jueves, 24 de noviembre de 2016

CONTRA EL TIEMPO de César Fernández Moreno. Las 2001 Noches nº 24


El tiempo me desgarra por sus dos puntas
no acabaré de tragar esta espina
durante la noche consigo desconcertarlo a sueños
pero cada mañana
pletórica de tiempo
viene y sorprende a mi cuerpo
como un intruso entre mis propias sábanas.

Basta tiempo no quiero seguir
qué me has visto para acariciarme así
podrías prescindir de mi fatiga
deshuesarme de vos dejarme vivir como un ángulo
y volver a tu manantial infinito
de todas maneras allá me tendrás.
 

viernes, 18 de noviembre de 2016

UN HOMBRE TREPA POR LAS PAREDES Y SUBE AL CIELO de Edgar Bayley. Las 2001 Noches Nº 71




Colgado de una soga
el hombre que escala las paredes
tiene fuertes zapatones con clavos
Escala las paredes
porque ha olvidado las llaves de su casa
y mientras escala las paredes
hasta llegar al piso trece
se detiene algunos momentos
en los balcones de cada piso
donde aspira al olor de los geranios
las madreselvas
las hortensias
y los malvones
Hay sol
gallardetes
vendedores ambulantes
y más allá está el río
y más allá los puentes
por donde se va a la pampa
Abajo están los niños
que salen de las escuelas
y por el cielo pasan aviones y pájaros
y sombreros de anchas alas
que el viento arrancó a los desprevenidos
La soga ha sido atada a la viga
que sobresale en la azotea
Un hombre la ciñó a su cintura
y asciende tomándose de la soga
con sus manos enguantadas
Usa un chaleco floreado y una gorra a cuadros
Debe llegar al piso trece
donde tiene que regar unos claveles
pisar maíz
escribir unas cartas
y preparar una cazuela
Sube lentamente
y en cada piso se detiene un rato para descansar
Entra en el balcón de cada piso
y se sienta en un sillón
o se extiende sobre una reposera
y conversa con la vecina o los vecinos
y acepta un café o un mate
o deja caer un chorro de una bota de vino
en su garganta
o juega a las cartas
o escucha confidencias y da consejos
y cuenta algún episodio de su vida
hasta que saluda y se va
y sigue trepando por las paredes
colgado de una soga
Es el hombre que tiene fuertes zapatones con clavos
y un chaleco floreado y una gorra a cuadros
que olvidó las llaves de su casa
y aspira el olor de los geranios
y debe llegar al piso trece
antes de que aparezcan los búhos
y se iluminen las ventanas
Están los pájaros y el río allá lejos
y el césped del parque
y los caballos que galopan por la llanura
y esta silla desvencijada
y la bañera
fuera de uso
llena de tierra y de flores
y el mar y el navío que se acerca
y la lagartija que se escurre entre las rocas
y el vendedor de diarios que desde abajo
le grita consejos y advertencias
mientras el hombre vuela
asciende
conquista cada piso con esfuerzo
y mira siempre hacia arriba
la tierra está lejos
el cielo está lejos
El hombre que trepa por las paredes
colgado de una soga
cuando entra en una casa por el balcón
es bien recibido por los vecinos
y él trata de ser útil
pero en uno de los pisos
una mujer inesperada
que es una sola
y al mismo tiempo
todas las mujeres de su vida
le pide que la lleve con él
Entonces ella se ata también con la soga
y sube con el hombre
más allá del piso trece
hacia las nubes
el aire libre
el cielo
el viento
entre los geranios
las sombrillas
las reposeras
sobre puentes y puestos de diarios
y mástiles
y enredaderas
y algunas gotas
y semillas
y sueños
con su gorra a cuadros
con su chaleco floreado
con su enamorada de siempre.

jueves, 17 de noviembre de 2016

NAVIDAD EN EL HUDSON de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 10

 
¡ESA esponja gris!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo con el mundo
de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.

El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.

Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba el oso de agua que lo había de estrechar
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño de nueve años agite sus ramitos de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: Desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!
 

lunes, 14 de noviembre de 2016

POEMA DE LAS COMPENSACIONES de Juan-Jacobo Bajarlía. Las 2001 Noches Nº 7

Vino desde el otro lado de las sombras
         y trajo la luz y las palabras
         el horizonte que enumeraba las estrellas
         y las rutas que caían al abismo.
Vino desde las tierras que habitó el exilio
cubierto de semáforos
y de hilos enredados a su voz
         que volaban en la noche
         bajo los árboles que mordían el alba.
Pidió pan y le ofrecieron las tinieblas
         agua y le dieron el acíbar.
Pidió una mano y le trajeron un deseo
         el fervor y le trajeron una mueca
         que brillaba en la oscuridad
         y cabalgaba en los ojos.
Vino desde el otro lado de las sombras
          que habitaron el exilio.
Pidió el amanecer y le trajeron la sangre.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

MONSTRUOS de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches Nº 15


Todos los días rezo esta oración
al levantarme:
 
Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan,
igual, igual que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos
estoy cercado de monstruos!
 
No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí
misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.
 
No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con
todos sus tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente;
no, ninguno tan monstruoso
como esta alimaña que brama hacia ti,
como esta desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y ese espanto íntimo que hacia ti gime en la noche»

martes, 1 de noviembre de 2016

HOMBRE Y DIOS de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches nº 45


    Hombre es amor. Hombre es un haz, un centro
donde se anuda el mundo. Si Hombre falla
otra vez el vacío y la batalla
del primer caos y el Dios que grita "¡Entro!"
Hombre es amor, y Dios habita dentro
de ese pecho y, profundo, en él se acalla;
con esos ojos fisga, tras la valla,
su creación, atónitos de encuentro.
Amor-Hombre, total rijo sistema
yo (mi Universo). ¡Oh Dios, no me aniquiles
tú, flor inmensa que en mi insomnio creces!
Yo soy tu centro para ti, tu tema
de hondo rumiar, tu estancia y tus pensiles.
Si me deshago, tú desapareces.

domingo, 30 de octubre de 2016

AL DORSO DE UN RETRATO de Carilda Oliver Labra. Las 2001 Noches nº 104


Mira el retrato...
¡Fíjate bien!:
en lo que tengo tras la sien
hay arrebato.
Y la sonrisa
que por el rostro se pasea,
como enfermiza,
es pena fea.
¿No has observado
esta nariz?
Es un rarísimo desliz...
¡Vaya pecado!
En la garganta
ya casi pura
cantando canta
mi sepultura.
No he de ocultarte que por la frente
anda cautivo
un ser ausente,
peor que vivo.
Mira mi boca
-¿será de hada, será de bruja?-:
me la he cosido con una aguja;
herida antigua que se sofoca.
Jardín de rasos elementales,
ya no es un vino;
y aunque le corto ala y camino
tiene una furia, sufre unos males...
Aquí en el pecho
inútilmente, no sin razón,
loco, maltrecho,
mi corazón
el tiempo olvida;
por una estrella lo cambia todo,
y muy a su modo
hace la vida.
Estas orejas
guardan secretos interesantes,
músicas viejas,
voces de antes.
Lo que me pierde
y me aniquila
es la pupila
trágica, verde:
jade en que huyo,
mito en desgracia,
hoja de acacia,
luz de cocuyo.
A maravilla
el mármol finge
de alguna estatua, de alguna esfinge
esta mejilla;
y sin embargo
es suave y dulce como una pera
y sólo espera
un beso largo.
¿Y mi cabello?
Pobre tesoro,
pájaro bello,
lluvia de oro,
sube que sube
se enreda siempre con una nube.
Soy algo boba,
soy algo miope.
(Uno me daña y otro me roba);
pero ando en sueños siempre a galope.
¿Ves este cuello?
Pues se me enfría...
Lleva la muerte como un destello
de poesía.
Vida absoluta.
Hay cierta monja que nunca azoro,
hay cierta puta
aquí en mi carne. Con ambas lloro.
Cuando mañana se vuelva ayer
no haré del polvo un parentesco:
¡en el retrato siempre parezco
una mujer!

martes, 18 de octubre de 2016

SONETO de Rafael Alberti. Las 2001 Noches Nº 16


a Federico García Lorca
Sal tú, bebiendo campos y ciudades
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las altas claridades
del martin-pescador mecido nido.
 
Que yo saldré a esperarte amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz sola entre las tempestades.
 
Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.
 
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.

miércoles, 12 de octubre de 2016

VIOLENCIA DE LAS HORAS de César Vallejo. Las 2001 Noches Nº 9


    Todos han muerto
    Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.

    Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistinta- mente: «Buenos días, José! Buenos días, María!».
     Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
     Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
     Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
     Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
   Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi
experiencia.

   Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana
  y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.

   Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que
solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.

    Murió mi eternidad y estoy velándola.

martes, 11 de octubre de 2016

DOMINGO FERREIRO de Raúl González Tuñón. Las 2001 Noches nº 2


Toca la gaita Domingo Ferreiro
toca la gaita... «¡Non queiro, non queiro!»
Porque están llenas de sangre las rías,
porque no quiero, no quiero, no quiero.
Y se secaron los ramos floridos
que ella traía en la falda del viento,
que ella traía a su novio soldado
o pescador, labrador, marinero.
Sobre Galicia ha caído la peste,
ay, los oscuros sargentos vinieron.
Están colgando en los pinos los hombres,
toca la gaita, no quiero, no quiero.
Nuestros hermanos que están allá abajo
pronto vendrán a vengar a los muertos,
pronto vendrán en mitad del verano,  
pronto vendrán en mitad del invierno.
El que no ha muerto andará por el monte
y en las aldeas cayeron los buenos.
Ay, que no vayan los lobos al monte,
toca la gaita, no quiero, no quiero.
Ya llegarán las valientes milicias
para acabar con la hez del desierto.
Ya llegarán en mitad de la Historia,
ya llegarán en mitad de los tiempos.

Toca la gaita... ¡que baile el obispo!
Toca la gaita, no quiero, no quiero.
Porque no es hora de fiesta en España,
porque no quiero, no quiero, no quiero.
Ya llegarán los soldados leales
para acabar con los pájaros negros,
ya llegarán en mitad de la Biblia,
ya llegarán en mitad de los muertos.
Toca la gaita. ¡Que baile la víbora!
Toca la gaita, no quiero, no quiero.
Porque la gaita no quiere que toque.
Porque se ha muerto Domingo Ferreiro.

DOMINGO FERREIRO de Raúl González Tuñón. Las 2001 Noches nº 2


Toca la gaita Domingo Ferreiro
toca la gaita... «¡Non queiro, non queiro!»
Porque están llenas de sangre las rías,
porque no quiero, no quiero, no quiero.
Y se secaron los ramos floridos
que ella traía en la falda del viento,
que ella traía a su novio soldado
o pescador, labrador, marinero.
Sobre Galicia ha caído la peste,
ay, los oscuros sargentos vinieron.
Están colgando en los pinos los hombres,
toca la gaita, no quiero, no quiero.
Nuestros hermanos que están allá abajo
pronto vendrán a vengar a los muertos,
pronto vendrán en mitad del verano,
 
pronto vendrán en mitad del invierno.
El que no ha muerto andará por el monte
y en las aldeas cayeron los buenos.
Ay, que no vayan los lobos al monte,
toca la gaita, no quiero, no quiero.
Ya llegarán las valientes milicias
para acabar con la hez del desierto.
Ya llegarán en mitad de la Historia,
ya llegarán en mitad de los tiempos.

Toca la gaita... ¡que baile el obispo!
Toca la gaita, no quiero, no quiero.
Porque no es hora de fiesta en España,
porque no quiero, no quiero, no quiero.
Ya llegarán los soldados leales
para acabar con los pájaros negros,
ya llegarán en mitad de la Biblia,
ya llegarán en mitad de los muertos.
Toca la gaita. ¡Que baile la víbora!
Toca la gaita, no quiero, no quiero.
Porque la gaita no quiere que toque.
Porque se ha muerto Domingo Ferreiro.

lunes, 12 de septiembre de 2016

TODA LA NOCHE de Norma Menassa. Las 2001 Noches Nº 51

 
Toda la noche, el ruido del viento golpeaba las ventanas,
toda la noche semidespierta,
la monotonía insistía en los cristales.
De a ratos un jirón de viento azotaba y el agua ondeaba en
[sonidos diferentes
y a veces era sorda.
Mi alma lucía entre las sábanas una blancura de luna
[interrumpida
y el tiempo del eclipse se llenó de fantasmas.
Pasé entre las voces de las conversaciones
que subían de la calle
sorprendida a veces por gritos desencajados de la escena
e iluminé el insomnio de mi día infeliz,
de mi hora interminable
con pensamientos amarillos de papel despreciado
por el sometimiento de la inercia.
Toda la noche, conmigo entontecida,
la lluvia retrasaba los momentos
y todo era tardanza en los ojos del sueño fracasado
que se tragó la luz y acomodó las sombras
haciendo los entornos perceptibles.
Vi la ciudad golpeando en el asfalto
como un barco encallado
al que cuidadosamente fui sacando las anclas
y comenzó el vaivén.
¡Tierra del mar...!
y el navío zarpado iba al encuentro de
puertos invisibles
y todos nos perdimos abrazados.
Toda la noche festejamos sin ninguna moral,
el ruido del relámpago cayendo en rajaduras del espejo
que dejó en descubierto la variedad del mundo
y todos los males naturales.
Quedé toda mojada pegada a la ventana
que se abrió en el reflejo
y entré sobresaltada en la órbita de aquel
encogimiento orgánico.
Tuve un temblor
y aluciné una luz que me miraba fijo a una corta distancia.
Era la ventana del aparecido
y un hilo invisible
me unió al anónimo que me quería a mí
en esta extraña circunstancia.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

COMENCÉ A DARME CUENTA de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 62

Comencé a darme cuenta de que no era libre.
Nadie toleraba que a los 61 años,
amara el amor en lugar de hacerlo.
Nadie toleraba que a los 61 años,
todavía amara la libertad
que nunca había conseguido.
Ni yo mismo a los 61 años
puedo amar mis deseos sexuales.
Y después, las tardes de domingo,
me dejaba caer como una flor marchita
para que ella me pisoteara y nunca, nadie,
ni siquiera ella misma en su temblor,
podía tolerar mi resurrección.
Y yo me alzaba como los que saben volar
y ya tenía 61 años y siempre me veía caer
pero la vida misma es una sola para todos
por eso hubo días que algo en mí no caía.
Ella, rezando arrodillada
y yo, alzándome en la frase
hasta tocar su alma,
su vientre
su canción.
Ahí estaban las luces y éramos todos ciegos.
Nadie podía ver más allá de su amor.
Nadie podía llorar por desgracias ajenas.
Nadie podía dar comida al hambriento,
nuestra desgracia se lo llevaba todo.
Nunca hubo justicia entre nosotros
y jamás conocimos la libertad,
somos un pueblo muerto,
desde el comienzo nunca hubo pan.
Así eran las frases que ella recitaba
cuando, valientes, hacíamos el amor.
Y nadie toleraba que nuestro amor
fuera ese suave galope cibernético
a los 61 años
casi sin piernas
sin ganas de volar
sin cabellos al aire
sin manos al unísono
grabando en tu cuerpo
las huellas del tiempo.
A los 61 años,
cuando hacíamos el amor
todo era alucinación
verbo y locura.
Y lo peor de todo
era que nadie podía soportar,
ni siquiera ella misma,
que yo la mirara a los ojos
durante las comidas,
en el baño,
un momento antes de parir,
hijo o poema,
y la miraba a los ojos
cuando hacíamos el amor
y eso, en verdad, la enloquecía
y su goce era magistral y nuevo
pero nunca pudo tolerarlo.
Un día me lo dijo claramente:
no soporto que a los 61 años
seas tan feliz.

lunes, 5 de septiembre de 2016

LA INJUSTICIA de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches nº 106


¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,
mientras se comba el tiempo, rubio mastín que
duerme a las puertas de Dios.
Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras
tus corvas pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.
Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahincan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.
Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.
Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente,
cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.
Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del viejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.
Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.
... Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.
Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre, de
mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
pasajero bullir de un metal misterioso que irradia
la ternura.
Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón,
bestia maldita.
Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

viernes, 12 de agosto de 2016

SU MAJESTAD EL TIEMPO de Julio Herrera y Reissig


El Viejo Patriarca,
                   Que todo lo abarca,
Se riza la barba de príncipe asirio;
Su nívea cabeza parece un gran lirio,
Parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca.

Su pálida frente es un mapa confuso:
La abultan montañas de hueso.
Que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso
De todos los siglos del tiempo difuso.

Su frente de viejo ermitaño
Parece el desierto de todo lo antaño:
En ella han carpido la hora y el año,
Lo siempre empezado, lo siempre concluso,
Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
Lo extraño y lo iluso...

Su pálida frente es un mapa confuso:
La cruzan arrugas, eternas arrugas,
Que son cual los ríos del vago país de lo abstruso
Cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas.

¡Oh, las viejas, eternas arrugas;
Oh los surcos oscuros:
Pensamientos en formas de orugas
De donde saldrán los magníficos siglos futuros!



lunes, 29 de febrero de 2016

CANTO A LA FUERZA SINDICAL de Germán Pardo Garcia. Las 2001 Noches nº 46


I

 

COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical

                                                                          [lo principio

 convocando desde lo más rojo intenso de mi sangre a la

                                                                           muerte,

 porque jamás seréis los constructores obreros de la vida

 si ignoráis cómo trabajan los profundos mecanismos de la muerte.

 

Así comienzo este canto a vuestra fuerza sindical: desde      

                                                                               [abajo

 cual si enterrase los oscuros cimientos de una casa,

 para inducirla después con lentitud hacia la altura de     

                                                             [hermosos cuerpos

 cargados como todas las densas formas, de potencias eléctricas.

 

Otros hombres más universales dirían este canto

 con el nombre del sol como insignia en sus bocas, del sol

                                                                          [inagotable

 que satura intensamente gusanos cosmogónicos

 y enardece la rebelión de las panteras.

 

Mas yo, inmenso y brutal conocedor de sombras

                                                                  [demoníacas,

 afiánzome al hosco polvo con tenacidad de nervios

 y lanzo este himno como ardiente flor de pólvora

 que desde el piso asciende al vértigo de tempestades térmicas.

 

II

 

Y os digo en nombre de las innumerables alianzas que    

                                                                           [existen

 entre los brazos del hombre trabajador y los sólidos seres:

 ved a los armoniosos árboles confederándose

 sobre el poderoso flanco del gran monte antibélico.

 

Ellos son el primer símbolo de esta fuerza sindical de que os

                                                                               [hablo,

 contemplándola desde su nacer en la arcilla hasta su        

                                                          [elevación al Cosmos,

 porque también allá las estrellas únense para impulsar al      

                                                                            [Universo,

 enarbolado en mástil nuclear de lámparas tremendas

 con su fulgir de insectos nebúlicos de oro.

 

Os doy este humano ejemplo de los árboles porque son

                                                                           [criaturas

 que están cada vez más próximas al espíritu del hombre.

 Su inminente incorporación a nuestras almas la comprendemos

 al decir: más allá de la vida todos seremos árboles.

 

O al exclamar: estoy solo como un árbol ante la pérdida del

                                                                        [crepúsculo.

 

Ellos fundaron la inicial conciliación de vegetales

 para defender con su auxilio al proletario parvifundio.

 Al arbusto individual creciéronle otros árboles

 y apareció la fronda civil llena de voces y de ruidos,

 como en las plazas de las ciudades las multitudes famélicas.

 

Comparo este murmullo de las labiales hojas con acento de

                                                                          [palabras,

 porque ellas son así: dialogantes en su idioma de verdes

                                                                      [monosílabos.

 Tienen su misterioso abecedario y conocen la semántica del

                                                                              [viento,

 y en elásticos alambres de raíz o esferas húmedas y azules

 graban hondas inframúsicas que nosotros no escuchamos,

 y las reviven al decaer la rauda tracción de la materia.

 

III

 

ESTOS sensibles bosques sociales dotados de justísimas

                                                                           [lenguas

 urgen a la capacidad de mi corazón álgido y solo

 para que entienda la amargura del salario miserable;

 la aridez de los mineros que sacan de los cárcamos

 la esclavitud de los pétreos combustibles;

 la desecación de los arroyos pulmonares

 por el sílice y la cal de las canteras,

 y la agonía de los lívidos púgiles derrotados

 por la inercia y los espectros

 que atan a sus cinturas emblema falaz de campeones.

 

 

 

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IV

 

ME inducen a penetrar en los talleres en que obreros

                                                                       [tipógrafos

 colocan grises sílabas en planchas y molduras.

 Aquí la fuerza sindical logra creciente fragor de océano

 

que mueve sin cesar las tubulares rotativas.

 

Las olas de este mar tipógrafo son páginas

 de blanquísimo papel que inunda las metrópolis

 y se retira semejando las mareas,

 para volver a anegar las casas, las calles, los estadios,

 con la velocidad de sus cronologías.

 

¡Qué preludio tan sublime el de los linotipos y las prensas!

 ¡Qué ritmo tan dinámico el de los aceitados engranajes!

 ¡Cuánta belleza en las ustorias lámparas y espejos de

                                                                         [aluminio

 que distribuyen ecuaciones de calor y savias de sulfuro!

 

Aquí los árboles son discos enormes roturados

 y laborables hojas su balsámica madera.

 Se oye correr los ríos en cuyas márgenes llenas de tórridos

                                                                              [pájaros

 crecen las plantas de donde fluye la substantiva celulosa.

 Todo diluvio aquí se escucha.

 Todo huracán aquí distiéndese.

 El golpe de las almádenas que parten exágonos graníticos,

 repercute bajo el acero de estas bóvedadonde los relámpagos tienen menor velocidad que la noticia

 Aquí la ordenadora fuerza sindical es blanca república

 dirigida por las sienes sinfónicas del hombre.

 Y cuando las ventanas de esta fábrica impresora se abren al

                                                                     [sol y al viento,

 huyen los inmortales libros como alciones

 o espumas separándose de los nitrados promontorios.

 Los libros inmortales

 que divulgan la virilidad de las proclamas y los cantos de Píndaro.

 

V

 

ESTOS borrascosos bosques sociales me empujan a las    

                                                                            [riberas

 donde los sindicatos de fuertes pescadores

 bruñidos por las aguas teñidas de yoduros,

 viven su diaria intrepidez de cálidos tritones.

 Ellos, los broncos hijos del mar, se hunden en sus tormentas

 a festejar sus onomásticos bestiales,

 el ímpetu naval de sus bodas

 o el nacimiento de una estirpe,

 cual mayorazgos ebrios que retaran

 la cólera de un padre enloquecido.

 

Tienen tatuados mapas de las naciones navegadoras

 en la escollera brusca de sus velludos pechos,

 como las manchas que hay en el dorso de los marinos

                                                                       [elefantes.

 En esa geografía humanizada sobre códices de músculos,

 se apoya su derecho natural a la existencia.

 ¡Qué importa si sus hombros huelen a bacalao fétido

 y a putrefactas proteínas!

 ¡Y qué si hay en sus calcañares cicatrices de paguros!

 ¡Qué importa si ellos viven bajo sindicales leyes

 que en sus capítulos les cantan: al mar, al mar, al mar!

 

Así son estos hombres oceánidas: cambiantes de color y

                                                                       [contextura

 según el mar es áspero y de cobre, o azul índigo y tranquilo.

 Asociados están como los alcatraces y así pescan.

 Aprendieron del mar a federarse

 y caminan obedientes al corsario caudillo.

 Por eso el reclamo sindical de los estibadores

 tiene poder de octópodo que amarra y paraliza.

 ¿No habéis visto los puertos inmóviles, las barcazas

                                                                     [inmóviles,

 plegados los velámenes como atáxicas plumas,

 el salmón asfixiándose en las costas

 y el mosto envileciéndose en las cubas?

 Son los trabajadores del mar en la inacción de sus caídos

                                                                          [brazos

 y en la quietud de sus sociales olas,

 en tanto el viejo líder, cojo de eternidad y tuerto de

 constelaciones,

 la insurrección de sus obreros urde.

 

Sus carnívoras hembras tejedoras de redes aguzan los

                                                                        [arpones

 como sus homicidas colmillos los escualos.

 Nada es frágil en sus cuerpos de náuticos instintos.

 Sus caderas rezuman sal como los poros esponjarios.

 Sus verticales senos punzan como anémonas.

 Y allá van tras de sus machos pescadores,

 fieles a esa misma ley que agrupa a las corvinas,

 mientras el tifón soplando roncas caracolas

 y valvas de alectriones y crepídulas,

 clama desesperadamente: ¡al mar, al mar, al mar!

 

VI

 

ME arrastran estos civiles aires a las puertas de los túneles

 donde brigadas de mineros zapadores

 exploran las sepultas galerías,

 para ver que la arquitectura del planeta

 se erige en arcos de esmeralda

 sobre columnas de platino.

 Cada vez que la piqueta cavadora da un golpe en las fosas

                                                                  [subterráneas,

 aquel orbe interior es como un templo

 donde resuena un órgano monumental tocado en las

                                                                          [penumbras

 por la furia de un músico divino.

 

Allá las estalactitas licuándose parecen

 pestañas de unos ojos congelados

 que lloran implacables hacia adentro.

 De vez en cuando fosforescencias rápidas

 salidas de los cúmulos de azufre,

 son antorchas que alumbran funerales

 grandiosos de algún cíclope vencido.

 Y si algún minero muere despedazado por las rocas,

 sus compañeros con las piquetas inclinadas como a soldado

                                                                         [lo sepultan.

 Y el órgano estremece las cuevas de zafiro.

 

La fuerza sindical de los mineros

 sostiene a esas brigadas en la sombra.

 Sin su puntal el mundo quedaría

 como perdido cofre en que tesoros

 desguarnecidos por la causticidad del mar, se pudren.

 La fuerza sindical de los mineros

 los saca hacia la vida de lo oscuro.

 Cada gota de sangre de estos hombres

 se convierte en incendios de granate.

 Toda lágrima suya cristaliza.

 

Ellos hacen germinar energía y esperanza

 en lugares condenados a ser ciegos.

 Yo he descendido a las minas de carbón y contemplado

 la terrible oscuridad matriz del mundo.

 Esas minas se encuentran más abajo de las piedras

                                                                     [sepulcrales

 y desde ahí se puede ver no el rostro sino la espalda de los

                                                                       [muertos.

 Los mineros lo saben y hunden cuñas

 de esperanza en las cuarteaduras delatoras,

 de donde cuelgan tiras de epidermis y sudarios

 como telones de una habitación en ruinas.

 

Si es viscoso el contacto de la muerte

 sentido en superficies luminosas,

 en la tiniebla de los cárcamos

 es como posar los dedos sobre ofidios vomitorios

 enroscados en los fósiles de hulla.

 

Los mineros lo saben y elevan himnos de esperanza

 para alejar la angustia que presiona

 y aturdir el lamento de las criptas.

 Allá bajo la tierra se oye el himno más conmovedor del

                                                                            [mundo.

 Son los mineros derrotando su amargura

 al pie de un horizonte deletéreo,

 con sus coros de arcángeles hundidos.

 De pronto callan para oír que bloques bituminosos

 desplómanse de arcadas y paredes,

 y como exánimes cetáceos

 desaparecen entre asfálticas lagunas.

 

 

 

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VII

 

COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical

                                                                               [lo concluyo

 convocando desde los más sombríos sótanos mineros a la muerte,

 porque jamás seréis los constructores obreros de la vida

 si ignoráis cómo trabajan los profundos mecanismos de la muerte.

 En esas trincheras hondas con deformes figuras talladas en las 

                                                                                        [rocas

 por el desgaste persistente de los siglos

 hasta esculpir cabezas que de pronto

 suplican: "Dadnos rostros humanos, concluidos".

 En esas naves lóbregas donde las invocaciones así comienzan:

 "En el nombre del Trabajo partimos estas rocas

 y por él nuestra sangre y nuestro espíritu entregamos",

 allá quisiera humildemente prosternarme

con la veracidad de aquellos seres

 que pasaron por la tierra desnudos o cubiertos con pieles de leones,

 a ofrecer mis tributos integrales

 a esta grandeza sindical que canto

 no sólo en su evidencia entre los árboles,

 los talleres, océanos y minas,

 sino en mí porque mi cuerpo de trabajador nocturno

 envuelto en una túnica de llamas

 y signando con espinas de luceros el papel para escribirle

 su sangre de cristal a la Hermosura,

 ese cuerpo también está nutriéndose

 de vetas, yacimientos y de minas;

 de peces que emocionan con sus branquias

 los morados silencios de que vivo;

 de hormigas que me traen los acentos

 sonámbulos caídos en la arena;

 de cóndores idólatras que atizan

 en mis sienes la claridad que necesito;

 de caballos dementes que me dan el creador estrépito;

 de confederaciones celulares, cual vosotros,

 y alianzas con los óxidos de la sal, y servidumbres

 de mi alma escorando hacia el olvido.