domingo, 31 de enero de 2010

El POETA CANTA POR TODOS de Vicente Aleixandre. Las 2001 Noches nº 18


I

Allí están todos, y tú los estás mirando pasar.
¡Ah, sí, allí, cómo quisieras mezclarte y reconocerte!

El furioso torbellino dentro del corazón te enloquece.
Masa frenética de dolor, salpicada
contra aquellas mudas paredes interiores de carne.
Y entonces en un último esfuerzo te decides. Sí, pasan.

Todos están pasando. Hay niños, mujeres. Hombres
serios. Luto cierto, miradas.
Y una masa sola, un único ser, reconcentradamente
desfila.
Y tú, con el corazón apretado, convulso de tu solitario
dolor, en un último esfuerzo te sumes.
Sí, al fin, ¡cómo te encuentras y hallas!
Allí serenamente en la ola te entregas. Quedamente
derivas.
Y vas acunadamente empujado, como mecido, ablandado.
Y oyes un rumor denso, como un cántico ensordecido.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva.

II

Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón
contraído.
Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus
ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho, te hace
girar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos se
ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en
tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te
reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones
esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

III

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos. Están escuchando una
única voz que los canta.
Masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y tú sumido, casi disuelto, como un nudo de su ser te
conoces.
Suena la voz que los lleva. Se acuesta como un camino.
Todas las plantas están pisándola.
Están pisándola hermosamente, están grabándola con su
carne.
Y ella se despliega y ofrece, y toda la masa gravemente
desfila.
Como una montaña sube. Es la senda de los que marchan.
Y asciende hasta el pico claro. Y el sol se abre sobre las
frentes.
Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre.

sábado, 30 de enero de 2010

BARATO, SE LIQUIDA de Vladimir Maiacovski. Las 2001 noches nº 110


A ti, mujer que pasas y te busco,
o a ti, transeúnte, a quien miro simplemente.
Todos pasáis temerosos apretando los bolsillos.
¡Ridículos!
¡A los pobres,
qué pueden robarles!
Pasarán los años,
lo sabrán ustedes,
tal vez, yo,
candidato a dos metros de la morgue municipal,
soy infinitamente más rico
que cualquier Pierpont Morgan.

Al cabo de muchos años,
ya no viviré,
moriré de hambre
o un tiro me pegaré.
A mí,
al de fuego,
me estudiarán los profesores,
hasta los puntos y las comas,
y hablarán de dónde y cómo,
y cuándo vivió y nació...
Y desde la cátedra,
un idiota de frente saliente,
recordará a Dios o al demonio.
Se inclinará la muchedumbre,
adorándome inquieta,
y no me reconocerán.
Dibujarán una cabeza colgante,
con cuerpos o con aureola.
Y todas las estudiantes,
antes de dormirse,
soñarán acostadas sobre mis versos.

Soy pesimista -dicen-
¡Ya lo sé!
¡Siempre habrá aprendices en la tierra!
Pero al fin,
escuchadme.
Todo lo que posee mi alma,
todo,
¿a ver quién se atreve a medir esta hondura?
Toda la maravilla,
que en la eternidad adornará mi paso,
y aun mi propia inmortalidad,
que tronando por todos los siglos,
juntará a mis admiradores de rodillas,
en el mundo y siempre.
¿Todo eso, quieren?
Lo doy en seguida
por una sola palabra,
cariñosa,
humana.

miércoles, 27 de enero de 2010

CANTO A LA FUERZA SINDICAL de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 46

I

COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical

[lo principio

convocando desde lo más rojo intenso de mi sangre a la

muerte,

porque jamás seréis los constructores obreros de la vida

si ignoráis cómo trabajan los profundos mecanismos de la muerte.

Así comienzo este canto a vuestra fuerza sindical: desde

[abajo

cual si enterrase los oscuros cimientos de una casa,

para inducirla después con lentitud hacia la altura de

[hermosos cuerpos

cargados como todas las densas formas, de potencias eléctricas.

Otros hombres más universales dirían este canto

con el nombre del sol como insignia en sus bocas, del sol

[inagotable

que satura intensamente gusanos cosmogónicos

y enardece la rebelión de las panteras.

Mas yo, inmenso y brutal conocedor de sombras

[demoníacas,

afiánzome al hosco polvo con tenacidad de nervios

y lanzo este himno como ardiente flor de pólvora

que desde el piso asciende al vértigo de tempestades térmicas.

II

Y os digo en nombre de las innumerables alianzas que

[existen

entre los brazos del hombre trabajador y los sólidos seres:

ved a los armoniosos árboles confederándose

sobre el poderoso flanco del gran monte antibélico.

Ellos son el primer símbolo de esta fuerza sindical de que os

[hablo,

contemplándola desde su nacer en la arcilla hasta su

[elevación al Cosmos,

porque también allá las estrellas únense para impulsar al

[Universo,

enarbolado en mástil nuclear de lámparas tremendas

con su fulgir de insectos nebúlicos de oro.

Os doy este humano ejemplo de los árboles porque son

[criaturas

que están cada vez más próximas al espíritu del hombre.

Su inminente incorporación a nuestras almas la comprendemos

al decir: más allá de la vida todos seremos árboles.

O al exclamar: estoy solo como un árbol ante la pérdida del

[crepúsculo.

Ellos fundaron la inicial conciliación de vegetales

para defender con su auxilio al proletario parvifundio.

Al arbusto individual creciéronle otros árboles

y apareció la fronda civil llena de voces y de ruidos,

como en las plazas de las ciudades las multitudes famélicas.

Comparo este murmullo de las labiales hojas con acento de

[palabras,

porque ellas son así: dialogantes en su idioma de verdes

[monosílabos.

Tienen su misterioso abecedario y conocen la semántica del

[viento,

y en elásticos alambres de raíz o esferas húmedas y azules

graban hondas inframúsicas que nosotros no escuchamos,

y las reviven al decaer la rauda tracción de la materia.

III

ESTOS sensibles bosques sociales dotados de justísimas

[lenguas

urgen a la capacidad de mi corazón álgido y solo

para que entienda la amargura del salario miserable;

la aridez de los mineros que sacan de los cárcamos

la esclavitud de los pétreos combustibles;

la desecación de los arroyos pulmonares

por el sílice y la cal de las canteras,

y la agonía de los lívidos púgiles derrotados

por la inercia y los espectros

que atan a sus cinturas emblema falaz de campeones.

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IV

ME inducen a penetrar en los talleres en que obreros

[tipógrafos

colocan grises sílabas en planchas y molduras.

Aquí la fuerza sindical logra creciente fragor de océano

que mueve sin cesar las tubulares rotativas.

Las olas de este mar tipógrafo son páginas

de blanquísimo papel que inunda las metrópolis

y se retira semejando las mareas,

para volver a anegar las casas, las calles, los estadios,

con la velocidad de sus cronologías.

¡Qué preludio tan sublime el de los linotipos y las prensas!

¡Qué ritmo tan dinámico el de los aceitados engranajes!

¡Cuánta belleza en las ustorias lámparas y espejos de

[aluminio

que distribuyen ecuaciones de calor y savias de sulfuro!

Aquí los árboles son discos enormes roturados

y laborables hojas su balsámica madera.

Se oye correr los ríos en cuyas márgenes llenas de tórridos

[pájaros

crecen las plantas de donde fluye la substantiva celulosa.

Todo diluvio aquí se escucha.

Todo huracán aquí distiéndese.

El golpe de las almádenas que parten exágonos graníticos,

repercute bajo el acero de estas bóvedadonde los relámpagos tienen menor velocidad que la noticia

Aquí la ordenadora fuerza sindical es blanca república

dirigida por las sienes sinfónicas del hombre.

Y cuando las ventanas de esta fábrica impresora se abren al

[sol y al viento,

huyen los inmortales libros como alciones

o espumas separándose de los nitrados promontorios.

Los libros inmortales

que divulgan la virilidad de las proclamas y los cantos de Píndaro.

V

ESTOS borrascosos bosques sociales me empujan a las

[riberas

donde los sindicatos de fuertes pescadores

bruñidos por las aguas teñidas de yoduros,

viven su diaria intrepidez de cálidos tritones.

Ellos, los broncos hijos del mar, se hunden en sus tormentas

a festejar sus onomásticos bestiales,

el ímpetu naval de sus bodas

o el nacimiento de una estirpe,

cual mayorazgos ebrios que retaran

la cólera de un padre enloquecido.

Tienen tatuados mapas de las naciones navegadoras

en la escollera brusca de sus velludos pechos,

como las manchas que hay en el dorso de los marinos

[elefantes.

En esa geografía humanizada sobre códices de músculos,

se apoya su derecho natural a la existencia.

¡Qué importa si sus hombros huelen a bacalao fétido

y a putrefactas proteínas!

¡Y qué si hay en sus calcañares cicatrices de paguros!

¡Qué importa si ellos viven bajo sindicales leyes

que en sus capítulos les cantan: al mar, al mar, al mar!

Así son estos hombres oceánidas: cambiantes de color y

[contextura

según el mar es áspero y de cobre, o azul índigo y tranquilo.

Asociados están como los alcatraces y así pescan.

Aprendieron del mar a federarse

y caminan obedientes al corsario caudillo.

Por eso el reclamo sindical de los estibadores

tiene poder de octópodo que amarra y paraliza.

¿No habéis visto los puertos inmóviles, las barcazas

[inmóviles,

plegados los velámenes como atáxicas plumas,

el salmón asfixiándose en las costas

y el mosto envileciéndose en las cubas?

Son los trabajadores del mar en la inacción de sus caídos

[brazos

y en la quietud de sus sociales olas,

en tanto el viejo líder, cojo de eternidad y tuerto de

constelaciones,

la insurrección de sus obreros urde.

Sus carnívoras hembras tejedoras de redes aguzan los

[arpones

como sus homicidas colmillos los escualos.

Nada es frágil en sus cuerpos de náuticos instintos.

Sus caderas rezuman sal como los poros esponjarios.

Sus verticales senos punzan como anémonas.

Y allá van tras de sus machos pescadores,

fieles a esa misma ley que agrupa a las corvinas,

mientras el tifón soplando roncas caracolas

y valvas de alectriones y crepídulas,

clama desesperadamente: ¡al mar, al mar, al mar!

VI

ME arrastran estos civiles aires a las puertas de los túneles

donde brigadas de mineros zapadores

exploran las sepultas galerías,

para ver que la arquitectura del planeta

se erige en arcos de esmeralda

sobre columnas de platino.

Cada vez que la piqueta cavadora da un golpe en las fosas

[subterráneas,

aquel orbe interior es como un templo

donde resuena un órgano monumental tocado en las

[penumbras

por la furia de un músico divino.

Allá las estalactitas licuándose parecen

pestañas de unos ojos congelados

que lloran implacables hacia adentro.

De vez en cuando fosforescencias rápidas

salidas de los cúmulos de azufre,

son antorchas que alumbran funerales

grandiosos de algún cíclope vencido.

Y si algún minero muere despedazado por las rocas,

sus compañeros con las piquetas inclinadas como a soldado

[lo sepultan.

Y el órgano estremece las cuevas de zafiro.

La fuerza sindical de los mineros

sostiene a esas brigadas en la sombra.

Sin su puntal el mundo quedaría

como perdido cofre en que tesoros

desguarnecidos por la causticidad del mar, se pudren.

La fuerza sindical de los mineros

los saca hacia la vida de lo oscuro.

Cada gota de sangre de estos hombres

se convierte en incendios de granate.

Toda lágrima suya cristaliza.

Ellos hacen germinar energía y esperanza

en lugares condenados a ser ciegos.

Yo he descendido a las minas de carbón y contemplado

la terrible oscuridad matriz del mundo.

Esas minas se encuentran más abajo de las piedras

[sepulcrales

y desde ahí se puede ver no el rostro sino la espalda de los

[muertos.

Los mineros lo saben y hunden cuñas

de esperanza en las cuarteaduras delatoras,

de donde cuelgan tiras de epidermis y sudarios

como telones de una habitación en ruinas.

Si es viscoso el contacto de la muerte

sentido en superficies luminosas,

en la tiniebla de los cárcamos

es como posar los dedos sobre ofidios vomitorios

enroscados en los fósiles de hulla.

Los mineros lo saben y elevan himnos de esperanza

para alejar la angustia que presiona

y aturdir el lamento de las criptas.

Allá bajo la tierra se oye el himno más conmovedor del

[mundo.

Son los mineros derrotando su amargura

al pie de un horizonte deletéreo,

con sus coros de arcángeles hundidos.

De pronto callan para oír que bloques bituminosos

desplómanse de arcadas y paredes,

y como exánimes cetáceos

desaparecen entre asfálticas lagunas.

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VII

COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical

[lo concluyo

convocando desde los más sombríos sótanos mineros a la muerte,

porque jamás seréis los constructores obreros de la vida

si ignoráis cómo trabajan los profundos mecanismos de la muerte.

En esas trincheras hondas con deformes figuras talladas en las

[rocas

por el desgaste persistente de los siglos

hasta esculpir cabezas que de pronto

suplican: "Dadnos rostros humanos, concluidos".

En esas naves lóbregas donde las invocaciones así comienzan:

"En el nombre del Trabajo partimos estas rocas

y por él nuestra sangre y nuestro espíritu entregamos",

allá quisiera humildemente prosternarme

con la veracidad de aquellos seres

que pasaron por la tierra desnudos o cubiertos con pieles de leones,

a ofrecer mis tributos integrales

a esta grandeza sindical que canto

no sólo en su evidencia entre los árboles,

los talleres, océanos y minas,

sino en mí porque mi cuerpo de trabajador nocturno

envuelto en una túnica de llamas

y signando con espinas de luceros el papel para escribirle

su sangre de cristal a la Hermosura,

ese cuerpo también está nutriéndose

de vetas, yacimientos y de minas;

de peces que emocionan con sus branquias

los morados silencios de que vivo;

de hormigas que me traen los acentos

sonámbulos caídos en la arena;

de cóndores idólatras que atizan

en mis sienes la claridad que necesito;

de caballos dementes que me dan el creador estrépito;

de confederaciones celulares, cual vosotros,

y alianzas con los óxidos de la sal, y servidumbres

de mi alma escorando hacia el olvido.

miércoles, 20 de enero de 2010

LA LÁGRIMA de Jaime Gil de Biedma. Las 2001 Noches nº 46

No veían la lágrima.

Inmóvil
en el centro de la visión, brillando,
demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube, pretendían -querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra oscurecida.
Ved en cambio los hombres que sonríen,
los hombres que aconsejan la sonrisa.
Vedlos
presurosos, que acuden.
Frente a la sorda realidad
peroran, recomiendan, imponen confianza.
Solícitos, ya ofrecen sus oficios -y sonríen.
Son los hombres de la sonrisa.
Sonríen, sonríen -y no duele.
Son los viles
propagandistas diplomados
de la sonrisa sin dolor, los curanderos
sin honra.

(La lágrima refleja
sólo un brillo furtivo
que apenas espejea.
La descubre la sed
-apenas-de los ojos
sobre los doloridos
utensilios humanos
-igual como descubre
el río que, invisible,
espejea en las hojas
movidas-, pero a veces
en cambio, levantada,
manifiesta, terrible
es un mar encendido
que hace daño a los ojos
y su brillo feroz
y dura transparencia
se ensaña en la sonrisa
barata de esos hombres
ciegos que aún sonríen como ventanas rotas.)

He ahora el dolor
de los otros, de muchos,
dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres,
océanos de hombres
que los siglos arrastran
por los siglos, sumiéndose en la historia;
dolor de tantos seres injuriados,
rechazados, retrocedidos al último escalón,
pobres bestias que avanzan derrengándose por un
camino hostil
sin saber dónde van o quién les manda,
sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello
y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo
del instinto, el miedo a la estampida,
animal adelante, hacia adelante, levantándose
para caer aún, para rendirse
al fin, de bruces, y entregar
el alma,
porque ya
no pueden más con ella.

Así es el mundo
y así los hombres. Ved
nuestra historia, ese mar,
ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo,
ved cómo se recoge
todo en él –injusticias
calladamente devoradas, humillaciones, puños
a escondidas crispados
y llantos, conmovedores llantos inaudibles
de los que nada esperan ya de nadie...
Todo, todo aquí se recoge, se atesora, se suma
bajo el silencio oscuramente,
germina
para brotar adelgazado en lágrima.

lunes, 18 de enero de 2010

DETRÁS DEL HUMO de Mario Benedetti. Las 2001 Noches nº 105

DETRÁS DEL HUMO

Detrás del humo estamos todos
saciados o anhelantes
diezmados o furtivos
los jóvenes que fuimos
y sorprendentemente ya no somos
los horizontes tan cercanos
los hombros que se encogen
la espiral que fue círculo
los por entonces libres
y hoy solamente dueños
los desafíos y la gracia
la sumisión y el descalabro
el primer territorio
libre de matemáticas
el espejismo de la lluvia
los anticuerpos de la pena
y aquel instante decisivo
la confortable dulce medianoche
o el riesgo de ser riesgo

en una u otra juventud
atardeceres como esponjas
esa baraja del amor
árboles como biombos
martirios en teoría
rostros que sin quererlo se dibujan
y nunca más pueden borrarse
pánicos que no eran
otra cosa que sueños
y sueños que no eran
otra cosa que sueños

detrás del humo estamos todos
precisamente cuando
creíamos hallar
las huellas imposibles
el mensaje cifrado
la luna ojo de dios

en una u otra juventud
entonces no sabíamos
que eran tan distintas
que se trataba de una extraña
bifurcación un tímido reparto
el garfio para algunos
para otros el guante
para unos pocos la mano desnuda

detrás del humo
todo está indócil todavía
tiene la turbiedad de lo pasado

detrás del humo queda el borrador
de todos los destinos
posibles
e imposibles

y pensándolo bien
así imperfecta
a trazos
con erratas borrones tachaduras
así de exigua y frágil
así de impura y torpe
incanjeable y hermosa
está la vida

lunes, 11 de enero de 2010

"El camino de nuestra casa" de Evaristo Carriego. Las 2001 Noches nº 11

EL CAMINO DE
NUESTRA CASA

Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oir nuestra vecina,
la de los ojos tristes...

Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!

¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.

Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!

Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno,
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos oirán pasar desde la puerta.

Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio de la vida,
sin despedirse.

¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos...


EVARISTO CARRIEGO