sábado, 27 de noviembre de 2010

DUODÉCIMO DIOS O DIOS DE LA LIBERTAD de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 90

Juntemos el universo de nuestros sexos
y opongamos
al inexorable límite del tiempo
la siembra permanente.

domingo, 21 de noviembre de 2010

AUNQUE ES DE NOCHE de Leopoldo de Luis. Las 2001 Noches nº 2

«Aunque es de noche»
SAN JUAN DE LA CRUZ

HABÍA atravesado caminos como mundos,
ciudades como tumbas y mares como olvidos
y traía los ojos como sueños profundos,
como cielos heridos.

En sus ojos de sombra nos miramos. Espejos
silenciosos de noche. Luna de soledades.
Emergió nuestra imagen lentamente de lejos,
de perdidas edades.

Se concitaron rostros olvidados, espumas
felices y paisajes que ahora el recuerdo nieva.
Sumidos materiales de vida; leves plumas
que la inocencia eleva.

Manos con sus pequeñas raíces infantiles
que aún descuelgan sus frutos de frías acideces.
Árboles que sombrean avenidas de abriles.
Amor de tantas veces.

Humildes servidumbres de objetos familiares.
Monedas de sonrisas, de rencores, de pena,
con que fuimos comprando años crepusculares
que ahora el dolor ordena.

Huellas como hojas secas, desenterrados dioses
fungibles. Esperanzas de quebrado alabastro.
Clausuradas estancias y pálidos adioses.
Todo súbito rastro.

Nos vimos sucesiva, mortalmente anegados
de oleadas, de tiempo, de lluvias tumultuosas.
Desde los hondos pozos del recuerdo lanzados,
desde sus ciegas fosas.

Hasta aquellos dos nichos de soledad herida
donde se sepultaban inevitables muertos,
donde se reencontraba turbiamente la vida,
los años descubiertos.

Nos sentimos distintos. Hijos de un tiempo extraño.
Nacidos de una tierra que el odio transfigura.
La soledad tenía nuestro propio tamaño,
nuestra misma estatura.

Nos vimos recorriendo planicies de ceniza,
campos donde la sangre rabiosamente prende,
surcos por donde el grano sólo en hambre se eriza,
montes que el sol no enciende.

Albas que rebotaron su terrible pelota
de esquina a esquina y en pretiles ciegos,
por las que desfilamos hacia la tarde rota,
herida a carne y fuego.

Bosque que animaliza, que levanta
levas de instinto torpe, sordas piedras,
cerrando de los pies a la garganta
sus ancestrales yedras.

Nos sentimos nacer entre disparos
de plomo y odio, entre feroz acecho:
ya no éramos aquellos que fuimos, ni los claros
días que están dentro del pecho.

Se nos iban historias, devoraban historias
felices esos ojos, esa fantasmal ave
que trajo hasta las tierras de inocentes memorias
la hombría amarga y grave.

Unos ojos de noche donde nunca hay mirada,
del fondo de los nuestros la vida recogían.
Unos ojos, un hielo, una pena, una nada,
una noche, se abrían.

Una noche se abría como un campo de guerra,
como sangre que sacia el ansia de un desierto,
como un rencor, como una deshabitada tierra.
Una noche se ha abierto.

Desterrados de un alba que el corazón aún sueña,
de un amor, de una aurora que el corazón querría.
Poblando de humo triste, de soledad pequeña,
una casa vacía.

Pero seguimos siempre. La oscuridad tanteamos.
Ciegos, torpes, heridos contra las sombras prietas.
Tenazmente, en el muro de las sombras cavamos
rabiosamente grietas.

Desde la pena puede abrirse la esperanza
como desde la noche nacer la aurora pura.

El corazón del hombre a la luz se abalanza
de una gran hendidura.

De un tajo en la tiniebla, una alegría
donde otros hombres pisarán seguros.
Aunque es de noche vamos elaborando el día
de esos hombres futuros.

Las sendas de la aurora transitan por la falda
sombría de la noche; las que al hombre renuevan
cruzan por nuestro pecho, pesan en nuestra espalda,
nuestros hombros las llevan.

Tajos de luz, tajos de vida, tajos
de esperanza. La noche se estremece.
Caminamos buscándolo: el día en los atajos
del mundo, crece y crece.

Acaso cuando alumbre nos hayamos perdido
ya un poco entre la niebla de nuestra propia pena.
Nuestros pasos cansados resonarán a olvido
por avenidas de callada arena.

Aún tendremos acaso esta antigua costumbre
aún de mirar con extraña manera dolorida.
Porque llevamos dentro, hiriéndonos la lumbre,
y aunque es de noche amamos nuestra vida.

viernes, 19 de noviembre de 2010

DE UN MUNDO A OTRO de Bioy Casares. Las 2001 Noches nº 24


(Fragmento)

V

La madre había muerto en 1994; desde entonces el padre seguía viviendo en la vieja casa de la calle Hortiguera al quinientos (en una casa donde funcionó una prestigiosa imprenta), a pocos pasos del Parque Chacabuco. Cuando Javier fue a despedirse lo encontró en el escritorio, jugando con un lápiz. Tenía buenos colores en la cara; su cabeza, que era grande, parecía desnuda porque estaba rapada. No usaba anteojos. En una jaula había un loro muy verde.

-Vengo a despedirme, padre. Me voy de viaje.

-¿Adónde? -preguntó el padre.

-¿Adónde? -replicó el loro.

-A ver si me ayudas -dijo el padre-. Se ocupa del campo: once letras.

-Agropecuario -contestó Javier.

-Gracias, estoy orgulloso de vos, hijo mío. Otra pregunta: curiosidad sexual. Nunca los hubo y siempre los hay. Doce letras. Concluye en A.

-Hermafrodita.

-¡Qué hijo tengo!

-Tengo -dijo el loro.

-No te alegres demasiado, padre. Me voy de viaje. Si me extrañás como yo te extraño cuando no te veo...

-¿Qué vas a hacer en Montevideo? Antes de irte podrías darme otra mano. Raro. Empieza con H. Once letras.

-No sé qué puede ser, padre: pero me voy, porque estás muy ocupado...

-Cuando empiezo unas palabras cruzadas, no las dejo a medio llenar.. en fin, cuando puedo. Me parece que ha de ser heterogéneo.

-Genio -dijo el loro.
Javier suspiró y dijo:

-Bueno, padre, me voy. Tengo que dejar aquí todo arreglado, porque la ausencia puede ser larga...
El padre se incorporó, lo abrazó y preguntó con voz trémula:

-¿Vas lejos? ¿Por mucho tiempo? ¡Piensa que sin tus visitas no sé qué será de mí!

-¿Qué le vamos a hacer? No creas que me voy muy contento. Hay que sobreponerse... Siempre te quedan las palabras cruzadas y el loro.

-No seas tan severo conmigo.

-No quiero serlo. Vine a despedirme. Trataré de que tengas noticias mías.

-Mías -dijo el loro.

-Sé que no bien te vayas -dijo el padre- me voy a arrepentir de no haberte, preguntado nada sobre tu viaje.

-Prometo -dijo Javier, mientras abrazaba a su padre- tenerte informado.

Cuando salió a la calle respiró profundamente. La visita a su padre lo había entristecido. Ya se sabe: la vida es implacable y cuando la vejez llega nos aísla, nos tapa los oídos, nos quita la luz de los ojos; por todo eso, por un tiempo, nos sumimos en la tristeza y, por último, lo que es mucho peor, caemos en la indiferencia. Sí, por un rato había sentido que su padre estaba fuera de alcance, pero, acaso afortunadamente, en el momento de la separación, o poco antes, dejó ver su tristeza y también su afecto.

Después de caminar unas cuadras encontró un teléfono público, pero no pudo comunicarse Con Margarita, porque el aparato estaba descompuesto.
Se internó en el Parque Chacabuco y un poco en broma lamentó que no fuera de noche, porque entonces habría más probabilidades de que lo asaltaran. Sí, un buen asalto, con el correspondiente maltrato, quizás le permitiera olvidar por un tiempo el malhadado viaje que al día siguiente a la mañana lo alejaría ¿para siempre? de Margarita.

Al anochecer cansadísimo, llegó a la Plaza Irlanda. Comentó consigo que las plazas de Buenos Aires eran hermosas y también la circunstancia extraña, pero desprovista de interés, de que las dos personas a quienes quería abrazar antes de partir vivían cerca de plazas: su padre y Castro, el amigo de toda la vida. Se dijo: estoy pensando en estas necedades, para olvidar lo que me espera. Dobló por la calle Neuquén y a pocos pasos encontró la casa de su amigo. Era diminuta, de techo rojo y en punta, como los de algunos campanarios, y precedida por un jardín exiguo, muy mal cuidado. Castro lo recibió afectuosamente. Muy pronto Javier, que no tenía secretos para él, le anunció el viaje y le explicó la situación con Margarita. El amigo le dijo:

-Yo seré un tipo raro, pero sistemáticamente me opongo a que los otros me obliguen a hacer algo que no quiero. ¿Por qué aceptaste participar en ese viaje espantoso? Nada más que para no separarte de Margarita y ahora, que ella no va ¿por qué inexplicable razón arriesgas la vida? Te digo con la mano en el corazón: lo más probable es que no llegues a ninguna parte y que te pierdas en el espacio. Pero si llegaras a otro mundo, lo que me parece improbable ¿has pensado en lo que allá vas a encontrar? A lo mejor seres rarísimos, que los atacarán a ustedes y los matarán.

Javier se había cuidado muy bien de explicar que por toda tripulación irían él y un astronauta encargado de la conducción de la nave.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

LOS TRABAJOS DE LA POESÍA de Enrique Molina. las 2001 Noches nº 1

El lejano bramido de una noche cuya verde coraza se
abre como un pescado
La influencia de la lluvia con mejillas de invernáculo
errante empañado por el vapor de las plantas
Las ligaduras sueltas que dejan cicatrices invisibles
La música de dos cuerpos escogidos por el amor para
estatuas del fuego levantadas en una llanura infinita
O en la sombra de un puerto perseguida por una garra
de plata
Con las uñas iluminadas como ventanas de hogares
distantes en los que se ve a una pobre muchacha
preparando el alimento para las bestias del sueño.
Los rojos candelabros de palmeras donde silba el exilio
Las agujas de sangre viva los pájaros hacia el fin las
nubes los trajes de lentejuelas marinas
Y el golpe de las pisadas en el extraño planeta llamado
Tierra
Hacen el gusto a liquen de los días
La paciencia insaciable de los hombres
La ahogada del invierno arrojada a otra costa por el
viento.
Ahora veo el país de grandes alas
Limitado lágrima a lágrima por todo aquello que no
vuelve jamás
Atravesado por la emigración de las almas arrastrando
sus pesados cubos de sangre y sus utensilios de
pasión y de cólera
Habitaciones invadidas por helechos gigantescos en las
que acecha la fiera de gris de las mujeres olvidadas
Posando el solitario acaricia la cabellera de la distancia
cubierta de plumas centelleantes y estremecida por
viajeros
Faroles que brillan con un hechizo venenoso
Como la serpiente de las añoranzas eternas cuyo
estuche sombrío
Exhala un olor a mariposas descompuestas dentro de
una caja de terciopelo misterioso envuelta en llamas.
Un desván de cenizas

Un hombre avanzando con su fantasma contra la
bocanada del sueño
Contra esos torbellinos de plumas engastados en
ciertos anillos de pájaro muerto
¡Oh son los antiguos días!
Los alcoholes terrestres:
Un poco de alimentos fríos en un pan tras un trago de
sopa
La momia primaveral en su ataúd de hielo dorado
Un escorpión junto a la llave de la luz en un hotel del
trópico
El cáliz de madera y ocio ofrecido a los monos
por un pequeño vapor en un río del trópico
Y esas trenzas abiertas sobre los senos del amor en
los parajes indescriptibles vistos desde lo alto de una
caricia
O el tañido de platos extranjeros de los cuales se
alimentan algunas mujeres muy tristes atravesadas
por un gemido o un soplo de novela

Y aún desnudas bajo la maldición marina

¡Oh son los antiguos días!
Pasiones miseria y orgullo
Una tienda de antigüedades saqueada por el pájaro de
prensa y esparcida al sol
Y en la que sólo vale el oro lívido del tiempo
Con diocecillos tenebrosos crujiendo bajo tus planta.
Hasta el instante de sorprender esos antros de insomnio donde se
guardan las apariciones
Con noches en cuyo rondo se ven niñas en llamas
O la enferma sentada bajo la luz del plátano
Cubierta de yeso y de magnolias sombrías sobre su alto trono de
tortura que ha labrado el fracaso
Pero más bella que toda primavera y que toda victoria sobre el
mundo
¡La gran ala de plumas inmortales que nace en todo aquello
destinado a la muerte!
Vestidos y rostros y callejuelas anudadas por un mismo suspiro de
adiós desesperado
Para que nunca más te maraville
Un abrazo una garganta o un sollozo de mujer que no aluda a esas
hogueras enterradas
Reclamando las mismas joyas tenebrosas para el mismo
esplendor:
La gran aureola de la lejanía
Y esos enigmas de la edad arrastrando pesados trozos insolubles
de una existencia falsa y misteriosa
Con personajes de pulso eterno que laten en la oscuridad inalcanzables
como toda dicha humana
Y convertidos en el resplandor de las cosas que rozaron
poseyeron o soñaron alguna vez
En carne y hueso
Entre la llamarada de la tierra.

viernes, 12 de noviembre de 2010

YÁNOVER, POETA Y AMANTE DE LOS LIBROS. Las 200 Noches nº 67


Por Juan Jacobo Bajarlía
Buenos Aires, Noviembre de 2003

Nació en Córdoba el 3 de diciembre de 1929, y murió en Buenos Aires el 8 de octubre de 2003. Fueron 73 años de intensa labor, en los que dejó un recuerdo y una labor que los argentinos inscribirán en los anales de la literatura.

La vida y la muerte, el amor, las alegrías del descubrimiento y las inquietudes repartidas entre el afán de batallar y la existencia siempre esquiva, acaso colgada de un hilo invisible, fueron las constantes en que inscribió su poesía.

Poeta enamorado de los clásicos que recurrían al asonante y la metáfora, concretó en Elegía y la gloria (1958) un conjunto de poemas en los que destacó la importancia de una escritura que tenía por adalid a Leopoldo Lugones. Así, en el poema 21 de esta obra, nos dice:

Veo paredes recién pintadas que la
humedad manchará,
veo muebles que se harán monotonía
en el paisaje.
Veo parejas que se odiarán cuando el amor
como la ropa vieja, se deshilache,
y cuando las manchas que dejan las palabras
abran heridas hondas, infranqueables.

El mismo rigor observamos en sus otros libros: Arras para otra boda (1964), Otros poemas (1989) y Antología poética (1996).

Pero en esta última obra hay un contacto más insinuante contra lo anecdótico y el descriptivismo, como lo afirmaba Vicente Huidobro en Horizon carré (1917), en cuyos poemas las metáforas pasaban a calidad de términos antitéticos o de realidades más o menos próximas. Esto no le impide el uso de las rimas, porque, paradógicamente estas nada tienen que ver con el fondo de las imágenes.

En lo personal, en relación a las Memorias de un librero (1984), debo agregar que siempre me consiguió las obras que escaseaban o estaban agotadas.

Yo había comenzado a escribir Sables, historias y crímenes, que luego editaría Bruguera, cuando advertí que faltaba el libro de José M. Ramos Mejía: Las neurosis de los hombres célebres en la historia argentina. Yánover movilizó a más de un librero y a los tres días me trajo la obra en una edición encuadernada en La Cultura Popular.

Era gran amigo de sus amigos y de una gran generosidad.

Cierto día, estando yo en su librería de la calle Las Heras, se acercó un individuo pobremente vestido que llevaba un libro finamente encuadernado bajo el brazo. Preguntó por las obras de filosofía, y Yánover le indicó los estantes.

En ese momento yo hablaba de las tres clases de lectores: el bibliómano, que trata toda clase de temas, sean buenos o malos. El bibliófilo, al que sólo le interesan los incunables y las ediciones agotadas. Y al lado de éste el bibliópata, aquel que compraba un volumen porque ostentaba una tapa hermosamente ilustrada y estaba impecablemente impreso. El bibliópata acaricia la tapa, le pasa repetidamente su mano, como si estuviera acariciando el rostro de una mujer.

Mientras charlaba de todo esto, Yánover observó un movimiento sospechoso del desconocido. Alcanzó a ver un hueco en la estantería y un rápido acomodamiento del libro encuadernado que traía bajo el brazo. Este libro era hueco, y en él cabía cualquiera otro libro. Luego, cerrada su tapa, era imposible de saber que se trataba de un "artilugio" para introducir libros en su hueco.

El desconocido, realizada la maniobra, salió rápidamente de la librería. Pero Yánover le dio alcance en la calle, socorrido por un agente de policía que sospechó el hurto.

- ¿Lo llevo a la comisaría? -preguntó el agente. Pero Yánover, abriendo el "artilugio" recuperó su libro y vio la cara de sufrimiento del desconocido.

- No es nada -contestó. Lo corrí para que me devolviera un libro que le había prestado.

El agente liberó al ladrón mientras Yánover me decía al oído:

- Quedará para una nueva edición de mis Memorias.

Así era Héctor Yánover, el preocupado director de la Biblioteca Nacional que administró celosamente como si fuera su librería.



HÉCTOR YÁNOVER
Argentina, 1929

HIROSHIMA


Doscientos ochenta mil muertos, compañeros.
Y una muñeca de arcilla los recuerda.
Una semana de años los recubren
a los doscientos ochenta mil muertos,
y otra vendrá, y vendrán otras,
pero nunca jamás olvidaremos.
Eran las ocho y treinta en la mañana,
un seis de agosto y fría era la muerte.
La guerra despedía sus veleros
con doscientos ochenta mil muertos
sorprendidos en la luz de su última mañana.
Sesenta millones precedían esta súbita muerte,
y eran pobres, mendigos, claudicantes,
señores, obreros y poetas;
resortes de ciudad en la mañana,
palanca de las horas venideras,
centrífugas del mal, del bien, del hambre,
del sol de fiesta, de la noche y luna.

lunes, 1 de noviembre de 2010

ROMPE LA LUZ DONDE NINGÚN SOL BRILLA de Dylan Thomas. Las 2001 Noches nº 63

Rompe la luz donde ningún sol brilla;
donde ningún mar corre, las aguas del corazón
pujan en sus mareas;
y, espectros rotos con luciérnagas en sus cabezas,
las cosas de la luz
desfilan por la carne donde ninguna carne cubre los huesos.

Una vela en los muslos
calienta juventud y simiente y abrasa las semillas de la edad;
donde ninguna semilla palpita,
el fruto del hombre se desarruga en los astros,
brillante como un higo;
donde la cera no existe, muestra la vela sus cabellos.

Rompe el alba tras los ojos;
desde los polos del cráneo y el pie, las ráfagas de sangre
se deslizan como un mar;
ni cercados ni estacados los pozos del cielo
surten hacia la vara
que adivina en la sonrisa el petróleo de las lágrimas.

La noche en las cuencas ronda,
como luna de brea, el límite de los globos;
el día alumbra el hueso;
donde el frío no existe, desuella el vendaval
el manto del invierno;
la piel de la primavera está colgando de los párpados.

Rompe la luz en solares secretos,
en puntas de pensamiento donde los pensamientos huelen bajo la lluvia;
donde mueren las lógicas,
crece a través del ojo el secreto del suelo
y la sangre salta bajo el sol;
sobre las parcelas baldías el alba se detiene.