miércoles, 29 de diciembre de 2010

CANTO A LA FUERZA SINDICAL (I) de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 46

I

COMPAÑEROS de lucha: este canto a vuestra fuerza sindical lo principio
convocando desde lo más rojo intenso de mi sangre a la muerte,
porque jamás seréis los constructores obreros de la vida
si ignoráis cómo trabajan los profundos mecanismos de la muerte.

Así comienzo este canto a vuestra fuerza sindical: desde abajo
cual si enterrase los oscuros cimientos de una casa,
para inducirla después con lentitud hacia la altura de hermosos cuerpos
cargados como todas las densas formas, de potencias eléctricas.

Otros hombres más universales dirían este canto
con el nombre del sol como insignia en sus bocas, del sol inagotable
que satura intensamente gusanos cosmogónicos
y enardece la rebelión de las panteras.

Mas yo, inmenso y brutal conocedor de sombras demoníacas,
afiánzome al hosco polvo con tenacidad de nervios
y lanzo este himno como ardiente flor de pólvora
que desde el piso asciende al vértigo de tempestades térmicas.

martes, 28 de diciembre de 2010

VIDA de Max Aub. Las 2001 Noches nº 60

Ven disfrazada como quieras, muerte:
o rayo, o herida, o nudo que destraba
creyendo aniquilar lo que no acaba,
frustrada pamema que la nada vierte

confundiendo las ruinas con lo inerte
o rastrojos con mies que el sol alaba,
según que muerte y vida en uno traba
dando a la tierra abono y al pan su suerte.

Jamás muriéndose murió Cervantes,
ni cien mineros yertos, negra entraña,
harían si vivos más vivir España.

Todo lo de hoy viene, venero, de antes.
Ni muerto moriré, siempre viviendo,
polvo, trabajo o bulto, sido y siendo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

CANTO AL PROGRESO de Almafuerte. Las 2001 Noches nº 11

Composición laureada con una rama de laurel de plata en los juegos florales realizados en Mercedes el 24 de septiembre de 1879, por un jurado integrado por Guillermo Rawson, Bartolomé Mitre, Antonio Bermejo, Miguel Navarro Viola, Lucio Vicente López, Adolfo Rawson, Estanislao Ceballos y Carlos Guido Spano.


Es la imagen eterna del Progreso
El insaciable beso
En que viven los átomos asidos.

Era la noche —¡la tremenda noche!—
En el vacío inmenso de los mundos;
Operando en los ámbitos profundos
La máquina perfecta de la tierra;

Era un fulgor que el cielo atravesaba
Y se hundía entre nieblas,
Dejando en pos de su carrera ignota
Como rastros de lava,
Como polvo de luz en las tinieblas;

Era el fragor de la materia errante
Que en átomos ardientes
Bullía en el espacio fulgurante;
Y una frígida onda sollozante
De otro cielo sin soles desprendida
Azotando la mole vacilante
Del planeta gigante,
Y templando su carne derretida;

Era el globo de luz —¡eterno globo!—
Que a la inerte materia dominaba;
Su poder subyugaba,
Y sus fauces ciclópeas atraían;
A través de los siglos del vacío
Se lanzaba en olímpica carrera
Llevando en pos, cual nube
A su carne brillante enderezadas,
Y en su atmósfera ardiente esclavizadas,
Un cortejo sumiso de planetas;

Era el primero y temeroso giro
Que en torno de ese sol aventuraba
La tierra conmovida;
El más tierno suspiro
Con que el astro feraz la acariciaba,
Fermentando en su ser la eterna vida;

Y era el hervor de la colmena humana
Que de su entraña férvida surgía;
La materia villana
Que al estado de ser se ennoblecía;
El sol, el firmamento,
Daban luz a su virgen pensamiento
Palpitando en su cráneo modelado
Y las ondas del viento
Repetían su voz, estremecidas;
Y era un mágico acento,
Como ningún acento modulado!...

Rugía el mar; —¡el mar embravecido
Por la ocasión primera!—
Y el aquilón sobre su espalda fiera,
Con bélico alarido,
Gobernaba sus tumbos de pantera.
El cielo encapotado—
Virgen aún de truenos y centellas—
Las tímidas estrellas,
Que inocentes aún resplandecían
Sobre la tierra virgen como ellas.

Por el ábrego rudo sacudidos
Los árboles potentes
Atronaban la selva pavorosa,
Como un coro siniestro de silbidos,
Como un dantesco enjambre de serpientes!
Y en la cárdena raya
De la tierra y el cielo,
Se destacaban las informes fieras
Que trepaban al monte,
y a la pálida luz del horizonte
Proyectaban sus sombras en el llano
Como bandada negra de quimeras
Atravesando el pensamiento humano!

Y fue la noche —¡la primera noche
Que al hombre sorprendía
Era el primer misterio
Que ejercía su imperio
Y a la humana razón sobrecogía!—
¡Y el hombre huyó!... Sus crines vigorosas
Cual bélico plumero,
Desparramaba al viento,
LLevando en sus espaldas poderosas
Su cachorro primero,
Fruto gigante de su amor violento!

De peñasco en peñasco desprendido
Iba como las piedras derrumbadas,
Juntando su alarido
Al salvaje rugido
De las fieras del bosque atribuladas;

Y en el peñón más árido y desierto,
Colgado, allá, sobre el abismo abierto,
Fue a sepultar la sudorosa frente,
En el seno turgente
De su atlética esposa,
Al resplandor de su pupila ardiente,
Bajo los besos de su boca ansiosa!

La mañana primera
Le halló en su lecho púdico dormido...
Desde entonces el águila altanera,
Como el primer,varón sobrecogido,
Sólo cuelga su nido
De la roca más áspera y más fiera.

Quién es aquel que tala y que destroza
El bosque virgen bajo el hacha impía,
Para elevar sobre el labrado suelo
Esa gruta modelo
Que al furor de los siglos desafía;

Quién es aquel que doma y que devora
Las fieras de la tierra
Y las aves altísimas del cielo,
Y en frágil barquichuelo
Surca las aguas de la mar traidora;
Quién es aquel que intenta
Medir la inmensidad del firmamento,
Y palpar sus arcanos,
Y pulsar con sus manos
La pulsación eterna de los mundos;
Y en los cielos profundos
Verles surgir, crecer, aproximarse,
Pasar ante sus ojos
Cual procesión de monstruos desbocados,
Y en los antros ignotos abismarse!
Quién es aquel que vive sobre el mundo
Sin más ley ni más Biblia que su antojo,
Cuyo potente arrojo
Enfrenta el rayo y encamina el viento,
Quién es aquel que doma y que sujeta
Su propio corazón en un momento;
Quién es aquel, quién es, que no respeta
Más Dios, que la Razón y el Pensamiento!

¡Helo aquí! ¡Con el rostro misterioso
Echado sobre el pecho,
Como un Dios meditando caviloso!
Bajo su pobre techo
Fermenta el rayo y explosiona el trueno;
Y en su cráneo saliente y ojeroso,
Que el escalpelo del estudio labra,
Se anida la palabra,
La estrofa del poeta,
Y la nota brillante y cristalina,
Su potencia divina
Engendra con el verso y la paleta!

No es el Adán salvaje
De las vírgenes horas de la tierra,

Saltando fugitivo,
Como cervato esquivo,
De risco en risco en la escarpada sierra;

El rayo, la tormenta y el estruendo
Del huracán helado,
Que atribulan al mar en sus barreras,
Hacen temblar de espanto a las panteras
Y al secular abeto bambolean
En su tronco de lavas y granito,
No le arrancan un grito,
Ni su gigante espíritu flaquean!
El hueco de las tumbas,
Do sólo anida el pájaro sombrío,
Y el mismo cráneo disecado y yerto
De cóncavo desierto,
Sólo dicen a su alma,
Que el alma en esos cóncavos no ha muerto.

El trono ebúrneo do dictaban leyes
Los poderosos reyes,
Bajo su brazo hercúleo bambolea
Para hundirse en la cripta del olvido:
Guerrero envejecido
Que desarman las armas de la Idea!

El olimpo desierto de los dioses
No tiene rayos que a la tierra vibre,
Y al yugo de los hombres
No rinden hombres su cabeza libre!

¡Todo progresa! ¡Hasta la estrella errante
que los orbes eternos atraviesa,
Juntando la materia a la materia,
Y el átomo a los átomos, progresa!...
El cielo que no acaba—
Que no acaba jamás— con sus meteoros,
Sus soles que fecundan
Y a millares de mundos iluminan,
Sus escuadrones de astros que caminan,
Cual errantes vestigios,
En órbitas de siglos y de siglos;
Y el insaciable beso
En que viven los átomos asidos,
Son la imagen eterna del Progreso!

¡Allá vuela, allá va! Sobre su frente

Desterrando las sombras del averno—
Como la luz del sol en el oriente:
Bajo su planta atlética espolea
El monstruo volador de férreas carnes,
Y en su diestra gigante,
Cual Júpiter tonante,
Vibra el rayo bendito de la Idea...
Helo, sobre la cumbre,
Sin que el empíreo mismo le deslumbre,
Hablar con Dios de ciencia cara a cara,
ígneos los ojos de inspirada lumbre,
Y la sandalia humana sobre el ara!

Como se salvan en la cruel borrasca—
Cuando el bajel de guerra
A su furor desolador se humilla
La indefensa barquilla
Y la verde hojarasca
De las flotantes algas del océano:
Quedó prendida al corazón humano,
Como entre abismos la violeta alpina,
Una pasión divina,
Para reinar con cetro soberano!

¡Todo pasó! Pero su fuego santo,
Como mística tea
Al sombrío ramaje
Del bosque a las deidades consagrado,
Alumbró el casto pecho delicado
Del trovador en el luciente traje,
Y el pecho abierto del Adán salvaje,
De cortantes guijarros adornado!

¡Todo progresa! El hombre primitivo
No deja ya sobre la tierra nuestra
Más que el mudo esqueleto
Que la mano del geólogo secuestra
Del seno de la tierra, carcomido;
Pero, en su pecho cóncavo y callado,
Como un altar desierto y derruido,
También un corazón enamorado,
Como late en los nuestros, ha latido!

Y cuando al labio del rencor ajeno
Nuestra vida envenena:
El casto labio de la esposa amante
Nos absorbe el veneno,
Como al primer varón atribulado
El primer beso de su esposa errante!

jueves, 9 de diciembre de 2010

ALTAZOR de Vicente Huidobro. Las 2001 Noches nº 13

PREFACIO

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.

Tenia yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.

Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

Amo la noche, sombrero de todos los días.

La noche, la noche del día, del día al día siguiente.

Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.

Una tarde, cogí mis paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas». He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.

Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcos-iris.

Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.

Hacia las dos de aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.

Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.

Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.

Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso como un ombligo.

«Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.

»Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.

»Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo o reconstituido, pero indiscutible.

»Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.

»Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).

»Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.

»Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador».

Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.

Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.

Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.

Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:

«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.

»Se debe escribir en una lengua que no sea materna.

»Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte.

»Un poema es una cosa que será.
»Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.

»Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.

»Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.

»Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»

Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha, me lanzo a la atmósfera del último suspiro.

Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.

Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:

«Mira mis manos: son trasparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?

»Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.

»Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.

»Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.

»Digo siempre adiós, y me quedo.

»Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.

»Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.

»Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.

»Ámame».

Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.

Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.

Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.

Y heme aquí solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.

Ah, qué hermoso... qué hermoso.

Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos,

las flores y los caracoles.

Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.

Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.

De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.

Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.

La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.

Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.

Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.

Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.

Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.

El, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.

Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.

El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.

Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.

Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.

El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.

Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.

Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.

Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.

Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.

Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.

La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.

Vamos cayendo, cayendo de nuestro zenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.

Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del zenit al nadir porque ese es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.

Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.

Ah, mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.

¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.

Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.

Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.

Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso corno el imán del abismo.

Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.

¿Qué esperas?

Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.

Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.

martes, 7 de diciembre de 2010

NACIMIENTO DEL AMOR de Vicente Aleixandre. Las 2001 Noches nº 14

¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor.

Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina —¡el cielo, azul! — mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde,
y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? ¡Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis sentidos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

domingo, 5 de diciembre de 2010

UN HOMBRE PASA CON UN PAN AL HOMBRO de César Vallejo. Las 2001 Noches nº 46

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Breton?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no yo sin dar un grito?