lunes, 28 de noviembre de 2011

LA ROSA DE PARACELSO. De Jorge Luis Borges. Las 2001 Noches nº 25

-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.

-Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.

Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.

El muchacho elevó en el aire la rosa.

-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.

-Eres muy crédulo -dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.

El otro insistió.

-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.

Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.

-Eres crédulo -dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla?

-Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.

-Estás equivocado ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?

-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.

-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?

Paracelso le miró con tristeza.

-El atanor está apagado -repitió- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.

-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.

-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.

El discípulo dijo con frialdad:

-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.

Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:

-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.

El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:

-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?

El otro replicó, tembloroso:

-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.

Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.

Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:

-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.

El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.

Se arrodilló, y le dijo:

-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.

Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?

Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.

Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.



Paracelso se había puesto en pie.

-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?

-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.

-Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.

Y ASÍ TE TRANSFORMASTE. De Paul Celan. Las 2001 Noches nº 129

Y así te transformaste
como nunca te conocí:
tu corazón late por doquier
en un país de pozos

donde ninguna boca bebe
y ninguna forma orla las sombras,
donde el brotar del agua es fingido
y el fingir espumea como agua.

Bajas a cada pozo,
flotas en cada luz.
Has inventado un juego
que quiere que lo olviden.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Notas de dirección de Las 2001 Noches nº 129

Distancia, hay que tomar distancia, me digo. Porque, hoy día, nada es lo que parece.

Vivimos en un mundo globalizado, donde la ficción imperante es que todo lo que ocurre se puede saber, y todo lo que se sabe, es verdad. Es la famosa sociedad de la información.

Así, las noticias vuelan de oriente a occidente, de norte a sur del planeta, teñidas por una suerte de amarillismo ideológico al servicio de intereses económicos o de poder, que en el fondo es lo mismo.

Es un viejo truco: al ofrecer más datos, más contenidos, más escritos vacíos, el humano de a pie no puede procesarlo todo. Ametrallado por tanta información, se refugia en lugares conocidos, tendencias conocidas, argumentos conocidos... Todo para no pensar.

Hoy día, nada es lo que parece, y los ejemplos son múltiples:

El que era gran aliado hace apenas un año, ahora es el cadáver de un asesinado brutalmente, exhibido sin ningún pudor en todas las televisiones.

El que fue considerado benefactor del pueblo, empresario o banquero de éxito, ejemplo de trabajo y tesón, hoy es maldito, hasta por su familia, por haber llevado a la ruina a miles de personas.

La alegría de una buena noticia (aunque sea el comienzo de la paz, después de 40 años de muerte) es enturbiada por las zancadillas de quienes les gustaría apuntarse el tanto (porque ellos no supieron o no quisieron hacerlo) y no pueden tolerar que hayan sido otros los que lo lograran.

La protesta pacífica (y posiblemente justificada) de una gran parte de la sociedad contra el absolutismo económico es banalizada hasta el punto de convertir a sus protagonistas (independientemente de su ocupación, edad o poder adquisitivo) en malhechores, mendigos o perroflautas.

Y, en este último saco, se mete todo lo que convenga a según qué tendencias políticas, incluida la gamberrada de un par de jóvenes, quizá un poco ebrios, quizá un poco ignorantes del lugar donde estaban y de la utilización que se haría de sus actos.

Porque, si nos quedaba alguna esperanza de liberación, estamos a punto de perderla, puesto que ya ni siquiera esa palabra es garantía de nada. Hoy en día, no podemos esperar nada de la esperanza.

Sí podemos, por el contrario, abandonar la lectura ingenua de la realidad, ésa que nos indica que todo lo que nos dicen es verdad, y comenzar a desconfiar de las apariencias porque sabemos que, hoy día, nada es lo que parece.

Por último, como corresponde a estas fechas del año, quisiéramos recordar a nuestros muertos.

A veces, para ocultar o taponar el dolor de la pérdida, nos embarcamos en pleitos, luchas, demandas de justicia, búsquedas de culpables o melancolías eternas, cuya única función es distraernos de la verdadera herida: hay un otro que ya no está, y nosotros sí.

La muerte tiene esas cosas...

Así que, para poder seguir, vivos, hemos decidido reconciliarnos con la vida, y lo hacemos de la manera que mejor sabemos: a través de la poesía.

En este número, como Editorial, un poema de Miguel Oscar Menassa, La Guerra, (publicado por primera vez en 1984), muy acorde, por su anticipación, con los tiempos que vivimos.

Después, Rafael Alberti, poeta español que, en 1977 (tras treinta y ocho años de exilio, veinticuatro en Argentina y catorce en Italia), regresa por primera vez a España. Sus primeras palabras al descender del avión fueron: "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta en señal de concordia entre todos los españoles".

Porque eso es lo que deseamos, hoy, aquí, a 20 días de las Elecciones Generales: que el sentido común reine sobre las diferencias.

En las páginas centrales, Paul Celan, poeta en lengua alemana, nacido en Rumanía en 1920, que esquivó los zarpazos del nazismo para legarnos su poesía, su agudo saber acerca de las sociedades humanas.

Un consejo: si después de leer este número de Las 2001 noches, usted ha decidido, por fin, comprender algo del mundo en que vive, mejor estudie psicoanálisis.

Carmen Salamanca
www.las2001noches.com

viernes, 11 de noviembre de 2011

A los hombres futuros de Bertolt Brecht. Las 2001 Noches nº 1

1

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida.
Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia,
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

2

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

3

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.

Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.