende y camina por la tierra de nadie.
Tal vez oye el clamor de insólitos clarines
y el galopar de la caballería.
Sus crines están blancas y él es un héroe oscuro.
Les roe a los caminos raquítica pastura.
Detiénese
indeciso,
y se regresa
y se va por la tierra que volvió a ser de nadie.

Asciende a una colina para ver el crepúsculo,
ese gran compañero del hombre solitario
y de la bestia sola.
En sus cansados ojos quizá vagan imágenes
de rápidos lanceros y libres pabellones,
y el sol prende en su pecho un brillo adusto,
semejante al estigma de las crueles victorias,
y al esplendor de agónicos retablos
donde habitan figuras suplicantes,
doradas por el fuego del martirio.

jueves, 9 de abril de 2009

JULIO HERRERA Y REISSIG, EL COSTADO LÚDICO DE LA POESÍA. Las 2001 Noches nº 44


JULIO HERRERA Y REISSIG y sus "Pascuas del Tiempo"


La polvareda modernista esparció su nube de oro por el paisaje poético de la España del novecientos. Se cierra ahora el siglo XX y aún alguna lectura nos deja en los párpados restos de aquella polvareda luminosa. ¿Se quedó en eso la poesía parnasiana nacida en Los trofeos de José María de Heredia, el medio cubano, medio francés? Para nuestro Juan Ramón Jiménez el parnasianismo es la expresión perfecta de una hermosa objetividad impasible. Pero, ¿se quedó en eso, o bien, "siguió su polvo sonando"? Y éste es un verso de Miguel Hernández, en el poema que dedicó a Julio Herrera y Reissig.

Últimamente se ha publicado una preciosa edición de Las Pascuas del Tiempo, ofrecida por Biblioteca Nueva y cuidada por Luis Iñigo Madrigal y Jenaro Talens, ambos grandes conocedores del fenómeno poético.

De la muerte del uruguayo se han cumplido noventa años. De la del cubano-francés se cumplirán noventa y cinco el próximo octubre.

Cuando nació Herrera, tenía Heredia treinta y tres, pero murieron con sólo cinco de diferencia. El joven Herrera pudo leer Les trophées con dieciocho años. Los dos habrían aprendido en Leconte de Lisle, al que Rubén Darío dedicó uno de sus "Medallones", con musicales alejandrinos, en las últimas páginas de Azul. Fastuosos son los versos orquestales de estas "Pascuas del Tiempo". Asombroso poeta de abigarrada cultura mitológica como un Góngora resurrecto. "Nada más apasionante que la poesía de este uruguayo fundamental, de este clásico de toda la poesía", dejó dicho de él Pablo Neruda.

Neruda mostraba afecto por Herrera y Reissig de antiguo. En 1936 preparó un número de "Caballo verde para la poesía" cuya aparición fue abortada por la guerra civil. Para ese número Vicente Aleixandre, aún en el ámbito surrealista, escribió su poema "Las barandas", incluido luego en el índice de Nacimiento último. A su vez, Miguel Hernández escribió "Epitafio desmesurado a un poeta", suyo es el verso que antes cité. Para el ya de por sí barroco Miguel, Herrera y Reissig era "trueno de sangre, pasión y locura".

En su curso sobre el Modernismo -1953-, Juan Ramón Jiménez no fue muy justo con el uruguayo. Le calificó de "raro, extravagante, bohemio" y cree que es "suma de lo más decadente y más vicioso del modernismo". Sin duda este juicio de "vicioso" (esto es, de abundante y sobrecargado) encuentra su justificación en los ocho cantos de estas Pascuas del Tiempo, colaboración de Herrera y Reissig para el "Almanaque Artístico del siglo XX", aparecido en 1900. Curiosamente, el poema aparece fechado: "Montmartre, Sol en Sagitario, M.C.M.". Esta fechación forma parte del retoricismo y la imaginación del poeta, porque Julio no viajó nunca a Europa. No cabe sino pensar que el talante ecuménico con que redacta la nómina de personajes convocados le inclinó a desear un punto céntrico, un ombligo de la cultura, y ninguno tan típico como París. Bien sabemos que el modernismo americano se esforzaba por mirar a las modas francesas.

En el primer canto, el poeta alude al tiempo como a un viejo patriarca de cuyas arrugas ha de salir el futuro.

El canto segundo describe una imaginaria fiesta de ultratumba, con los más variados personajes históricos como invitados, en una mezcla que olvida la historicidad.

En el tercero, es la retahíla de los meses lo que deambula y baila.

En el cuarto se alza la harmonía (escrita con h, claro) de la lira de Orfeo.

En el quinto, la zarabanda de un repertorio de horas que culmina en el canto seis.

En el siete, el más extenso, vuelven los meses a entretejer un himno, y en el último, figuras mitológicas llegan a la fiesta que se remata con un epílogo en cuatro versos de dieciséis sílabas.

La poesía modernista, con su creación de ritmos, desdoblando y ampliando la versificación, cobra en este poema de Herrera y Reissig un estadio delirante. Su lujo verbal, sus rimas que cantan y encantan, su sintaxis encaramada a la anáfora, el empleo de términos de tan singular brillo como de rareza de uso, el derroche de evocaciones que concitan protagonistas reales o supuestos, manifestándose en escenarios ya de gusto francés, ya de recreaciones helenas. Todo ello aleja la poesía de propuestas sentimentales, meditaciones o trascendencias, para instalarla en el ideal reino de la belleza. Pero es claro que la belleza puede alzarse como un valor rebelde. La belleza del arte, contra lo chabacano, la torpeza convencional y burda de la vieja burguesía. No se equivocaba el gran crítico Ricardo Gullón cuando, ante la elegancia de la estética modernista, decía que los cisnes y las princesas tenían sentido, lo que -según ha escrito el profesor Urrutia en su prólogo al libro de Juan Ramón Jiménez- puede interpretarse como deseo de elevación intelectual e idealista por encima de la vulgaridad.

Por si fuera poco, Herrera y Reissig introduce en sus elaborados versos un ingrediente irónico, con lo que se anticipa a la visión de un costado lúdico de la poesía manejada años después por los ultraístas.

Por los años cincuenta, visitaron Madrid un poeta y una poetisa de la República Oriental del Uruguay: Juvenil Ortiz Saralegui y Arsinoe Moratorio, ambos editores, en Montevideo, de unos cuadernos poéticos bajo el nombre de su gran poeta. Ellos me dieron a conocer algunos poemas de Herrera y Reissig, como el delicioso soneto "La novicia" que la fina escritora María Luz Morales llevó a su "Libro de Oro de la poesía en lengua castellana" en edición de 1970. También la "Antología de poesía modernista", ordenada por Antonio Fernández Molina en 1982, recogió unos fragmentos de Las Pascuas del Tiempo. Ya en 1998, Ángeles Estévez preparó para el "Círculo de lectores" la obra completa.

Poesía como de ricos cortinajes y telas recamadas. Poesía de salones lujosos y adornos sensuales y tapices que evocan paisajes exóticos. Fuentes con ninfas, arquitectura de alhambras y mekas.

Espectros de rastros seculares. Borgia o Cleopatra; la Reina de Saba o Voltaire; la Pompadour o Santa Teresa; Atila o Byron.

Triunfo deslumbrante del movimiento que abre la poesía moderna en lengua española con el siglo que recién acaba. Por esas rutas transitó una pléyade renovadora e innovadora que merece recuerdo y gratitud. AJenaro Talens -poeta renovador él mismo- y a Luis Íñigo Madrigal les debemos este regalo, en manos de Biblioteca Nueva.
LEOPOLDO DE LUIS

jueves, 2 de abril de 2009

"Navidad en el Hudson" de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 10

¡ESA esponja gris!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo con el mundo
de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.

El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.

Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba el oso de agua que lo había de estrechar
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño de nueve años agite sus ramitos de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: Desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!