martes, 26 de marzo de 2013

NO NOS QUEDÓ CALOR PARA LA VIDA de Jorge Fabián Menassa de Lucia. Las 2001 Noches nº 56


Todo fue rompiéndose en pequeños pedazos
Cuando la palabra, salió de nuestras vidas.
Cayeron uno a uno los pétalos de la rosa
Y se fueron marchitando,
Pudriendo con el tiempo.
Una lágrima sutil, casi inexistente
Acompañó los momentos de soledad,
Se acentuó la distancia
Entre los cuerpos celestes girando en las alturas
Se fueron apagando los volcanes
Y los grandes océanos de la duda
Marcaron las distancias.
Apagados los volcanes,
Rota la atracción entre los astros
Lejos del sol,
                  No nos quedó calor para la vida.


viernes, 22 de marzo de 2013

LA ENAMORADA de Alejandra Pizarnik. las 2001 Noches nº 13



esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

jueves, 21 de marzo de 2013

LOS PÁJAROS CIEGOS de José Portogalo. Las 2001 Noches nº 7


1
Doménico Scalise,
italiano del sur de la península,
pescador, albañil, peón en una chacra
y silbador de tangos en mi barrio.
(Villa Ortúzar entonces nacía en una esquina.
Acordeón de los patios perfumaba sus tardes,
guitarra bolichera su noche de las quintas,
una plaza soñaba, confiada, entre gorriones
y pibes que encontraban su destino en la calle.)
Cuando vine a estas tierras era un niño,
tenía un cielo de oro en las espaldas
y un pájaro en los ojos.
Un día llegué al sueño. Desde entonces
reposo en una fosa golpeado por la lluvia,
por los vientos australes y la nieve.
Cavé mi propia tumba
y al levantar los brazos miré al cielo gritando
 ¡viva la libertad!
Un proyectil de máuser agujereó mi frente.
Pero no he muerto, sigo respirando en el mundo.
Mi ceniza es del pueblo.

martes, 19 de marzo de 2013

NOSOTROS DOS ÉRAMOS TODO EL MAR de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 50


En verdad jugábamos
en el mar
en la tierra
algunos días en nosotros.
Eran necesidades innegables
las playas
la gente desnudándose detrás de las carpas
anticipándonos una extraña piel
más suave que el delirio de la tierra
o el presentimiento de un país libre.
El baile de arena comenzaba
los hombres corrían alegremente
sobre el mar
dejando las caricias de sus risas
en tu cuerpo
en la extraña sumisión de las olas
frente a tus pies
en el atlántico de tus ojos
que luego compartíamos
entre piedras lisas
cayendo de cualquier manera a la noche
a todos los hombres
que habían jugado por tu vida
con el amor
con la juventud de la tierra
con la severidad del mar.

sábado, 16 de marzo de 2013

CERRADA PUERTA de Vicente Aleixandre. Las 2001 Noches nº 4


No mientas cabelleras diáfanas, ardientes goces,
columnas de pórfido, celestiales anhelos;
no mientas un cuerpo dichoso rodeado por la luz
como esa barca joven que desprecia las ondas.
No engañes con tu tibieza de astro reluciente
fuerte valor para buscar la vida,
para trazar la germinante estela
donde el amor como la leche fluye.
No.
La realidad votiva aspira a ese jardín de palmas
donde los seres convertidos en lanzas
todavía te buscan, azul topacio u oro
que te escapas sin cielo por otros paraísos.
Amar el cuello enfebrecido
que roto al pie de un mármol solo
retiene su sangrienta llamada
como ese corazón que contiene su anhelo.
El frenesí de la luna y los besos,
mezclados como sangres en la puerta cerrada,
donde claman los puños de los que nunca vivieron,
de los que muertos mutilados flotan en aguas frías.
Paraíso de lunas sajadas con desvío,
con filos de vestidos o metales dichosos,
aquellos que no amaron porque sabían siempre
que el polvo no circula ni sustituye a la sangre.
Amar a esa luz violeta los párpados cerrados,
donde un ave no puede guarecer su temblor,
donde todo lo más algún pétalo frío
amanece de nácar imitando a lo vivo.
Esa pesada puerta jamás girará.
Un rostro o un peñasco,

una canción o un puente milenario
unen el hilo de araña al corazón del monte,
donde la muerte vida a vida lucha
por alumbrar la pasión entre el relámpago que escapa.
Una mano del tamaño del odio,
un continente donde circulan venas,
donde aún quedaron huellas de unos dientes,
golpea un corazón como mar encerrado,
golpea unas encías que devoraron luces,
que tragaron un mundo que nunca había nacido,
donde el amor era el chocar de los rayos crujientes
sobre los cuerpos humanos derribados por tierra.

viernes, 15 de marzo de 2013

LO QUE FUE; LO QUE NO HA SIDO de Olga Orozco. Las 2001 Noches nº 113



Hay en lo más secreto de ti, sin que a veces lo sepas,
un desván en tinieblas donde sólo se cruzan las lluvias
y los vientos,
donde un vaho letárgico empaña los espejos de los días
y duermen en los rincones los ropajes de lo nunca alcanzado
y lo perdido.
Pero no es un lugar donde puedas entrar
como si te asomaras a un refugio de arena que un soplo desmorona,
porque no es un depósito violado por las rapiñas del olvido,
ni un sueño de la muerte,
sino sólo el letargo de la llaga y del hambre agazapados.
A veces basta un soplo,
precisamente un soplo que vuelve con un rumor,
con un perfume,
o que anuncia el desvelo de la hierba en un jardín remoto,
y de repente se sobresalta el tiempo, se despereza el mundo,
y todo ese sopor desaparece como un vaho
arrasado por una llamarada.
En cada imagen que guardó el deseo,
entre los cielos siempre inabordables y aquellos asombrosos
paraísos cumplidos,
se multiplica en un instante el sol, se estremece la luz,
se astillan en tus ojos los colores.
Insoportables los destellos del oro, insufrible la sed de la
distancia,
escasa la medida de tus pasos detrás del horizonte fugitivo.
No llegarás jamás.
No hay lugar para tu alma dentro de los secretos rincones
que te habitan.
No alcanzará tu mano lo que fue;
tal vez tampoco lo que nunca ha sido.
Pero ¿acaso no son esas moradas imposibles tus verdaderas
propiedades,
ganadas palmo a palmo para los territorios de los eternos
bienes?
¿No son como la inmóvil, inalterable cara de una misma
moneda
que lleva en reverso el precio que pagaste:
la confusa, la incierta, la cambiante, la sorpresiva
cifra del presente?

jueves, 14 de marzo de 2013

"La rosa de Paracelso" de Jorge Luis Borges. Las 2001 noches nº 25



En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.

El maestro fue el primero que habló.

-Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-. No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?

-Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-. Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.

Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.

Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:

-Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.

-El oro no me importa -respondió el otro-. Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.

Paracelso dijo con lentitud:

-El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.

El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:

-Pero, ¿hay una meta?

Paracelso se rió.

-Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que «hay» un Camino.

Hubo un silencio, y dijo el otro:

-Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.

-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.

-Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.

Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.

El muchacho elevó en el aire la rosa.

-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.

-Eres muy crédulo -dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.

El otro insistió.

-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.

Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.

-Eres crédulo -dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla?

-Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.

-Estás equivocado ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?

-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.

Paracelso se había puesto en pie.

-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?

-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.

 -Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.

-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?

Paracelso le miró con tristeza.

-El atanor está apagado -repitió- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.

-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.

-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.

El discípulo dijo con frialdad:

-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.

Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:

-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.

El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:

-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?

El otro replicó, tembloroso:

-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.

Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.

Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:

-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.

El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.

Se arrodilló, y le dijo:

-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.

Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?

Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.

Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.

EL SEXO NO CAE de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 94


1
La enseñanza más grande que tengo para daros
es que el sexo no cae.
Se desarrolla, se transmuta, se hace insensible,
llora, bosteza de aburrido, se libera de más.
Contrae enfermedades, se cura, se arrepiente,
es hombre y es mujer y nada sabe del amor.
Y quiere ser mujer cuando le toca hombre
y quiere ser un hombre cuando le toca niño
y madre quiere ser cuando es mujer
y, si mujer le toca, quiere ser niño,
serpiente o bruja quiere ser y puta
y cualquier cosa quiere ser
con tal de no saber nada de eso.

lunes, 11 de marzo de 2013

"CONVERSACIÓN CON EL INSPECTOR FISCAL SOBRE POESÍA" de VLADIMIR MAIACOVSKI. Las 2001 Noches nº 26



Ciudadano inspector,
                                perdone la molestia.
Gracias,
              no se preocupe,
                                         me quedaré de pie.
Quiero tratar
                  un asunto bastante delicado:
qué sitio ha de ocupar
                               el poeta
                                         en las filas obreras.
Igual que los que tienen
                                 tiendas y terrenos
también yo debo pagar
                                impuestos.
Usted me pide
                       quinientos al semestre
más veinticinco
                          por no declarar a tiempo.
Mi trabajo
                 es igual
                             a cualquier otro.
Mire
        cuántas pérdidas,
                                 cuántos gastos
invierto en materiales.
Usted sabe
                   naturalmente
                                        eso que llaman rima.
Si la primera línea
                            termina en "ajo"
entonces, la tercera,
                             repitiendo las sílabas
debe poner
                   algo así
                                 como "cascajo".
Si utilizo su lenguaje
                                la rima es un cheque,
hay que cobrarlo alternando los versos
y buscas
                 con detalle sufijos y prefijos
  en el cofre vacío
                         de las declinaciones,
                                               de las conjugaciones.  
   
Coges una palabra
                          y quieres meterla en la estrofa
pero si no entra
                          y aprietas,
                                      se rompe.
Ciudadano inspector:
                                 le juro
que el poeta paga caras
                                      las palabras.
Hablando mi lenguaje
                              la rima es un barril
de dinamita,
                       y la estrofa es la mecha.
La estrofa se consume,
                                  y estalla la rima,
y por el aire y la ciudad
                                       la estrofa
                                                             vuela.
¿Dónde hallar,
                         y a qué precio,
rimas que estallen
                               y de golpe maten?
Quizá sólo sean
                            cinco las rimas
                                                   increíbles
y sin estrenar, perdidas
                                  más allá
                                                de Venezuela.
Me voy a buscarlas,
                                    haga frío, haga calor,
atado por anticipos, préstamos y deudas.
Ciudadano,
                  tenga en cuenta
                                       el pago de los viajes.
La poesía
                 toda
                         es un viaje a lo desconocido.
La poesía
                     es como la extracción del radio
-Un año de trabajo
                           para sacar un gramo.
Sacar una sola palabra
                                 entre miles de toneladas
                                                de materia prima verbal.
Pero ¡qué ardiente
                             el calor de estas palabras
comparado
                   con la humeante
                                           palabra bruta!
Esas palabras
                        mueven
millares de años,
                      millares de corazones.
Claro
               que hay poetas
                                         de distinta calidad.
Muchos
                     de hábil mano,
                                           como prestidigitador,
                                                 sueltan estrofas de la boca,
suyas y de otros.
Y para qué hablar
                                  de los castrados líricos.
Meten un verso ajeno
                                 y están felices.

Eso es
                             robo y despilfarro
uno más entre los que azotan el país.

Esos
                    versos y odas
aplaudidos
                     hasta la saciedad
entrarán en la historia
                            como gastos accesorios
de lo hecho
                    por dos o tres buenos versos
                                                                 de nosotros.
Muchos kilos de sal
                            habrás de comer
como suele decirse,
                      y fumar cien cigarrillos
hasta
                  sacar
                                    la palabra preciosa
de las honduras artesianas
                                  de la humanidad.
Rebaje por eso
                     los impuestos,
quítele
              una rueda
                                a los ceros.
Uno noventa
                   cuestan cien cigarrillos.
Uno sesenta
                       la arroba de sal.
Demasiadas preguntas
                                     su formulario tiene:
¿Ha viajado
                          o no ha viajado?
Y si le respondo
                         que en estos quince años
he reventado
                      decenas de Pegasos,
                                                         ¿qué?
Póngase usted
                        en mi sitio,
piense en el servicio
                            y propiedades.
¿Qué ha de contestarme
                               si le digo que soy
                                                          caudillo popular
y al mismo tiempo
                                 trabajo a su servicio?
La clase obrera
                      vibra en nuestras palabras,
somos proletarios
                                   motores de la pluma.
La máquina
                   del alma
                                 se gasta con los años.
Dicen entonces:
                   estás gastado,
                                                 fuera.
Cada vez amas menos,
                                       te arriesgas menos
y mi frente
                    desgastada
                                              por el tiempo no arremete.
Entonces llega
                        el desgaste mayor,
el desgaste
                      del alma, del corazón.
Y cuando
                      este sol,
                                    grande y redondo
 se alce
               en el futuro
                              sin lisiados ni tullidos,
ya me habré
                          podrido,
                                     muerto en una cuneta
junto
                      a decenas
                                       de mis colegas.
Hago
                  mi balance final.Afirmo,
                         y no miento:
entre los vividores
                           y actuales fulleros
seré
   el único
                        con deudas impagables.

Nuestra deuda
                           es aullar
                                         como sirenas de bronce,
entre la niebla filistea
                               y el fragor de la tormenta.
El poeta
                    siempre adeuda al universo,
paga con su dolor
                            las multas,
                                                   los impuestos.
Adeudo
                  las calles de Broadway,
los cielos de Bagdad,
                                 el ejército rojo,
los jardines de cerezos del Japón,
todo aquello
                       sobre lo que aún
                                                 no pude cantar.
Al fin y al cabo
                           ¿para qué
                                                  tanto jaleo?
¿Para disparar rimas
                           y atronar con el ritmo?
La palabra del poeta
                                 es su resurrección,
su inmortalidad,
                              ciudadano inspector.
Dentro de cien años,
                       en un pliego de papel
cogerán una estrofa
                                    y resucitarán este tiempo
Y ese día
                        surgirá
con fulgor de asombros,
                                          y olor a tinta
le envolverá en su vaho,
                                señor inspector.
Usted, habitante convencido

                             del día de hoy
saque en el Comisariado de Caminos
                                       un pasaje para la eternidad,
calcule
                 el efecto de mis versos,
divida
                     mi salario
                                    en trescientos años.
Mas la fuerza del poeta
                                    no estriba
en que le recuerden a usted en el futuro
                                                 y se asusten.
No.
                                 Hoy
                                                    la rima del poeta
es caricia también,
                                       consigna,
                                                          látigo,
                                                                       bayoneta.
Ciudadano inspector,
                                      pagaré cinco
             quitando los ceros que van detrás.
Por derecho
                            yo
                                          reclamo un hueco
entre las filas
                             de los obreros
                                               y campesinos más pobres.
Y si usted piensa
                            que todo consiste
en saber utilizar
                                palabras ajenas,
entonces, camaradas,
                                 aquí tienen mi pluma,
y escriban
                           ustedes
                                                               cuanto quieran.

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA SELVA Y EL MAR de Vicente Aleixandre. Las 2001 Noches nº 107



Allá por las remotas
luces o aceros aún no usados,
tigres del tamaño del odio,
leones como un corazón hirsuto,
sangre como la tristeza aplacada,
se baten con la hiena amarilla que toma la forma
del poniente insaciable.
Oh la blancura súbita,
las ojeras violáceas de unos ojos marchitos,
cuando las fieras muestran sus espadas o dientes
como latidos de un corazón que casi todo lo ignora,
menos el amor,
al descubierto en los cuellos allá donde la arteria golpea,
donde no se sabe si es el amor o el odio
lo que reluce en los blancos colmillos.
Acariciar la fosca melena
mientras se siente la poderosa garra en la tierra,
mientras las raíces de los árboles, temblorosas,
sienten las uñas profundas
como un amor que así invade.
Mirar esos ojos que solo de noche fulgen,
donde todavía un cervatillo ya devorado
luce su diminuta imagen de oro nocturno,
un adiós que centellea de póstuma ternura.
El tigre, el león cazador, el elefante que en sus colmillos
lleva algún suave collar,
la cobra que se parece al amor más ardiente,
el águila que acaricia a la roca como los sesos duros,
el pequeño escorpión que con sus pinzas solo aspira a oprimir un instante la vida,
la menguada presencia de un cuerpo de hombre que jamás
podrá ser confundido con una selva,
ese piso feliz por el que viborillas perspicaces hacen su nido en la axila del musgo,
mientras la pulcra coccinela
se evade de una hoja de magnolia sedosa...
Todo suena cuando el rumor del bosque siempre virgen
se levanta como dos alas de oro,
élitros, bronce o caracol rotundo,
frente a un mar que jamás confundirá sus espumas con las
ramillas tiernas.
La espera sosegada,
esa esperanza siempre verde,
pájaro, paraíso, fasto de plumas no tocadas,
inventa los ramajes más altos,
donde los colmillos de música,
donde las garras poderosas, el amor que se clava,
la sangre ardiente que brota de la herida,
no alcanzará, por más que el surtidor se prolongue,
por más que los pechos entreabiertos en tierra
proyecten su dolor o su avidez a los cielos azules.
Pájaro de la dicha,
azul pájaro o pluma,
sobre un sordo rumor de fieras solitarias,
del amor o castigo contra los troncos estériles,
frente al mar remotísimo que como la luz se retira.

lunes, 4 de marzo de 2013

DISCURSO DE EVA de Carilda Oliver Labra. Las 2001 Noches nº 4


Hoy te saludo brutalmente:
con un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?

Te extraño.
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.

¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte: «mi vida»
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, perece en llama.

De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como la bruja clara donde pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero,
no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la mentirosa.

Amor...
(¿Qué digo? estoy equivocada,
aquí quise poner que ya te odio.)
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso con el fuego?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?

Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida. Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a mátame a salivazos,
héroe? 
¿Cuándo vas a molerme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llámame pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta...
Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.

Ayer soñé que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
Este es, un amor 
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Ya la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.

Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para siempre.
Ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.