EL FORNICIO
Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones,
te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis, ¿qué más
te dijera por dentro
griega,
mi egipcia, romana por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?
Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas
estallantes como Pitágoras,
te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona
parara el sol
fálicamente mía
¡te amara!
lunes, 16 de marzo de 2009
sábado, 14 de marzo de 2009
Las estatuas de los dioses de Luis Cernuda. Las 2001 Noches Nº 57
LAS ESTATUAS DE LOS DIOSES
Hermosas y vencidas soñáis,
vueltos los ciegos ojos hacia el cielo,
mirando las remotas edades
de titánicos hombres,
cuyo amor os daba ligeras guirnaldas
y la olorosa llama se alzaba
hacia la luz divina, su hermana celeste.
Reflejo de vuestra verdad, las criaturas
adictas y libres como el agua iban;
aún no había mordido la brillante maldad
sus cuerpos llenos de majestad y gracia.
En vosotros crecían y vosotros existíais;
la vida no era un delirio sombrío.
La miseria y la muerte futuras,
no pensadas aún, en vuestras manos
bajo un inofensivo sueño adormecían
sus venenosas flores bellas,
y una y otra vez el mismo amor tornaba
al pecho de los hombres,
como ave fiel que vuelve al nido
cuando el día, entre las altas ramas,
con apacible risa va entornando los ojos.
Eran tiempos heroicos y frágiles,
deshechos con vuestro poder como un sueño feliz.
Hoy yacéis, mutiladas y oscuras,
entre los grises jardines de las ciudades,
piedra inútil que el soplo celeste no anima,
abandonadas de la súplica y la humana esperanza.
La lluvia con la luz resbalan
sobre tanta muerte memorable,
mientras desfilan a lo lejos muchedumbres
que antaño impíamente desertaron
vuestros marmóreos altares,
santificados en la memoria del poeta.
Tal vez su fe os devuelva el cielo.
Mas no juzguéis por el rayo, la guerra o la plaga
una triste humanidad decaída;
impasibles reinad en el divino espacio.
Distraiga con su gracia el copero solícito
la cólera de vuestro poder que despierta.
En tanto el poeta, en la noche otoñal,
bajo el blanco embeleso lunático,
mira las ramas que el verdor abandona
nevarse de luz beatamente,
y sueña con vuestro trono de oro
y vuestra faz cegadora,
lejos de los hombres,
allá en la altura impenetrable.
Hermosas y vencidas soñáis,
vueltos los ciegos ojos hacia el cielo,
mirando las remotas edades
de titánicos hombres,
cuyo amor os daba ligeras guirnaldas
y la olorosa llama se alzaba
hacia la luz divina, su hermana celeste.
Reflejo de vuestra verdad, las criaturas
adictas y libres como el agua iban;
aún no había mordido la brillante maldad
sus cuerpos llenos de majestad y gracia.
En vosotros crecían y vosotros existíais;
la vida no era un delirio sombrío.
La miseria y la muerte futuras,
no pensadas aún, en vuestras manos
bajo un inofensivo sueño adormecían
sus venenosas flores bellas,
y una y otra vez el mismo amor tornaba
al pecho de los hombres,
como ave fiel que vuelve al nido
cuando el día, entre las altas ramas,
con apacible risa va entornando los ojos.
Eran tiempos heroicos y frágiles,
deshechos con vuestro poder como un sueño feliz.
Hoy yacéis, mutiladas y oscuras,
entre los grises jardines de las ciudades,
piedra inútil que el soplo celeste no anima,
abandonadas de la súplica y la humana esperanza.
La lluvia con la luz resbalan
sobre tanta muerte memorable,
mientras desfilan a lo lejos muchedumbres
que antaño impíamente desertaron
vuestros marmóreos altares,
santificados en la memoria del poeta.
Tal vez su fe os devuelva el cielo.
Mas no juzguéis por el rayo, la guerra o la plaga
una triste humanidad decaída;
impasibles reinad en el divino espacio.
Distraiga con su gracia el copero solícito
la cólera de vuestro poder que despierta.
En tanto el poeta, en la noche otoñal,
bajo el blanco embeleso lunático,
mira las ramas que el verdor abandona
nevarse de luz beatamente,
y sueña con vuestro trono de oro
y vuestra faz cegadora,
lejos de los hombres,
allá en la altura impenetrable.
jueves, 12 de marzo de 2009
Poesía. "Bárbara" de Jacques Prévert. Publicado en Las 2001 Noches nº 48
BÁRBARA
Acuérdate Bárbara
Llovía sin cesar sobre Brest aquel día
Y caminabas sonriente
Abierta radiante empapada
Bajo la lluvia
Acuérdate Bárbara
Llovía sin cesar sobre Brest
Y me crucé contigo calle de Siam
Sonreías
Y yo sonreía también
Acuérdate Bárbara
Tú a quien no conocía
Tú que no me conocías
Acuérdate
Acuérdate sin embargo de aquel día
No olvides
Un hombre se cobijaba en un portal
Y gritó tu nombre
Bárbara
Y corriste a su encuentro bajo la lluvia
Empapada radiante abierta
Y te echaste en sus brazos
Acuérdate de eso Bárbara
Y no te enfades si te tuteo
Tuteo a todos los que amo
Aunque sólo les haya visto una vez
Tuteo a todos los que se aman
Aunque no les conozca
Acuérdate Bárbara
No te olvides
Esta lluvia quieta y feliz
Sobre tu rostro feliz
Sobre esta ciudad feliz
Esta lluvia sobre el mar
Sobre los astilleros
Sobre el barco de Ouessant
Oh Bárbara
Qué putada la guerra
Qué será de ti ahora
Bajo esa lluvia de hierro
De fuego de acero de sangre
Y aquel que te abrazaba
Amorosamente
¿Ha muerto? ¿Ha desaparecido? ¿O aún está vivo?
Oh Bárbara
Llueve sin cesar sobre Brest
Como llovía antes
Pero ya no es lo mismo y todo está estropeado
Es una lluvia de duelo terrible y desolada
No es ni siquiera la tormenta
De hierro de acero de sangre
Sencillamente nubes
Que revientan como perros
Perros que desaparecen
Con el agua sobre Brest
Y van a pudrirse lejos
Lejos muy lejos de Brest
De la cual no queda nada.
JACQUES PRÉVERT
Francia-1900
Acuérdate Bárbara
Llovía sin cesar sobre Brest aquel día
Y caminabas sonriente
Abierta radiante empapada
Bajo la lluvia
Acuérdate Bárbara
Llovía sin cesar sobre Brest
Y me crucé contigo calle de Siam
Sonreías
Y yo sonreía también
Acuérdate Bárbara
Tú a quien no conocía
Tú que no me conocías
Acuérdate
Acuérdate sin embargo de aquel día
No olvides
Un hombre se cobijaba en un portal
Y gritó tu nombre
Bárbara
Y corriste a su encuentro bajo la lluvia
Empapada radiante abierta
Y te echaste en sus brazos
Acuérdate de eso Bárbara
Y no te enfades si te tuteo
Tuteo a todos los que amo
Aunque sólo les haya visto una vez
Tuteo a todos los que se aman
Aunque no les conozca
Acuérdate Bárbara
No te olvides
Esta lluvia quieta y feliz
Sobre tu rostro feliz
Sobre esta ciudad feliz
Esta lluvia sobre el mar
Sobre los astilleros
Sobre el barco de Ouessant
Oh Bárbara
Qué putada la guerra
Qué será de ti ahora
Bajo esa lluvia de hierro
De fuego de acero de sangre
Y aquel que te abrazaba
Amorosamente
¿Ha muerto? ¿Ha desaparecido? ¿O aún está vivo?
Oh Bárbara
Llueve sin cesar sobre Brest
Como llovía antes
Pero ya no es lo mismo y todo está estropeado
Es una lluvia de duelo terrible y desolada
No es ni siquiera la tormenta
De hierro de acero de sangre
Sencillamente nubes
Que revientan como perros
Perros que desaparecen
Con el agua sobre Brest
Y van a pudrirse lejos
Lejos muy lejos de Brest
De la cual no queda nada.
JACQUES PRÉVERT
Francia-1900
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poesía
miércoles, 11 de marzo de 2009
Poesía. "El poeta ciego" de Juan-Jacobo Bajarlía. Publicado en Las 2001 Noches nº 7
El POETA CIEGO
a Jorge Luis Borges
La onda extendía su designio entre el deseo y la piedra
y golpeaba el tiempo en que se deslizaba la profecía:
los recuerdos inscribían tu retrato que caía de los años
y Guillermo Tell horadaba las palabras que iluminaban tu cabeza.
La noche aún no había sido devorada
pero en el retrato estaban tus ancestros y el rey Lear
que contaba las guerras
el río de sangre
y las ausencias
el rostro que llevaste cuando la ceguera de Homero
forjaba la espada de Ilión
y el sexo acuoso de Circe.
Ahora
en noche repetida
cuando las tinieblas bailan en el alba
enumeras el cansancio de Antígona y los ojos ciegos
de Edipo
la visión de Swedenborg
y el cierre espinoso de John Donne
que caían en las campanas que doblaban in tenebris.
Los ángeles ciegos del abismo que vienen en busca del olvido
brillan en tus cuencas para ver la ausencia:
traen la oscuridad de un dios en el exilio
que has negado al enfrentarlo en la noche sin verbos de Tlön
y en el rostro multiplicado del simurg.
Ya no te ves en los espejos que aceleraban la infamia
ni en el timbre que vibraba en los días recurrentes
ni aún en las palabras que se arrastraban en tu impulso.
Sólo ves desde una ventana ciega abierta al vacío
que los hombres acuñaron con el nombre de gloria.
En tus ojos crecieron otros ojos
y en tu rostro la eternidad sin ojos.
a Jorge Luis Borges
y golpeaba el tiempo en que se deslizaba la profecía:
los recuerdos inscribían tu retrato que caía de los años
y Guillermo Tell horadaba las palabras que iluminaban tu cabeza.
La noche aún no había sido devorada
pero en el retrato estaban tus ancestros y el rey Lear
que contaba las guerras
el río de sangre
y las ausencias
el rostro que llevaste cuando la ceguera de Homero
forjaba la espada de Ilión
y el sexo acuoso de Circe.
Ahora
en noche repetida
cuando las tinieblas bailan en el alba
enumeras el cansancio de Antígona y los ojos ciegos
de Edipo
la visión de Swedenborg
y el cierre espinoso de John Donne
que caían en las campanas que doblaban in tenebris.
Los ángeles ciegos del abismo que vienen en busca del olvido
brillan en tus cuencas para ver la ausencia:
traen la oscuridad de un dios en el exilio
que has negado al enfrentarlo en la noche sin verbos de Tlön
y en el rostro multiplicado del simurg.
Ya no te ves en los espejos que aceleraban la infamia
ni en el timbre que vibraba en los días recurrentes
ni aún en las palabras que se arrastraban en tu impulso.
Sólo ves desde una ventana ciega abierta al vacío
que los hombres acuñaron con el nombre de gloria.
En tus ojos crecieron otros ojos
y en tu rostro la eternidad sin ojos.
lunes, 9 de marzo de 2009
"El tigre" de Pablo Neruda. Publicado en Las 2001 Noches nº 74
EL TIGRE
Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río blanco crece
bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te sumerges.
Espero.
Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.
Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río blanco crece
bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te sumerges.
Espero.
Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.
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viernes, 6 de marzo de 2009
Poesía. "Portanube" de Jean Arp. Publicado en Las 2001 noches nº 37
PORTANUBE
tú llevas una mirada de piedra
sobre cuatro plumas
usted lleva un suspiro de piedra
sobre cuatro hojas
hablarse de usted o tutearse
sobre una montaña de tazas
refresca la fachada de los besos
riega las almas simétricas
que caen en su mano izquierda
en su boca derecha
y se devoran sin que venga el coco
hablarse de usted o tutearse
sobre una montaña de tazas
da noche a un día
de punta en blanco
que vuela con orejas de lujo
y zapatos de nieve
y se sienta en la cabeza de una estrella
que imita la voz humana
tú llevas una mirada de piedra
sobre cuatro plumas
usted lleva un suspiro de piedra
sobre cuatro hojas
hablarse de usted o tutearse
sobre una montaña de tazas
refresca la fachada de los besos
riega las almas simétricas
que caen en su mano izquierda
en su boca derecha
y se devoran sin que venga el coco
hablarse de usted o tutearse
sobre una montaña de tazas
da noche a un día
de punta en blanco
que vuela con orejas de lujo
y zapatos de nieve
y se sienta en la cabeza de una estrella
que imita la voz humana
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poesía "Jean Arp" Portanube
lunes, 2 de marzo de 2009
Poesía. "Las Pascuas del tiempo" de Julio Herrera y Reissig. Publicado en Las 2001 Noches nº 44
LAS PASCUAS DEL TIEMPO
I
SU MAJESTAD EL TIEMPO
El Viejo Patriarca,
Que todo lo abarca,
Se riza la barba de príncipe asirio;
Su nívea cabeza parece un gran lirio,
Parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca.
Su pálida frente es un mapa confuso:
La abultan montañas de hueso.
Que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso
De todos los siglos del tiempo difuso.
Su frente de viejo ermitaño
Parece el desierto de todo lo antaño:
En ella han carpido la hora y el año,
Lo siempre empezado, lo siempre concluso,
Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
Lo extraño y lo iluso...
Su pálida frente es un mapa confuso:
La cruzan arrugas, eternas arrugas,
Que son cual los ríos del vago país de lo abstruso
Cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas.
¡Oh, las viejas, eternas arrugas;
Oh los surcos oscuros:
Pensamientos en formas de orugas
De donde saldrán los magníficos siglos futuros!
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