jueves, 31 de julio de 2014

EDITORIAL de Las 2001 Noches nº 66


Ha llegado la hora de la victoria del poeta, y es por eso que os llamo a la interpretación. Y la interpretación, os recuerdo, es algo que pasa sin pasar del todo, es algo que sabe sin ser sabido. Una herida sin solución de continuidad.

Algo que, siempre por venir, ya habrá pasado. Como el amor, como los grandes acontecimientos, que siempre nos cogen de sorpresa y cuando se dejan conocer ya son otra cosa.

Y que ha llegado la hora de la victoria del poeta no quiere decir siquiera que ha llegado la hora de nuestra victoria o de la mía propia. Ya que el poeta habrá de someterse al lenguaje hasta el límite de desintegrarse

entre las palabras, literalmente, dejar de ser, para que la poesía pueda articular una vida todavía no vivida por nadie, ni siquiera por el poeta en su desaparición.

Y que haya llegado la hora de la victoria del poeta quiere decir, directamente, que la victoria ha de ser toda de la poesía, esto no quiere decir exactamente que ahora la poesía habrá de venir a decirnos cómo tendríamos que vivir.

Ella nada sabe de la vida. No ama, ni recuerda. Es todo porvenir.

Es una puta francesa de Marsella del treinta. Ama el oro por el brillo más que por su valor. Loca permanentemente, siempre quiere más y nunca sabe lo que quiere, después, alguien la besa, alguien la marca, alguien la termina matando. Pero Ella no muere, reaparece en cada esquina, en cada boca, en cada música que ya no podamos olvidar, ella estará presente. Y volverá a hacer la misma caída de ojos y luego amará el brillo del oro hasta agotarlo y, una vez agotado el oro, ella se pondrá sobre la piel, noches, hombres, melodías y así puede volver a morir mil veces, pero lo que nunca pierde es el brillo de su mirada, porque su mirada es la mirada de todas las cosas.

Pero eso, tampoco quiere decir que nosotros no tengamos que tener nuestra propia mirada. Y debemos intentar cierta independencia a riesgo de no ser sino ella misma en su repetición de novedades.

Ha llegado la hora de la victoria del poeta, también, quiere decir que la muerte ha tocado toda palabra, todo goce, todo porvenir. Y es, precisamente, por eso, que os invito a la interpretación.

Y no será que el agua será el agua pura de un blanco manantial ilusorio. Habrá concreto entre nosotros, porque interpretación para la poesía y, entonces, porqué no para nosotros, es materializar las subjetividades.

Materializar como social toda carne. Materializar como histórico, todo deseo.

Y está claro que si bien la Poesía, también, es un trozo proveniente del lenguaje, casi como nosotros, la poesía nace con tal poder de aniquilación de aquello que la genera, que en su acontecimiento el lenguaje, campo aparente de su posibilidad de ser, queda desaparecido y en tal magnitud, que Ella misma, termina siendo lo que de él perdura.

Interpretación o muerte, no sólo habrá sido un aullido desgarrador de nuestra juventud, sino, entre otros sentidos que ya alguien interpretará, una manera moderna de plantear el vel de la alienación.

Modernizando el problema, si elijo la muerte me quedo sin siquiera la muerte, ya que la muerte para el hombre no se puede hacer sino sólo interpretar. Si elijo la interpretación, también habrá muerte, porque qué otra cosa que una puntuación desafortunada, es la interpretación.

Y si hay falla, si algo se ha perdido, si alguien carece, si habrá nunca sido que sin embargo... es el deseo el que ha rasgado el ser del hombre. Si todo está perdido es la poesía la que habla, nutriéndose de lo que Ella, aun, como mujer, nunca será.

MIGUEL OSCAR MENASSA

 


 

miércoles, 30 de julio de 2014

LA INJUSTICIA de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches nº 106

 
¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,
mientras se comba el tiempo, rubio mastín que
duerme a las puertas de Dios.
Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras
tus corvas pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.
Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahincan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.
Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.
Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente,
cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.
Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del viejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.
Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.
... Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.
Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre, de
mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
pasajero bullir de un metal misterioso que irradia
la ternura.
Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón,
bestia maldita.
Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

lunes, 21 de julio de 2014

A los hombres futuros de Bertolt Brecht. Las 2001 Noches nº 1


1 

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos. 

 Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
 revela insensibilidad. El que ríe
 es que no ha oído aún la noticia terrible,
 aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
 hablar sobre árboles es casi un crimen
 porque supone callar sobre tantas alevosías!
 Ese hombre que va tranquilamente por la calle
 ¿lo encontrarán sus amigos
 cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida.
 Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
 de lo que hago me da derecho a hartarme.
 Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
                                                     [estaría perdido).
 Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
 si al hambriento le quito lo que como
 y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
 Y, sin embargo, como y bebo. 

Me gustaría ser sabio también.
 Los viejos libros explican la sabiduría:
 apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
 sin inquietudes nuestro breve tiempo.
 Librarse de la violencia,
 dar bien por mal,
 no satisfacer los deseos y hasta
 olvidarlos: tal es la sabiduría.
 Pero yo no puedo hacer nada de esto:
 verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

2 

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
 cuando el hambre reinaba.
 Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
 y me rebelé con ellos.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra. 

 Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
 Entre los asesinos dormí.
 Hice el amor sin prestarle atención
 y contemplé la naturaleza con impaciencia.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra. 

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
 La palabra me traicionaba al verdugo.
 Poco podía yo. Y los poderosos
 se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
 estaba muy lejos aún.
 Ya se podía ver claramente, aunque para mí
 fuera casi inalcanzable.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra.

3 

Vosotros, que surgiréis del marasmo
 en el que nosotros nos hemos hundido,
 cuando habléis de nuestras debilidades,
 pensad también en los tiempos sombríos
 de los que os habéis escapado. 

Cambiábamos de país como de zapatos
 a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
 donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. 

 Y, sin embargo, sabíamos
 que también el odio contra la bajeza
 desfigura la cara.
 También la ira contra la injusticia
 pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
 que queríamos preparar el camino para la amabilidad
 no pudimos ser amables.
 Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
 en que el hombre sea amigo del hombre,
 pensad en nosotros
 con indulgencia.

BERTOLT BRECHT

 

sábado, 12 de julio de 2014

GRITO HACIA ROMA de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 127


Desde la torre del Chysler Building
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos,
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que unta de aceite las lenguas militares,
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan y el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas
sahumadas,
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslúcidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos.
Dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melenas de dinamita.
Dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay! mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música.
Porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

miércoles, 9 de julio de 2014

CONVERSACIÓN CON UN ESCRITOR AMERICANO de Evgueni Evtuchenko. Las 2001 Noches nº 126

 
Me dicen:
-Eres valiente-.
No.
Yo nunca fui valiente.
Juzgaba indigno, simplemente,
rebajarme con mis compañeros cobardes.
No demolía instituciones.
Tan sólo me reía de lo falso,
lo engolado.
Escribía artículos.
No denuncias.
E intentaba decir todo
lo que pensaba.
Sí,
defendía a la gente de talento,
señalaba a los que, sin tenerlo,
querían meterse a escritores.
Pero eso es un deber,
aunque hablen siempre de mi valentía.
Con amarga vergüenza recordarán
nuestros descendientes
-cuando hayan vencido la infamia-
aquellos tiempos
extraños
en los que
a la simple honradez
llamaban valentía...
 

martes, 1 de julio de 2014

LA MEMORIA EN LAS MANOS de Pedro Salinas. Las 2001 Noches nº 142

          

Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.
Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra
está la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan solo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizás quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.
También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendarios: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices,
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
-¿nuestra frente o la suya?-
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte,
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin cansarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.