miércoles, 23 de febrero de 2011

EVANGÉLICAS de Almafuerte. Las 2001 Noches nº 8

-En la memoria de los tontos, siempre se está mal; pero cuando los tontos nos rinden culto, se está peor.

-El vulgo quiere gestos, "paradas", ademanes trágicos; porque el vulgo tiene alma de esteta, aunque rudimentaria, y las actitudes de cuadro histórico y de estatua simbólica lo cautivan; las actitudes ésas buscan eso.

-Como las posturas demasiado elocuentes y siempre al pelo nunca son espontáneas -puesto que requieren ensayo previo-, el vulgo sabe tanto de los hombres que aclama o vitupera, como la concurrencia del teatro infantil respecto de los cómicos que la hacen reir.

-No solamente bajo los golpes de la adversidad se quiebran caracteres; se quiebran más ruidosamente bajo los dedazos imbecilizadores de una voluntad pública demasiado adhesiva.

-Muy contados son los famosos que se mantienen extraños a la presión centrípeta de la curiosidad que despertaron. -Todo admirador es un amo, o pretende serlo jamás te pongas al alcance de su adhesión.

-Perdóneme Juan Pueblo-, son claques voluntarias que vienen a cobrar sus palmadas. Si pagas, se mofarán de ti; si no pagas, te pondrán como no te pondrían dueñas: tú elegirás.

-Hay gente que no se admira de nada y ejerce el oficio de cortejar a los admirables. También hay holgazanes que gustan de visitar al carpintero en su banco y al albañil en su andamio.

-Como en la casa de las solteronas millonarias, entre los habituales de los famosos no se encuentra un tonto ni para remedio.

-La idea de la celebridad va unida, en casi todos los cerebros, a las ideas de riqueza, de magnanimidad, de manos abiertas.

-Para resultar el hijo de todos después de la conquista de las alturas, sería muy razonable quedarse en el valle y ser la Minerva de los que suben: a veces el escalón vale más y puede más que quien lo pisa.

-Muchos de los que te frecuentan vienen a silbar al pavo real: no esponjes tus plumas por más que te silben.

-No todos los famosos son gloriosos, como no todos los que penden de una cruz honran la cruz, ni todo lo que vive da notas.

-En la admiración femenina hay algo de entregamiento; el entusiasmo que despiertan los oradores sagrados pone en peligro sus votos.

-A veces la fama no es más que un fenómeno de farolerismo circundante: no a veces, muchas veces.

-Rechazarás al fetichismo de los que besan la orla de tu manto como quien besara tu carne viva: trátalos como a perros, porque son perros.

-Las lenguas de los que te ungen con ellas son más venenosas que las lenguas de los que con ellas te difaman. Las primeras te deprimen a tus propios ojos, las segundas a los ojos de los demás; pero las unas realizan la depresión de tu espíritu y las otras la de tu reputación; darás al calumniador el desmentido de los hechos y al adulador un puntapié.

-El amor de las multitudes es una túnica que puede incendiarse al primer movimiento indiscreto del que la lleva: tú la vestirás como una casulla de ritual; ninguna vez como prenda de abrigo.

-También es un traje cortado sin consultar las dimensiones del que ha de usarlo: está hecho a la medida del que lo cortó, que suele ser un adefesio.

martes, 22 de febrero de 2011

LUZ A CIEGAS de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches nº 106

Me pregunto otra vez:
¿Qué es la luz sin un ojo que la mire?

Sí, nosotros decimos:
“Enciéndeme la luz; apágala”,
“A la luz de la luna”,
“Qué luz la de estos días soleados de otoño”.

Todo, sensación, ilusión.
Tú interpretas la luz, que era negrura, ojo,
lo mismo que las ondas de la radio
son silencio y distancia,
hasta que el receptor las detiene y transforma.

Ay, ondas de la luz, ciega negrura.

viernes, 18 de febrero de 2011

LA CONDENA de Leopoldo de Luis. Las 2001 Noches nº 69


De "El extraño"
1955
Aquí nos vemos nuevamente,
persiguiéndonos en la distancia.
No lo sabemos y llevamos
uno contra otro la mirada.

Oscuramente se alimenta
la luz injusta en nuestras brasas,
nos ilumina oscuramente
el turbio pozo de las lágrimas.

No lo sabemos. Y pasamos
como las fieras acosadas
desde la edad de una condena
hacia el llanto de una esperanza.

Y llevamos como una ortiga,
en nuestra carne la palabra,
la saliva irreconciliable
que por la sangre se adelanta.

No lo sabemos. Y vivimos
construyendo paredes, tapias,
tabiques, muros, que nos van
poco a poco tapiando el alma.

No lo sabemos. Y forjamos
cada día una nueva jaula.
Nos encontramos persiguiéndonos
sin saberlo. La vida pasa.

Nos trae, nos lleva, sordamente.
Tristemente. Nos abalanza.
No lo sabemos. Y el amor
no encuentra patria.

viernes, 11 de febrero de 2011

ME GUSTAN LOS ESTUDIANTES de Violeta Parra. Las 2001 Noches nº 17

¡Que vivan los estudiantes,
jardín de las alegrías!
Son aves que no se asustan
de animal ni policía,
y no se asustan de las balas
ni ladrar de las jaurías.
Caramba y zamba la cosa,
¡que viva la astronomía!

¡Que vivan los estudiantes
que rugen como los vientos
cuando les meten al oído
sotanas o regimientos!
Pajarillos libertarios
igual que los elementos.
Caramba y zamba la cosa
¡vivan los experimentos!

Me gustan los estudiantes
porque son la levadura
del pan que saldrá del horno
con toda su sabrosura
para la boca del pobre
que come con amargura.
Caramba y zamba la cosa
¡viva la literatura!

Me gustan los estudiantes
porque levantan el pecho
cuando les dicen harina
sabiéndose que es afrecho
y no hacen el sordomudo
cuando se presenta el hecho.
Caramba y zamba la cosa
¡el código del derecho!

Me gustan los estudiantes
que marchan sobre las ruinas.
Con las banderas en alto
va toda la estudiantina:
son químicos y doctores,
cirujanos y dentistas.
Caramba y zamba la cosa
¡vivan los especialistas!

Me gustan los estudiantes
que van al laboratorio,
descubren lo que se esconde,
adentro del confesorio.
Ya tienen un gran carrito
que llegó hasta el Purgatorio.
Caramba y zamba la cosa
¡los libros explicatorios!

Me gustan los estudiantes
que con muy clara elocuencia
a la bolsa negra sacra
le bajan las indulgencias.
Porque ¿has cuándo nos dura,
señores, la penitencia?
Caramba y zamba la cosa
¡que viva toda la ciencia!

martes, 8 de febrero de 2011

LA MUCHACHA DE LAS ISLAS CANARIAS de Rodolfo Alonso. Las 2001 Noches nº 8


la que yo amo distribuye el tiempo
conserva las raíces de las horas en sus manos
salud en sus campanas
en su muralla convertida en lluvia
en su corazón que está en declive
en la cumbre la muerte en el fondo el amor
amor sus dos pupilas amor cabalga la certeza
y ella convive con los hombres

hoy sus islas habitan mi garganta
la nadadora negra está de pie en la orilla
y hace jirones de pelo con el viento

la que yo amo persiste en el invierno
se da y huye para luego volver a prosternarse
levántate esperada tu corazón es un crisol
pero aún hay una espada en tu sonrisa

la que yo amo está cerca de mí
nuestra fuerza es la fuerza de los hombres
está en mis venas y en mis músculos
caliente como el pan como la sangre como el vino

lunes, 7 de febrero de 2011

HALLAZGO DE LA VIDA de César Vallejo. Las 2001 Noches nº 9

¡Señores! Hoyes la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción, formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, le diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan
inopinada parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla; quién sabe no es piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en un mundo absolutamente inconocido.

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí.

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora, avancé paralelamente a la primavera, diciéndole: «Si la muerte hubiera sido otra...» Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacré-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.

domingo, 6 de febrero de 2011

ALGUNA MEMORIA (I) de Raúl Gustavo Aguirre. Las 2001 Noches nº 4

Bella que me anuncias una extraordinaria complicación. Tantos crímenes olvidados reaparecen por ti.

Llega el tiempo de la proeza infatigable frente a tus ojos sin sueño que ningún diamante puede cerrar:

Ella se expone a las angustias del siglo, usinas de la realidad. Más explícita se quiere, menos se la conoce. El sueño de los asesinos y de los poetas es que llegue a tener un rostro.

Para llegar aquí, ella debe atravesar una región de fotógrafos exacerbados por su asombrosa presencia. A pesar de su aplicación, estos espectadores sólo se quedarán con las pruebas delebles de su distancia de la verdad. Es que para retenerla hubiera sido preciso transformarse en ella, ser ella, y no su descripción más o menos feliz. Yo me lo repito siempre después de mis tentativas inútiles.

Ella mantiene la frescura, la diligencia feliz de la vida, por cuya justificación nos dejamos tentar, hierros de tristeza y de habilidad vergonzosa. Invita a los hombres, a quienes sabe posibles no por el memorial de sus servicios, sino por la suma de su condición a un juego de alta conciencia y de contumacia en el extremo de los enigmas. Ha conseguido así formar una tribu dispersa por el mundo, cuyos miembros se ignoran mutuamente y sin embargo reparan en común los hilos rotos de una gran red de belleza.

La jurisprudencia acumulada por las heridas, la imagen del mundo construida con la memoria de una continua decepción, la torpeza de la saciedad en el epílogo, todas las apariencias de la consumación se borran y se anulan en el esplendor de ese deseo

que arrastra consigo el asombro, el origen y la felicidad del universo y que ella, continuamente, se complace en inspirar.

Ella tampoco está exenta de las cargas fiscales, de las confusiones en la red telefónica, de las representaciones ilícitas. Pero se aviene, sin espanto, a ocupar con nosotros un lugar desfavorable en el mundo. A decir verdad, sólo emplea su tiempo en maravillarse. El siglo ha mejorado con su presencia.

En ella, la oscuridad se transforma en largo regocijo del ladrón solitario. Las señales que no comprende no estaban dirigidas a nosotros.

Viene de ausencias maravillosas, de seres que la amaron a través de otros seres cuyo destino era cambiarse en ella con tanta lentitud que la eternidad les maldice. (La eternidad maldice su lentitud, no su destino.)

Ella no comprende el Oráculo, no se lleva bien con aquellos en quienes el Espíritu ha entrado para vociferar. ¡El lenguaje del dios resuena miserablemente puro en esas cabezas! No comprende una sola palabra que no haya atravesado el sufrimiento lúcido de un hombre, que no conserve señales de la lucha... Ella ignora también qué hacen los que se torturan a sí mismos para que los otros los vean, cuando había que ir más lejos, con los otros, más lejos todavía en el dolor... Esos inútiles inventores de martirio, de palidez, de revelación, a su vez, la odian misteriosamente.

Ella no sabría entretener con apariciones espectaculares nuestros ojos ávidos de exageración. Prefiere permanecer en los resquicios de una realidad que se proclama habitable y obligatoria. Como a las larvas de luciérnaga, la tiniebla la abruma, pero le es imprescindible.

Hasta que el Labrador la descubra, por último, en su terreno magnífico, seguirá siendo la víctima paciente de nuestras herramientas equivocadas.

A su lado, contemplar el abismo resulta una excelente diversión. En su ausencia, comienzo de la angustia para el observador sensible.

Ella siega el verano, y luego todo es azul alrededor de sus ojos invisibles.

Como la cigarra, sólo puede vivir en medio del incendio que suscita.

iAh, pequeño milagro, vida enorme! iEnorme vida en una nada enorme!

Así como el placer es su reino, ella no puede detenerse en esas gradas fáciles donde el olvido nos ofrece sus pactos sospechosos. Si sufre, es para morir.

Por ella entramos en el mundo, pero también por ella nos es cada vez más fácil excluirnos de él. El enigma del bello vivir.

No obstante, la distancia y el diluvio, y las dificultades insalvables, y el honor y la maldición, ella se permite la aventura de vivir con nosotros. Sabe que el abismo terminará por recuperar, algún día, su confianza en el hombre.

Tantas memorias excelentes la abruman con el sonido negro de un mal que ya no existe.

La indiferencia de los pantanos es la forma que adopta, para ella, la soledad. Esos lugares impuros, bajo un sol retraído, a los que tiene una misteriosa necesidad de volver, la rechazan siempre con la misma cortesía... Presenciar ese leve comba- te de la curiosidad contra un infierno que se rehusa, es un espectáculo alucinante. Ella me dispensa a veces esos momentos de terror.

El mundo-monstruo se transforma de pronto en el mundo- doncella, la escritura desesperada en escritura maravillada. Estos cambios la hechizan.

Hierba siempre feliz al pie de los volcanes o en las llanuras sabias donde jura contra su vida el azote de Dios, ella descansa en la parte germinal de la conciencia.

A través de ella se vuelven visibles las heridas del viento. El viento libre que sangra y que la adora.

En las gradas de su palacio impenetrable, un juglar se detiene, un asesino discurre.

Una mirada furtiva podía sorprenderla en una indescriptible actitud de evidencia. Para los seres sensibles al nuevo acontecimiento, la era del escándalo comenzaba, la era de la angustia tocaba a su fin.

Ella desconfía de esos lugares donde el hombre aparece precedido por aclaraciones y citas que le vuelven improbable, esos recintos de la seguridad pública frecuentados por la presión arterial.

En la cueva del alquimista, ella calla, como investida de una miseria admirable que fuera al mismo tiempo su rostro y su secreto.

Mantiene exquisitas relaciones con la lujuria exhumada ante ella. La lluvia de cenizas le produce placer.

A través de ella los relámpagos duran. Hay tiempo para las amistades más sorprendentes.

Sus ojos son respetados por la nada, favorecidos por la prisión. Pero ella aparenta ignorar el sufrimiento que la sostiene.

Su enemistad con los amos proviene de que habla de aquello que realmente le ocurre y no de aquello que, de acuerdo con lo dispuesto, le debiera ocurrir.

En el patio de su silencio, único y feliz se yergue el bello árbol de los destituidos.

Los errores en las tablas del bien y del mal se cargan en su cuenta.

Ella dibuja un rostro sobre un rostro sin fin.

Vive para inventar la razón de su ausencia.

En las épocas de opresión, ella trabaja en la rebelión. En las épocas dé la gloria del hombre, en el Servicio de la Libertad Subterránea.

Y lo que la vida quiere del poema, ella lo hace.

jueves, 3 de febrero de 2011

LEYENDO A BAUDELAIRE de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 120

Es ésta para mí una de las noches más tristes y crueles
del mundo
Baudelaire con sus ojos estúpidos
torcidos por la sífilis; Baudelaire con sus ojos de brujo
maligno, me está mirando fijamente desde un libro de luto.
Llegó arrastrándose a mi casa, hemipléjico y zurdo.
Baudelaire llegó a mi casa después del crepúsculo,
a la hora en que salen los dementes murciélagos nocturnos.
Le dije: señor, se equivoca. No le conozco. Ya está oscuro
y esta casa se extingue a las seis de la tarde,
cuando me aíslo como una araña en su telar profundo.
Y Baudelaire me dijo: es a usted al que busco.
Al que se aísla cuando los primeros pájaros se guarecen
ante la inminencia del terror y los ruidos confusos.
Al arácnido en sombras pervertidas oculto.
Y la baba caía de los labios de Baudelaire
comidos por la sífilis, lascivos y convulsos.
Vengo a su casa porque usted conoce, como yo,
la orfandad y la pena.
Yo lo he sentido clamar por su madre dormido
como gritan los sonámbulos, los hombres siempre solos
desde su inválida niñez. Es a usted al que busco.
Yo lo he visto golpear estérilmente los impasibles muros
de la orfandad, preguntando por el nombre de su madre,
esa que usted tiene ahora fotográficamente en lo turbio
de esta casa con flores malditas.
Es a usted al que busco, es a usted al que busco.
Y Baudelaire atáxico me miraba con sus ojos estúpidos.
Y gritaba y gritaba con la tenacidad babeante del idiota:
es a usted al que busco, es a usted al que busco.
A usted lo amó la sífilis. La he visto reptar sobre su cuerpo
con sus gusanillos minúsculos
royéndole las células nerviosas, las celdillas cerebrales
con las que usted escribe; partiéndole los músculos
con los que usted trabaja, y la vertebral columna
con la que sostiene su cuerpo, cual otra columna de orgullo.
Es ella la que excita sus prodigiosos dedos
para que no reposen. Diosa blanca y verdugo.
Ella le rinde imágenes fantásticas, sonidos misteriosos
que sólo usted escucha, paraísos conclusos.
Después de la muerte en las cenizas de sus huesos
estará el treponema proclamando su triunfo.
Yerto de horror, de crápula, de espanto,
miraba yo a Baudelaire, el hemipléjico, el intruso,
que seguía gritándome y gritándome y gritándome:
es a usted al que busco, es a usted al que busco.
Salga usted de mi casa, le dije elevando mis gritos
y elevando con furia los puños.
Voy a echarle a ese perro
que custodia mi sueño proclive y mi sueño fecundo.
Y él seguía gritando y gritando diabólico y lúgubre:
es a usted al que busco, es a usted al que busco.
Al huérfano, al solo, al que siente el fulgor de la sífilis
cruzar cual sombrío relámpago por sus ojos impuros.
Al que ama la carne podrida del burdel y el sepulcro,
como amé a Jeanne Duval, deforme y perversa.
Es a usted al que busco, es a usted al que busco.
Y un desorden sublime cayó sobre mi casa reducida
como un corazón sin ternura. Y crecía el insulto
tremendo y la baba del atáxico horrible.
Y en mi rostro cayó su saliva asquerosa, su esputo
de locura y de fuerza perseguida por el Mal sin descanso.
Y crecía y crecía el desorden de mi casa y cayeron los libros
y Las Flores del Mal por el suelo en desorden y volaron
las mesas
en divino desorden y el incendio quemó las columnas
y el agua que bebo inundó de mi alcoba la calma,
y el sol que me ilumina desde un cuadro de Van Gogh
desprendióse
del lienzo y se echó sobre mí como un tigre iracundo.
Quise escribir: ¡Piedad! pero las manos desobedecieron,
y la palabra ató mi lengua con asfixiantes nudos,
y era mi cuerpo un tronco devorado por la demencia
que en la sífilis
incuba sus corpúsculos,
hasta que un águila sorda se lleva nuestro espíritu,
y el cuerpo se nos queda rezagado, concluso,
como estoy yo esta noche de crueldad indecible,
mientras el hemipléjico grandioso me grita sin saciarse:
¡Es a usted al que busco, es a usted al que busco!