MONÓLOGO ENTRE LA VACA Y EL
MORIBUNDO
(III)
He leído nuevamente “La Poesía y Yo” y he decidido publicarlo. He
decidido, quiere decir, que me he encontrado en la lectura con una poesía que
no pensaba estuviera ya escrita. Éste no es como ninguno de mis libros
anteriores y sin embargo me vuelve a pasar lo mismo, esta vez tampoco sé si
conseguiré convencer a algún contemporáneo del valor de mis versos. Un libro
que está compuesto de una manera nada ortodoxa para mi manera de componer mis
libros anteriores.
Poemas escritos hace tres años, con poemas escritos ayer, para decirlo
de alguna manera. En momentos muy diferentes de mi vida el poeta urdía siempre
la misma trama, atado al mandato de producir este libro no prestó demasiada
atención a las vicisitudes de mi vida que, por momentos resultaban contrarias a
la poesía y no sólo a eso, sino también, a que se reunieran en un solo libro
los poemas que iba escribiendo el poeta en tan diferentes estados de mi ánimo.
Hoy
frente a mí mismo el poeta ha producido el milagro, al componer con todas esas
páginas un solo libro que se llama “La Poesía y Yo”, y que consta de una
introducción y cinco secciones.
Otra de las diferencias es que en este libro no hay, creo, ni una sola
fecha, como si todo el libro se hubiese escrito el mismo día. Como si todo no
fuese otra cosa que un instante, como si los aparentes fragmentos no fuesen
sino trozos de una misma fotografía. Un hombre en los finales del siglo XX.
Un hombre alucinado, luchando (y perdiendo su propia vida en esa lucha)
entre ser la pureza siempre divina del hombre primitivo (amante de una
naturaleza abierta donde todo el aire era para él, y su único amo era Dios) o
ser el desperdicio de una sociedad en crecimiento que es lo que proponen para
él, los sistemas actuales de convivencia.
No puedo, sin embargo, dejar de escribir que un hombre alucinado es un
hombre que ve algo que no está exactamente pasando para todos, quiero decir un
hombre alucinado, cuando lo dejan, es capaz de anticipar el futuro.
La ideología para vivir fue sostenida durante todo este tiempo por una
sola frase:
Lo mejor para el amor, es hacerlo entre varias personas.
El marco teórico con el cual yo pretendía influir al poeta durante la
escritura de estos poemas, y en parte creo haberlo conseguido, estaba dado por
la teoría del valor y la teoría del inconsciente, algunos conceptos de la
lingüística estructural y leves nociones de ese instrumento para ayudar a
imaginar que es la topología.
El poeta oponía durante todo el tiempo que duró la escritura del libro,
a estas imprecisiones científicas (como él las llamaba) la vida, que en todos
los casos no cabía en esa relatividad, mi propia vida que en la relación con su
escritura se fue transformando hasta tal punto que llegué a creer por momentos
que era yo mismo el que escribía los versos.
La vida que el poeta oponía rabiosamente a las ciencias, eran palabras,
y no vanas palabras al viento juguetes de las olas, sino una vida tan material
como las ciencias, porque la vida era para el poeta sus palabras escritas.
La lucha no fue a muerte, primero porque yo no soy un amante de la
muerte y segundo porque el poeta traía esta vez intenciones de conversar. Para
él no sé cómo habrá sido, para mí fue una conversación descomunal, sin saber,
sino solamente ahora, que ciertos dolores musculares, ciertos síntomas de
impotencia que antes nunca había padecido, desórdenes incalculables para mi
personalidad tanto en mi economía libidinal como en mi economía política, eran
productos de instantes insoportables para mi moral durante el tiempo de la
conversación.
Muchas veces abandonaba al poeta a su propia suerte, y él, quedaba
arrinconado y llegué a esconderle la máquina de escribir, y dejarlo varios días
sin comer, o bien cuando me imploraba que volviéramos a escribir, lo mandaba a
hacer el amor con las mujeres. Cuando yo volvía por esa sensación de grandeza
que él siempre me ofrecía en los encuentros, sus primeras palabras eran siempre
contra mí, me mostraba claramente en un poema la mezquindad de mi mediocridad,
me llamaba dos o tres veces cobarde, y después continuábamos la conversación.
A veces en los momentos que mejor nos llevábamos intentábamos hacer el
amor con una mujer. Y siempre nos salía mal. Después de los primeros momentos
donde la mujer permanecía anonadada frente a nuestra belleza inicial,
comenzábamos a hacer con ella cosas diferentes imposibles de ser soportadas,
como en nuestro caso, por la misma persona. Yo hacía promesas. Él insistía que
la única promesa posible, era no prometer. Yo la miraba a los ojos, él prefería
escuchar su voz. Ella terminaba volviéndose loca y caía enamorada en brazos de
alguno de los dos según las circunstancias y según la mujer, y se quedaba a
veces sin mirada, a veces sin voz. Quiero decir, nunca pudimos hacer el amor
juntos con la misma mujer.
Sé que esta noche sus versos me tienen encandilado, sin embargo no
termino de comprender cómo fue posible. Haber dicho esas cosas del amor, haber
escrito esas palabras acerca de la muerte, proponer en definitiva una nueva
manera de mirar la vida de los hombres. A veces temo ser castigado. Él no teme
a nada, sólo que yo le quite el soporte de toda su grandeza, mi cuerpo
tembloroso. Él no sabe, porque todo lo hace sin saber, que mi cuerpo ya no me
pertenece, o por lo menos está perdido entre sus letras. En estos momentos
cuando yo acabo de confesarle lo que no pensaba confesarle, él (podríamos
decir) me obliga a un nuevo y definitivo compromiso. Prestar mi nombre propio
como autor de su libro, ya que los poetas no tienen nombre propio, y en estas
circunstancias yo fui su amigo.
Cuando comprendo la propuesta siento halago que me corresponda, a mí
mismo, ser el autor de este libro, y al mismo tiempo la duda que se me otorgue
tan fácilmente cosa tan grande, por la simpleza de haber vivido dentro de la
misma piel, durante un tiempo junto con un poeta.
Pregunto rápidamente ¿con qué, si nada tengo, voy a pagar semejante
regalo?
No obtengo ninguna respuesta.
El libro ha quedado compuesto sobre mi escritorio.
Vuelvo a preguntar desesperadamente y el infinito silencio que me rodea
pone en cuestión en mi propio nombre, mi propia vida.
La poesía queda a salvo. Él, ha partido.
Miguel Oscar Menassa
No hay comentarios:
Publicar un comentario