Ciudadano inspector,
perdone la molestia.
Gracias,
no se preocupe,
me quedaré de pie.
Quiero tratar
un asunto bastante delicado:
qué sitio ha de ocupar
el poeta
en las filas obreras.
Igual que los que tienen
tiendas y terrenos
también yo debo pagar
impuestos.
Usted me pide
quinientos al semestre
más veinticinco
por no declarar a tiempo.
Mi trabajo
es igual
a cualquier otro.
Mire
cuántas pérdidas,
cuántos gastos
invierto en materiales.
Usted sabe
naturalmente
eso que llaman rima.
Si la primera línea
termina en "ajo"
entonces, la tercera,
repitiendo las sílabas
debe poner
algo así
como "cascajo".
Si utilizo su lenguaje
la rima es un cheque,
hay que cobrarlo alternando los versos
y buscas
con detalle sufijos y prefijos
en el cofre vacío
de las declinaciones,
de las conjugaciones.
Coges una palabra
y quieres meterla en la estrofa
pero si no entra
y aprietas,
se rompe.
Ciudadano inspector:
le juro
que el poeta paga caras
las palabras.
Hablando mi lenguaje
la rima es un barril
de dinamita,
y la estrofa es la mecha.
La estrofa se consume,
y estalla la rima,
y por el aire y la ciudad
la estrofa
vuela.
¿Dónde hallar,
y a qué precio,
rimas que estallen
y de golpe maten?
Quizá sólo sean
cinco las rimas
increíbles
y sin estrenar, perdidas
más allá
de Venezuela.
Me voy a buscarlas,
haga frío, haga calor,
atado por anticipos, préstamos y deudas.
Ciudadano,
tenga en cuenta
el pago de los viajes.
La poesía
toda
es un viaje a lo desconocido.
La poesía
es como la extracción del radio
-Un año de trabajo
para sacar un gramo.
Sacar una sola palabra
entre miles de toneladas
de materia prima verbal.
Pero ¡qué ardiente
el calor de estas palabras
comparado
con la humeante
palabra bruta!
Esas palabras
mueven
millares de años,
millares de corazones.
Claro
que hay poetas
de distinta calidad.
Muchos
de hábil mano,
como prestidigitador,
sueltan estrofas de la boca,
suyas y de otros.
Y para qué hablar
de los castrados líricos.
Meten un verso ajeno
y están felices.
Eso es
robo y despilfarro
uno más entre los que azotan el país.
Esos
125.000 ejemplares: NADIE, NUNCA ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA
--------------------------------------------------------------------------------
Grupo Cero / Índice / Otros Números
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--------------------------------------------------------------------------------
versos y odas
aplaudidos
hasta la saciedad
entrarán en la historia
como gastos accesorios
de lo hecho
por dos o tres buenos versos
de nosotros.
Muchos kilos de sal
habrás de comer
como suele decirse,
y fumar cien cigarrillos
hasta
sacar
la palabra preciosa
de las honduras artesianas
de la humanidad.
Rebaje por eso
los impuestos,
quítele
una rueda
a los ceros.
Uno noventa
cuestan cien cigarrillos.
Uno sesenta
la arroba de sal.
Demasiadas preguntas
su formulario tiene:
Ha viajado
o no ha viajado?
Y si le respondo
que en estos quince años
he reventado
decenas de Pegasos,
¿qué?
Póngase usted
en mi sitio,
piense en el servicio
y propiedades.
¿Qué ha de contestarme
si le digo que soy
caudillo popular
y al mismo tiempo
trabajo a su servicio?
La clase obrera
vibra en nuestras palabras,
somos proletarios
motores de la pluma.
La máquina
del alma
se gasta con los años.
Dicen entonces:
estás gastado,
fuera.
Cada vez amas menos,
te arriesgas menos
y mi frente
desgastada
por el tiempo no arremete.
Entonces llega
el desgaste mayor,
el desgaste
del alma, del corazón.
Y cuando
este sol,
grande y redondo
se alce
en el futuro
sin lisiados ni tullidos,
ya me habré
podrido,
muerto en una cuneta
junto
a decenas
de mis colegas.
Hago
mi balance final.Afirmo,
y no miento:
entre los vividores
y actuales fulleros
seré
el único
con deudas impagables.
Nuestra deuda
es aullar
como sirenas de bronce,
entre la niebla filistea
y el fragor de la tormenta.
El poeta
siempre adeuda al universo,
paga con su dolor
las multas,
los impuestos.
Adeudo
las calles de Broadway,
los cielos de Bagdad,
el ejército rojo,
los jardines de cerezos del Japón,
todo aquello
sobre lo que aún
no pude cantar.
Al fin y al cabo
¿para qué
tanto jaleo?
¿Para disparar rimas
y atronar con el ritmo?
La palabra del poeta
es su resurrección,
su inmortalidad,
ciudadano inspector.
Dentro de cien años,
en un pliego de papel
cogerán una estrofa
y resucitarán este tiempo
Y ese día
surgirá
con fulgor de asombros,
y olor a tinta
le envolverá en su vaho,
señor inspector.
Usted, habitante convencido
del día de hoy
saque en el Comisariado de Caminos
un pasaje para la eternidad,
calcule
el efecto de mis versos,
divida
mi salario
en trescientos años.
Mas la fuerza del poeta
no estriba
en que le recuerden a usted en el futuro
y se asusten.
No.
Hoy
la rima del poeta
es caricia también,
consigna,
látigo,
bayoneta.
Ciudadano inspector,
pagaré cinco
quitando los ceros que van detrás.
Por derecho
yo
reclamo un hueco
entre las filas
de los obreros
y campesinos más pobres.
Y si usted piensa
que todo consiste
en saber utilizar
palabras ajenas,
entonces, camaradas,
aquí tienen mi pluma,
y escriban
ustedes
cuanto quieran.
VLADIMIR MAIACOVSKI
Rusia, 1893
jueves, 30 de abril de 2009
domingo, 26 de abril de 2009
"Los ciegos" de Césare Pavese. Las 2001 Noches nº 5
CESARE PAVESE
LOS CIEGOS
No hay episodio de Tebas en que falte el ciego adivino Tiresias. Poco después de este coloquio comenzaron las desventuras de Edipo- es decir, se le abrieron los ojos y él mismo se los reventó horrorizado.
(Hablan Edipo y Tiresias.)
EDIPO. Viejo Tiresias, ¿debo creer lo que aquí en Tebas se dice: que los dioses te han enceguecido por envidia?
TIRESIAS. Si es cierto que todo nos lo envían ellos, debes creerlo.
EDIPO. ¿Tú qué dices?
TIRESIAS. Que se habla demasiado de los dioses. Estar ciego no es una desgracia distinta a la de estar vivo. Siempre he visto cómo las desgracias llegan a tiempo allí donde deben llegar.
EDIPO: Pero, entonces, ¿para qué sirven los dioses?
TIRESIAS: El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios -cuando el tiempo aún no había nacido. Las cosas mismas reinaban entonces. Ocurrían cosas- ahora, a través de los dioses, todo se ha convertido en palabras, ilusiones, amenazas. Pero los dioses pueden fastidiar, acercar las cosas o alejarlas. No pueden tocarlas ni cambiarlas. Llegaron demasiado tarde.
EDIPO: ¿Y eres tú, sacerdote, quien dice esto?
TIRESIAS: Si no supiera al menos esto, no sería sacerdote.Piensa en un niño que se baña en el Asopo. Es una mañana de verano. El muchacho sale del agua y vuelve a ella feliz, se zambulle y vuelve a zambullirse. Se siente mal y se ahoga. ¿Qué papel juegan aquí los dioses? ¿Deberá atribuir a esos su fin, o en cambio el placer que disfrutó? Ni una cosa ni otra. Algo ha acontecido -que no es bueno ni malo, que no tiene nombre- luego los dioses le darán un nombre.
EDIPO: ¿Y dar un nombre, explicar las cosas, te parece poco, Tiresias?
TIRESIAS: Eres joven, Edipo, y como los dioses, que son jóvenes, esclareces tú mismo las cosas y las nombras. No sabes todavía que bajo la tierra está la roca, y que el cielo más azul es el más vacío. Para quien no ve, como yo, todas las cosas son un choque, nada más.
EDIPO: Pero, sin embargo, tú has vivido frecuentando a los dioses. Durante largo tiempo te has ocupado de las estaciones, de los placeres, de las miserias humanas. Más de una fábula se cuenta de ti, como si fueras un dios. Y alguna muy extraña, tan insólita que seguramente deberá tener un sentido- tal vez el de las nubes en el cielo.
TIRESIAS: He vivido mucho. He vivido tanto que cada historia que escucho me parece la mía. ¿ Qué decías del sentido de las nubes en el cielo?
EDIPO: Una presencia en medio del vacío...
TIRESIAS: Pero ¿cuál es esa fábula a la que atribuyes un sentido?
EDIPO: ¿Siempre has sido lo que eres, viejo Tiresias?
TIRESIAS: Ah, te comprendo. La historia de las serpientes. Cuando fui mujer durante siete años. Y bien ¿qué hallas tí en esa historia?
LOS CIEGOS
No hay episodio de Tebas en que falte el ciego adivino Tiresias. Poco después de este coloquio comenzaron las desventuras de Edipo- es decir, se le abrieron los ojos y él mismo se los reventó horrorizado.
(Hablan Edipo y Tiresias.)
EDIPO. Viejo Tiresias, ¿debo creer lo que aquí en Tebas se dice: que los dioses te han enceguecido por envidia?
TIRESIAS. Si es cierto que todo nos lo envían ellos, debes creerlo.
EDIPO. ¿Tú qué dices?
TIRESIAS. Que se habla demasiado de los dioses. Estar ciego no es una desgracia distinta a la de estar vivo. Siempre he visto cómo las desgracias llegan a tiempo allí donde deben llegar.
EDIPO: Pero, entonces, ¿para qué sirven los dioses?
TIRESIAS: El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios -cuando el tiempo aún no había nacido. Las cosas mismas reinaban entonces. Ocurrían cosas- ahora, a través de los dioses, todo se ha convertido en palabras, ilusiones, amenazas. Pero los dioses pueden fastidiar, acercar las cosas o alejarlas. No pueden tocarlas ni cambiarlas. Llegaron demasiado tarde.
EDIPO: ¿Y eres tú, sacerdote, quien dice esto?
TIRESIAS: Si no supiera al menos esto, no sería sacerdote.Piensa en un niño que se baña en el Asopo. Es una mañana de verano. El muchacho sale del agua y vuelve a ella feliz, se zambulle y vuelve a zambullirse. Se siente mal y se ahoga. ¿Qué papel juegan aquí los dioses? ¿Deberá atribuir a esos su fin, o en cambio el placer que disfrutó? Ni una cosa ni otra. Algo ha acontecido -que no es bueno ni malo, que no tiene nombre- luego los dioses le darán un nombre.
EDIPO: ¿Y dar un nombre, explicar las cosas, te parece poco, Tiresias?
TIRESIAS: Eres joven, Edipo, y como los dioses, que son jóvenes, esclareces tú mismo las cosas y las nombras. No sabes todavía que bajo la tierra está la roca, y que el cielo más azul es el más vacío. Para quien no ve, como yo, todas las cosas son un choque, nada más.
EDIPO: Pero, sin embargo, tú has vivido frecuentando a los dioses. Durante largo tiempo te has ocupado de las estaciones, de los placeres, de las miserias humanas. Más de una fábula se cuenta de ti, como si fueras un dios. Y alguna muy extraña, tan insólita que seguramente deberá tener un sentido- tal vez el de las nubes en el cielo.
TIRESIAS: He vivido mucho. He vivido tanto que cada historia que escucho me parece la mía. ¿ Qué decías del sentido de las nubes en el cielo?
EDIPO: Una presencia en medio del vacío...
TIRESIAS: Pero ¿cuál es esa fábula a la que atribuyes un sentido?
EDIPO: ¿Siempre has sido lo que eres, viejo Tiresias?
TIRESIAS: Ah, te comprendo. La historia de las serpientes. Cuando fui mujer durante siete años. Y bien ¿qué hallas tí en esa historia?
EDIPO: A tí te ha acontecido y tú lo sabes. Pero tales cosas no acontecen sin un dios.
TIRESIAS:¿Lo crees? Todo puede suceder en la Tierra. No hay nada insólito. En aquel tiempo me disgustaban las cosas del sexo-pensaba que envilecía el espíritu, la santidad, mi carácter. Cuando vi a las dos serpientes gozarse y morderse sobre el muslo, no pude reprimir mi despecho: las toqué con el bastón. Poco después era mujer-y durante años mi orgullo estuvo obligado a soportar. Las cosas del mundo son rocas, Edipo.
EDIPO: ¿Pero es verdaderamente tal vil el sexo de la mujer?
TIRESIAS: Nada de eso. No existen cosas viles, salvo para los dioses. Hay, sí, fastidios, disgustos e Ilusiones que al tocar la roca se diluyen. Aquí la roca fue la fuerza del sexo, su ubicuidad, su omnipresencia bajo todas las formas y mutaciones. De hombre a mujer y viceversa (siete años después volví a ver a las dos serpientes), lo que no quise consentir con el espíritu me lo impusieron por la violencia o la lujuria, y yo, hombre desdeñoso o mujer envilecida, me desenfrené como una mujer y fui abyecto como un hombre y aprendí todas las cosas del sexo: llegué a tal punto que, hombre, buscaba a los hombres, y mujer, a las mujeres.
EDIPO: Entonces es verdad que un dios te ha enseñado algo.
TIRESIAS: Ningún dios está por encima del sexo. Es la roca, te digo. Muchos dioses son fieras, pero la serpiente es el más antiguo de todos los dioses. Cuando se oculta bajo tierra, allí .tienes la imagen del sexo. El contiene la vida y la muerte. ¿ Qué dios puede encarnar y abarcar tanto?
EDIPO: Tú mismo. Lo has dicho.
TIRESIAS: Tiresias está viejo y no es un dios. Cuando era joven, ignoraba. El sexo es ambiguo y siempre equívoco. Es una mitad que parece un todo. El hombre llega a encarnárselo, a vivir en él como un buen nadador dentro del agua; pero entretanto ha envejecido, ha tocado la roca. Al final le queda una idea, una ilusión: que el otro sexo consiga saciarse. Pues bien, no lo creas. Yo sé que es una vana fatiga para todos.
EDIPO: Es difícil rebatir cuanto dices. Por algo tu historia comienza con las serpientes. y comienza también con el disgusto, con el fastidio por el sexo. ¿Qué le dirías a un hombre íntegro si te jurara que ignora ese disgusto?
TIRESIAS: Que no es un hombre íntegro que todavía es un niño.
EDIPO: Yo también, Tiresias, he tenido encuentros en el camino de Tebas. y en uno de ellos se habló del hombre, desde la infancia hasta la muerte. También nosotros tocamos la roca. Desde aquel día fui marido y fui padre, y rey de Tebas. Nada hay ambiguo o vano, para mí, en mis días.
TIRESIAS: Edipo, no eres el único que cree esto. Pero la roca no se toca con palabras. Que los dioses te protejan. También yo te hablo y estoy viejo. Sólo el ciego conoce las tinieblas. Me parece vivir fuera del tiempo, haber vivido siempre, y no creo en los días. También dentro de mí hay algo que goza y que sangra.
EDIPO: Decías que ese algo era un dios. ¿Por qué, buen Tiresias, no intentas suplicarle?
TIRESIAS: Todos le rogamos a algún dios, pero lo que sucede no tiene nombre. El niño que se ahoga, una mañana de verano, ¿qué sabe de los dioses? ¿De qué le sirve suplicar? Hay una gran serpiente en cada día de la vida, y se oculta, y nos mira. ¿Alguna vez te preguntaste, Edipo, por qué los desdichados se vuelven ciegos cuando envejecen?
EDIPO: Ruego a los dioses que a mí no me suceda.
Traducción: Marcela Milano
viernes, 24 de abril de 2009
"La vaca muerta" de Baldomero Fernández Moreno. Las 2001 Noches nº 3
LA VACA MUERTA
Lentamente venía la vaca bermeja,
por el campo verde todo lleno de agua;
lentamente venía, los ojos muy tristes,
la cabeza baja,
y colgando del morro brillante
un hilo de baba.
Enferma venía la buena, la única
de la pobre chacra.
-¡Hazla correr, hombre!-
la mujer gritaba
al viejo marido--
¡si viene empastada!
Y el viejo marido,
los brazos subía y bajaba,
y la vaca corrió como pudo,
los ojos más tristes, la cabeza baja.
Junto a un alambrado
salpicando el agua
cayó muerta la vaca bermeja
¡el viejo y la vieja lloraban!
Y vino un vecino
con una cuchilla afilada,
y en el vientre redondo y sonoro
dio otra puñalada.
Un poco de espuma
de un verde muy claro de alfalfa,
surgió por la herida, y el docto vecino,
después de profunda mirada,
acabó sentencioso: la carne está buena,
hay que aprovecharla.
Los cielos estaban color de cenizas,
el viejo y la vieja lloraban...
Lentamente venía la vaca bermeja,
por el campo verde todo lleno de agua;
lentamente venía, los ojos muy tristes,
la cabeza baja,
y colgando del morro brillante
un hilo de baba.
Enferma venía la buena, la única
de la pobre chacra.
-¡Hazla correr, hombre!-
la mujer gritaba
al viejo marido--
¡si viene empastada!
Y el viejo marido,
los brazos subía y bajaba,
y la vaca corrió como pudo,
los ojos más tristes, la cabeza baja.
Junto a un alambrado
salpicando el agua
cayó muerta la vaca bermeja
¡el viejo y la vieja lloraban!
Y vino un vecino
con una cuchilla afilada,
y en el vientre redondo y sonoro
dio otra puñalada.
Un poco de espuma
de un verde muy claro de alfalfa,
surgió por la herida, y el docto vecino,
después de profunda mirada,
acabó sentencioso: la carne está buena,
hay que aprovecharla.
Los cielos estaban color de cenizas,
el viejo y la vieja lloraban...
miércoles, 22 de abril de 2009
lunes, 20 de abril de 2009
sábado, 18 de abril de 2009
jueves, 16 de abril de 2009
"La crisis" de Mario Benedetti. Las 2001 Noches nº 46
LA CRISIS
Viene la crisis
ojo
guardabajo
un pan te costará como tres panes
tres panes costarán como tres hijos
y qué barbaridad
todos iremos
a las nubes en busca de un profeta
que nos hable de paz
como quien lava.
Viene la crisis
ojo
quizá te esté subiendo
por la manga
quizá la tengas
ahora
enroscada sin más en el pescuezo
o esté votando con tu credencial
o comprando tu fe con tu dinero.
Oh cuánto cuánto
costará el escrúpulo
y la vergüenza buena
la importada
la que no encoge a la primera lluvia
la vergüenza de nylon
ciemporciento.
Oh cuánto cuánto
costará el amor
en la noche sin dólares ni luna
con los perros afónicos
y el sueño
firmando los conformes con rocío.
Oh cuánto cuánto
costará la muerte
ahora que no hay divisas
ni perdón
y no hay repuestos para la conciencia
ni ganas de morir
ni afán
ni nada.
Viene la crisis
ojo
guardabajo
no habrá vino ni azúcar ni zapatos
ni quinielas ni sol ni Dios ni abrigo
ni diputados ni estupefacientes
ni manteca ni fruta ni rameras.
Viene la crisis
Ojo.
Guardarriba.
Viene la crisis
ojo
guardabajo
un pan te costará como tres panes
tres panes costarán como tres hijos
y qué barbaridad
todos iremos
a las nubes en busca de un profeta
que nos hable de paz
como quien lava.
Viene la crisis
ojo
quizá te esté subiendo
por la manga
quizá la tengas
ahora
enroscada sin más en el pescuezo
o esté votando con tu credencial
o comprando tu fe con tu dinero.
Oh cuánto cuánto
costará el escrúpulo
y la vergüenza buena
la importada
la que no encoge a la primera lluvia
la vergüenza de nylon
ciemporciento.
Oh cuánto cuánto
costará el amor
en la noche sin dólares ni luna
con los perros afónicos
y el sueño
firmando los conformes con rocío.
Oh cuánto cuánto
costará la muerte
ahora que no hay divisas
ni perdón
y no hay repuestos para la conciencia
ni ganas de morir
ni afán
ni nada.
Viene la crisis
ojo
guardabajo
no habrá vino ni azúcar ni zapatos
ni quinielas ni sol ni Dios ni abrigo
ni diputados ni estupefacientes
ni manteca ni fruta ni rameras.
Viene la crisis
Ojo.
Guardarriba.
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lunes, 13 de abril de 2009
"El camino de nuestra casa" de Evaristo Carriego. Editorial de Las 2001 Noches nº 11
EL CAMINO DE NUESTRA CASA
Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes...
Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!
¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.
Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!
Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno,
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos oirán pasar desde la puerta.
Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio de la vida,
sin despedirse.
¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos...
EVARISTO CARRIEGO
domingo, 12 de abril de 2009
Tango "Secreto". Las 2001 Noches nº 21
SECRETO
Quién sos, que no puedo salvarme,
muñeca maldita, castigo de Dios...
Ventarrón que desgaja en su furia un ayer
de ternuras, de hogar y de fe...
Por vos se ha cambiado mi vida
-sagrada y sencilla como una oración-
en un bárbaro horror de problemas
que atora mis venas y enturbia mi honor.
No puedo ser más vil
ni puedo ser mejor,
vencido por tu hechizo
que trastorna mi deber...
Por vos a mi mujer
la vida he destrozado,
y es pan de mis dos hijos
todo el lujo que te he dao.
No puedo reaccionar
ni puedo comprender,
perdido en la tormenta
de tu voz que me embrujó...
La senda de tu piel que me estremece
y al latir florece, con mi perdición...
Resuelto a borrar con un tiro
tu sombra maldita que ya es obsesión,
he buscao en mi noche un rincón pa'morir,
pero el arma se afloja en traición...
No sé si merezco este oprobio feroz;
pero en cambio he Ilegado a saber
que es mentira que yo no me mato
pensando en mis hijos... no, lo hago por vos...
Letra y música: Enrique Santos Discépolo
Quién sos, que no puedo salvarme,
muñeca maldita, castigo de Dios...
Ventarrón que desgaja en su furia un ayer
de ternuras, de hogar y de fe...
Por vos se ha cambiado mi vida
-sagrada y sencilla como una oración-
en un bárbaro horror de problemas
que atora mis venas y enturbia mi honor.
No puedo ser más vil
ni puedo ser mejor,
vencido por tu hechizo
que trastorna mi deber...
Por vos a mi mujer
la vida he destrozado,
y es pan de mis dos hijos
todo el lujo que te he dao.
No puedo reaccionar
ni puedo comprender,
perdido en la tormenta
de tu voz que me embrujó...
La senda de tu piel que me estremece
y al latir florece, con mi perdición...
Resuelto a borrar con un tiro
tu sombra maldita que ya es obsesión,
he buscao en mi noche un rincón pa'morir,
pero el arma se afloja en traición...
No sé si merezco este oprobio feroz;
pero en cambio he Ilegado a saber
que es mentira que yo no me mato
pensando en mis hijos... no, lo hago por vos...
Letra y música: Enrique Santos Discépolo
sábado, 11 de abril de 2009
"Vejez de un héroe" de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 66
VEJEZ DE UN HÉROE
Esta vez no fue al campo de las grandes batallas.
Desalojado estuvo de allí su hermoso cuerpo
de estremecidas ancas y musculado tórax.
Taciturno camina por la tierra de nadie.
La tierra ha vuelto a ser de nadie.
Él lo entiende y camina por la tierra de nadie.
Tal vez oye el clamor de insólitos clarines
y el galopar de la caballería.
Sus crines están blancas y él es un héroe oscuro.
Les roe a los caminos raquítica pastura.
Detiénese
indeciso,
y se regresa
y se va por la tierra que volvió a ser de nadie.
Asciende a una colina para ver el crepúsculo,
ese gran compañero del hombre solitario
y de la bestia sola.
En sus cansados ojos quizá vagan imágenes
de rápidos lanceros y libres pabellones,
y el sol prende en su pecho un brillo adusto,
semejante al estigma de las crueles victorias,
y al esplendor de agónicos retablos
donde habitan figuras suplicantes,
doradas por el fuego del martirio.
Esta vez no fue al campo de las grandes batallas.
Desalojado estuvo de allí su hermoso cuerpo
de estremecidas ancas y musculado tórax.
Taciturno camina por la tierra de nadie.
La tierra ha vuelto a ser de nadie.
Él lo entiende y camina por la tierra de nadie.
Tal vez oye el clamor de insólitos clarines
y el galopar de la caballería.
Sus crines están blancas y él es un héroe oscuro.
Les roe a los caminos raquítica pastura.
Detiénese
indeciso,
y se regresa
y se va por la tierra que volvió a ser de nadie.
Asciende a una colina para ver el crepúsculo,
ese gran compañero del hombre solitario
y de la bestia sola.
En sus cansados ojos quizá vagan imágenes
de rápidos lanceros y libres pabellones,
y el sol prende en su pecho un brillo adusto,
semejante al estigma de las crueles victorias,
y al esplendor de agónicos retablos
donde habitan figuras suplicantes,
doradas por el fuego del martirio.
jueves, 9 de abril de 2009
JULIO HERRERA Y REISSIG, EL COSTADO LÚDICO DE LA POESÍA. Las 2001 Noches nº 44
JULIO HERRERA Y REISSIG y sus "Pascuas del Tiempo"
La polvareda modernista esparció su nube de oro por el paisaje poético de la España del novecientos. Se cierra ahora el siglo XX y aún alguna lectura nos deja en los párpados restos de aquella polvareda luminosa. ¿Se quedó en eso la poesía parnasiana nacida en Los trofeos de José María de Heredia, el medio cubano, medio francés? Para nuestro Juan Ramón Jiménez el parnasianismo es la expresión perfecta de una hermosa objetividad impasible. Pero, ¿se quedó en eso, o bien, "siguió su polvo sonando"? Y éste es un verso de Miguel Hernández, en el poema que dedicó a Julio Herrera y Reissig.
Últimamente se ha publicado una preciosa edición de Las Pascuas del Tiempo, ofrecida por Biblioteca Nueva y cuidada por Luis Iñigo Madrigal y Jenaro Talens, ambos grandes conocedores del fenómeno poético.
De la muerte del uruguayo se han cumplido noventa años. De la del cubano-francés se cumplirán noventa y cinco el próximo octubre.
Cuando nació Herrera, tenía Heredia treinta y tres, pero murieron con sólo cinco de diferencia. El joven Herrera pudo leer Les trophées con dieciocho años. Los dos habrían aprendido en Leconte de Lisle, al que Rubén Darío dedicó uno de sus "Medallones", con musicales alejandrinos, en las últimas páginas de Azul. Fastuosos son los versos orquestales de estas "Pascuas del Tiempo". Asombroso poeta de abigarrada cultura mitológica como un Góngora resurrecto. "Nada más apasionante que la poesía de este uruguayo fundamental, de este clásico de toda la poesía", dejó dicho de él Pablo Neruda.
Neruda mostraba afecto por Herrera y Reissig de antiguo. En 1936 preparó un número de "Caballo verde para la poesía" cuya aparición fue abortada por la guerra civil. Para ese número Vicente Aleixandre, aún en el ámbito surrealista, escribió su poema "Las barandas", incluido luego en el índice de Nacimiento último. A su vez, Miguel Hernández escribió "Epitafio desmesurado a un poeta", suyo es el verso que antes cité. Para el ya de por sí barroco Miguel, Herrera y Reissig era "trueno de sangre, pasión y locura".
En su curso sobre el Modernismo -1953-, Juan Ramón Jiménez no fue muy justo con el uruguayo. Le calificó de "raro, extravagante, bohemio" y cree que es "suma de lo más decadente y más vicioso del modernismo". Sin duda este juicio de "vicioso" (esto es, de abundante y sobrecargado) encuentra su justificación en los ocho cantos de estas Pascuas del Tiempo, colaboración de Herrera y Reissig para el "Almanaque Artístico del siglo XX", aparecido en 1900. Curiosamente, el poema aparece fechado: "Montmartre, Sol en Sagitario, M.C.M.". Esta fechación forma parte del retoricismo y la imaginación del poeta, porque Julio no viajó nunca a Europa. No cabe sino pensar que el talante ecuménico con que redacta la nómina de personajes convocados le inclinó a desear un punto céntrico, un ombligo de la cultura, y ninguno tan típico como París. Bien sabemos que el modernismo americano se esforzaba por mirar a las modas francesas.
En el primer canto, el poeta alude al tiempo como a un viejo patriarca de cuyas arrugas ha de salir el futuro.
El canto segundo describe una imaginaria fiesta de ultratumba, con los más variados personajes históricos como invitados, en una mezcla que olvida la historicidad.
En el tercero, es la retahíla de los meses lo que deambula y baila.
En el cuarto se alza la harmonía (escrita con h, claro) de la lira de Orfeo.
En el quinto, la zarabanda de un repertorio de horas que culmina en el canto seis.
En el siete, el más extenso, vuelven los meses a entretejer un himno, y en el último, figuras mitológicas llegan a la fiesta que se remata con un epílogo en cuatro versos de dieciséis sílabas.
La poesía modernista, con su creación de ritmos, desdoblando y ampliando la versificación, cobra en este poema de Herrera y Reissig un estadio delirante. Su lujo verbal, sus rimas que cantan y encantan, su sintaxis encaramada a la anáfora, el empleo de términos de tan singular brillo como de rareza de uso, el derroche de evocaciones que concitan protagonistas reales o supuestos, manifestándose en escenarios ya de gusto francés, ya de recreaciones helenas. Todo ello aleja la poesía de propuestas sentimentales, meditaciones o trascendencias, para instalarla en el ideal reino de la belleza. Pero es claro que la belleza puede alzarse como un valor rebelde. La belleza del arte, contra lo chabacano, la torpeza convencional y burda de la vieja burguesía. No se equivocaba el gran crítico Ricardo Gullón cuando, ante la elegancia de la estética modernista, decía que los cisnes y las princesas tenían sentido, lo que -según ha escrito el profesor Urrutia en su prólogo al libro de Juan Ramón Jiménez- puede interpretarse como deseo de elevación intelectual e idealista por encima de la vulgaridad.
Por si fuera poco, Herrera y Reissig introduce en sus elaborados versos un ingrediente irónico, con lo que se anticipa a la visión de un costado lúdico de la poesía manejada años después por los ultraístas.
Por los años cincuenta, visitaron Madrid un poeta y una poetisa de la República Oriental del Uruguay: Juvenil Ortiz Saralegui y Arsinoe Moratorio, ambos editores, en Montevideo, de unos cuadernos poéticos bajo el nombre de su gran poeta. Ellos me dieron a conocer algunos poemas de Herrera y Reissig, como el delicioso soneto "La novicia" que la fina escritora María Luz Morales llevó a su "Libro de Oro de la poesía en lengua castellana" en edición de 1970. También la "Antología de poesía modernista", ordenada por Antonio Fernández Molina en 1982, recogió unos fragmentos de Las Pascuas del Tiempo. Ya en 1998, Ángeles Estévez preparó para el "Círculo de lectores" la obra completa.
Poesía como de ricos cortinajes y telas recamadas. Poesía de salones lujosos y adornos sensuales y tapices que evocan paisajes exóticos. Fuentes con ninfas, arquitectura de alhambras y mekas.
Espectros de rastros seculares. Borgia o Cleopatra; la Reina de Saba o Voltaire; la Pompadour o Santa Teresa; Atila o Byron.
Triunfo deslumbrante del movimiento que abre la poesía moderna en lengua española con el siglo que recién acaba. Por esas rutas transitó una pléyade renovadora e innovadora que merece recuerdo y gratitud. AJenaro Talens -poeta renovador él mismo- y a Luis Íñigo Madrigal les debemos este regalo, en manos de Biblioteca Nueva.
LEOPOLDO DE LUIS
lunes, 6 de abril de 2009
"Donde habite el olvido" de Luis Cernuda. Las 2001 Noches nº 57
DONDE HABITE EL OLVIDO
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
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jueves, 2 de abril de 2009
"Navidad en el Hudson" de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 10
¡ESA esponja gris!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo con el mundo
de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.
El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.
Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba el oso de agua que lo había de estrechar
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño de nueve años agite sus ramitos de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: Desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo con el mundo
de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.
El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.
Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba el oso de agua que lo había de estrechar
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño de nueve años agite sus ramitos de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: Desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!
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