I
COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical
[lo principio
convocando desde lo
más rojo intenso de mi sangre a la
muerte,
porque jamás seréis
los constructores obreros de la vida
si ignoráis cómo
trabajan los profundos mecanismos de la muerte.
Así comienzo este canto a vuestra fuerza sindical:
desde
[abajo
cual si enterrase los
oscuros cimientos de una casa,
para inducirla
después con lentitud hacia la altura de
[hermosos cuerpos
cargados como todas
las densas formas, de potencias eléctricas.
Otros hombres más universales dirían este canto
con el nombre del sol
como insignia en sus bocas, del sol
[inagotable
que satura
intensamente gusanos cosmogónicos
y enardece la
rebelión de las panteras.
Mas yo, inmenso y brutal conocedor de sombras
[demoníacas,
afiánzome al hosco
polvo con tenacidad de nervios
y lanzo este himno
como ardiente flor de pólvora
que desde el piso
asciende al vértigo de tempestades térmicas.
II
Y os digo en nombre de las innumerables alianzas que
[existen
entre los brazos del
hombre trabajador y los sólidos seres:
ved a los armoniosos
árboles confederándose
sobre el poderoso
flanco del gran monte antibélico.
Ellos son el primer símbolo de esta fuerza sindical de que
os
[hablo,
contemplándola desde
su nacer en la arcilla hasta su
[elevación al Cosmos,
porque también allá
las estrellas únense para impulsar al
[Universo,
enarbolado en mástil
nuclear de lámparas tremendas
con su fulgir de
insectos nebúlicos de oro.
Os doy este humano ejemplo de los árboles porque son
[criaturas
que están cada vez
más próximas al espíritu del hombre.
Su inminente
incorporación a nuestras almas la comprendemos
al decir: más allá de
la vida todos seremos árboles.
O al exclamar: estoy solo como un árbol ante la pérdida del
[crepúsculo.
Ellos fundaron la inicial conciliación de vegetales
para defender con su
auxilio al proletario parvifundio.
Al arbusto individual
creciéronle otros árboles
y apareció la fronda
civil llena de voces y de ruidos,
como en las plazas de
las ciudades las multitudes famélicas.
Comparo este murmullo de las labiales hojas con acento de
[palabras,
porque ellas son así:
dialogantes en su idioma de verdes
[monosílabos.
Tienen su misterioso
abecedario y conocen la semántica del
[viento,
y en elásticos
alambres de raíz o esferas húmedas y azules
graban hondas
inframúsicas que nosotros no escuchamos,
y las reviven al
decaer la rauda tracción de la materia.
III
ESTOS sensibles bosques sociales dotados de justísimas
[lenguas
urgen a la capacidad
de mi corazón álgido y solo
para que entienda la
amargura del salario miserable;
la aridez de los
mineros que sacan de los cárcamos
la esclavitud de los
pétreos combustibles;
la desecación de los
arroyos pulmonares
por el sílice y la
cal de las canteras,
y la agonía de los
lívidos púgiles derrotados
por la inercia y los
espectros
que atan a sus
cinturas emblema falaz de campeones.
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IV
ME inducen a penetrar en los talleres en que obreros
[tipógrafos
colocan grises
sílabas en planchas y molduras.
Aquí la fuerza
sindical logra creciente fragor de océano
que mueve sin cesar las tubulares rotativas.
Las olas de este mar tipógrafo son páginas
de blanquísimo papel
que inunda las metrópolis
y se retira semejando
las mareas,
para volver a anegar
las casas, las calles, los estadios,
con la velocidad de
sus cronologías.
¡Qué preludio tan sublime el de los linotipos y las prensas!
¡Qué ritmo tan
dinámico el de los aceitados engranajes!
¡Cuánta belleza en
las ustorias lámparas y espejos de
[aluminio
que distribuyen
ecuaciones de calor y savias de sulfuro!
Aquí los árboles son discos enormes roturados
y laborables hojas su
balsámica madera.
Se oye correr los
ríos en cuyas márgenes llenas de tórridos
[pájaros
crecen las plantas de
donde fluye la substantiva celulosa.
Todo diluvio aquí se
escucha.
Todo huracán aquí
distiéndese.
El golpe de las
almádenas que parten exágonos graníticos,
repercute bajo el
acero de estas bóvedadonde los relámpagos tienen menor velocidad que la noticia
Aquí la ordenadora
fuerza sindical es blanca república
dirigida por las
sienes sinfónicas del hombre.
Y cuando las ventanas
de esta fábrica impresora se abren al
[sol y
al viento,
huyen los inmortales
libros como alciones
o espumas separándose
de los nitrados promontorios.
Los libros inmortales
que divulgan la
virilidad de las proclamas y los cantos de Píndaro.
V
ESTOS borrascosos bosques sociales me empujan a las
[riberas
donde los sindicatos
de fuertes pescadores
bruñidos por las
aguas teñidas de yoduros,
viven su diaria
intrepidez de cálidos tritones.
Ellos, los broncos
hijos del mar, se hunden en sus tormentas
a festejar sus
onomásticos bestiales,
el ímpetu naval de
sus bodas
o el nacimiento de
una estirpe,
cual mayorazgos
ebrios que retaran
la cólera de un padre
enloquecido.
Tienen tatuados mapas de las naciones navegadoras
en la escollera
brusca de sus velludos pechos,
como las manchas que
hay en el dorso de los marinos
[elefantes.
En esa geografía
humanizada sobre códices de músculos,
se apoya su derecho
natural a la existencia.
¡Qué importa si sus
hombros huelen a bacalao fétido
y a putrefactas
proteínas!
¡Y qué si hay en sus
calcañares cicatrices de paguros!
¡Qué importa si ellos
viven bajo sindicales leyes
que en sus capítulos
les cantan: al mar, al mar, al mar!
Así son estos hombres oceánidas: cambiantes de color y
[contextura
según el mar es áspero
y de cobre, o azul índigo y tranquilo.
Asociados están como
los alcatraces y así pescan.
Aprendieron del mar a
federarse
y caminan obedientes
al corsario caudillo.
Por eso el reclamo
sindical de los estibadores
tiene poder de
octópodo que amarra y paraliza.
¿No habéis visto los
puertos inmóviles, las barcazas
[inmóviles,
plegados los
velámenes como atáxicas plumas,
el salmón
asfixiándose en las costas
y el mosto
envileciéndose en las cubas?
Son los trabajadores
del mar en la inacción de sus caídos
[brazos
y en la quietud de
sus sociales olas,
en tanto el viejo
líder, cojo de eternidad y tuerto de
constelaciones,
la insurrección de
sus obreros urde.
Sus carnívoras hembras tejedoras de redes aguzan los
[arpones
como sus homicidas
colmillos los escualos.
Nada es frágil en sus
cuerpos de náuticos instintos.
Sus caderas rezuman
sal como los poros esponjarios.
Sus verticales senos
punzan como anémonas.
Y allá van tras de
sus machos pescadores,
fieles a esa misma
ley que agrupa a las corvinas,
mientras el tifón
soplando roncas caracolas
y valvas de
alectriones y crepídulas,
clama
desesperadamente: ¡al mar, al mar, al mar!
VI
ME arrastran estos civiles aires a las puertas de los
túneles
donde brigadas de
mineros zapadores
exploran las sepultas
galerías,
para ver que la
arquitectura del planeta
se erige en arcos de
esmeralda
sobre columnas de
platino.
Cada vez que la
piqueta cavadora da un golpe en las fosas
[subterráneas,
aquel orbe interior
es como un templo
donde resuena un
órgano monumental tocado en las
[penumbras
por la furia de un
músico divino.
Allá las estalactitas licuándose parecen
pestañas de unos ojos
congelados
que lloran
implacables hacia adentro.
De vez en cuando
fosforescencias rápidas
salidas de los
cúmulos de azufre,
son antorchas que
alumbran funerales
grandiosos de algún
cíclope vencido.
Y si algún minero
muere despedazado por las rocas,
sus compañeros con
las piquetas inclinadas como a soldado
[lo sepultan.
Y el órgano estremece
las cuevas de zafiro.
La fuerza sindical de los mineros
sostiene a esas
brigadas en la sombra.
Sin su puntal el
mundo quedaría
como perdido cofre en
que tesoros
desguarnecidos por la
causticidad del mar, se pudren.
La fuerza sindical de
los mineros
los saca hacia la
vida de lo oscuro.
Cada gota de sangre
de estos hombres
se convierte en
incendios de granate.
Toda lágrima suya
cristaliza.
Ellos hacen germinar energía y esperanza
en lugares condenados
a ser ciegos.
Yo he descendido a
las minas de carbón y contemplado
la terrible oscuridad
matriz del mundo.
Esas minas se
encuentran más abajo de las piedras
[sepulcrales
y desde ahí se puede
ver no el rostro sino la espalda de los
[muertos.
Los mineros lo saben
y hunden cuñas
de esperanza en las
cuarteaduras delatoras,
de donde cuelgan
tiras de epidermis y sudarios
como telones de una
habitación en ruinas.
Si es viscoso el contacto de la muerte
sentido en
superficies luminosas,
en la tiniebla de los
cárcamos
es como posar los
dedos sobre ofidios vomitorios
enroscados en los
fósiles de hulla.
Los mineros lo saben y elevan himnos de esperanza
para alejar la
angustia que presiona
y aturdir el lamento
de las criptas.
Allá bajo la tierra
se oye el himno más conmovedor del
[mundo.
Son los mineros
derrotando su amargura
al pie de un
horizonte deletéreo,
con sus coros de
arcángeles hundidos.
De pronto callan para
oír que bloques bituminosos
desplómanse de
arcadas y paredes,
y como exánimes
cetáceos
desaparecen entre
asfálticas lagunas.
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VII
COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical
[lo concluyo
convocando desde los
más sombríos sótanos mineros a la muerte,
porque jamás seréis
los constructores obreros de la vida
si ignoráis cómo
trabajan los profundos mecanismos de la muerte.
En esas trincheras
hondas con deformes figuras talladas en las
[rocas
por el desgaste
persistente de los siglos
hasta esculpir
cabezas que de pronto
suplican:
"Dadnos rostros humanos, concluidos".
En esas naves
lóbregas donde las invocaciones así comienzan:
"En el nombre
del Trabajo partimos estas rocas
y por él nuestra sangre
y nuestro espíritu entregamos",
allá quisiera
humildemente prosternarme
con la veracidad de aquellos seres
que pasaron por la
tierra desnudos o cubiertos con pieles de leones,
a ofrecer mis
tributos integrales
a esta grandeza
sindical que canto
no sólo en su
evidencia entre los árboles,
los talleres, océanos
y minas,
sino en mí porque mi
cuerpo de trabajador nocturno
envuelto en una
túnica de llamas
y signando con
espinas de luceros el papel para escribirle
su sangre de cristal
a la Hermosura,
ese cuerpo también
está nutriéndose
de vetas, yacimientos
y de minas;
de peces que
emocionan con sus branquias
los morados silencios
de que vivo;
de hormigas que me
traen los acentos
sonámbulos caídos en
la arena;
de cóndores idólatras
que atizan
en mis sienes la
claridad que necesito;
de caballos dementes
que me dan el creador estrépito;
de confederaciones
celulares, cual vosotros,
y alianzas con los
óxidos de la sal, y servidumbres
de mi alma escorando
hacia el olvido.
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