lunes, 17 de noviembre de 2014

HALLAZGO DE LA VIDA de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 60


Si escuchas un rumor como de muchos ríos confederados
que descendieran por duros cauces hacia el mar unigénito;
o un bajo ruido igual al de la zapadora larva
cuando barrena su lento cárcamo,
soy yo buscándote, vida, en tus construcciones plenarias
y en tu resistencia de barro imperecedero.
Todo mi ser muscular, óseo, te ansía y te asedia.
Mi sangre en ti desemboca por térmicos estuarios
y se confunde con tus materias grises
y con los núcleos celulares
que distribuyes en los ojos de los albatros y en las hiedras.
Como una roca trabajada por el mar desde hace siglos, siento
desprenderse y fluir líquidos bloques
de un talud interior que se desintegra.
Encerrado entre venas y rojos estambres
de caudal impelente,
oigo sufrir frenéticos residuos
de cosas soñadas por mí fuera del tiempo.
Son mis volúmenes abstractos, mis apariciones truncas
o eslabonadas a mis sacrificios,
mientras escombros originales arden en la oscuridad
como dorados combustibles.
Y si miras crecer ávidas varas
con raíces y musgos antropomorfos,
es mi substancia, vida, que anticipándose a las
transformaciones,
se vuelve vegetal para ceñirte
como lo hacen las fibras en la selva,
abrazándose a ti con ansiedad de tribus del subsuelo;
con su pasión feraz y su exterminadora vigilia
de pueblo vertical que no descansa,
levantando los verdes muros
de una ciudad batida por el aire
y encadenada al trueno,
que en las tinieblas desploma sus ruinas de carbón apagado.

Te busco, vida, con mi actitud frontal y opuesta
al viento divisor.
Con mi profundidad de mina que no ama,
pero que aloja un mundo de sorda maravilla.
Con mis grandes y tempestuosas superficies de nieve
habitadas por corpulentos osos blancos.
Con mi rostro de monolito que yacía sepulto
y volvió de los senos de la tierra
con un dolor incógnito tallado en las miradas.
Y te busco en las espirales de niebla
que suelen adherirse a las cúspides rocosas
como el pensamiento de un hombre purificado por las alturas,
y pasar ante el sueño de los pájaros
y el nivel natural de las lagunas,
con lentitud de espuma de la brisa
que conduce en sus iris migratorios
el molde sin orillas de un espíritu.

Quiero ser por ti, vida, no el arbusto desarraigado
que la potencia del terreno viste
de oscuro esparto y corrosiva lama.
Débil en él la luz se crucifica
y las evoluciones geológicas se pudren
en su palidez de falsaria flor.
Deseo la raíz nervuda como brazo sagitario;
tronco toral guardado por sólida corteza;
ramas donde las hojas proclamen la jerarquía del bosque
y punta imanadora de infinito,
para atraer la furia del sol, los diques de las nubes
y el silencio de formas adorantes
sumidas en los cúmulos nocturnos.

 

Si es necesario, vida, que para hallarte forme de la nada
sitios en donde exista mi propia primavera,
desde mi autónomo continente
puedo crear hosco universo
con mares agresores circundándole;
canteras como torsos contraídos;
estructuras de sal atormentada,
y un comienzo de hundida primavera
comunicándoles desde abajo a las cosas
agobiador poder.

Si he de invocar el otoño benévolo para hallarte,
me basta alzar los ojos y las primeras hojas amarillas
entregan al mundo las claves de sus mustios labios.
El otoño ha estado siempre conmigo, vida.
En él te puedo hallar.
En él te ansío ver.
En él te quiero oír.
Hay una indisoluble consonancia
entre el otoño y mi espíritu.
Entre el otoño y yo no fluye el tiempo
ni se destiñen sus azules linos.
En el otoño amé a una mujer magnánima
que se alejó de mí bajo sus nubes.
He leído en él como en un cuaderno de antiguas estampas
muchas profundas cosas del alma y de la tierra,
y he escrito en el otoño suaves palabras transparentes
que tal vez alguien recuerde un día después de mí.

Para encontrarte, vida, exploro
no ya tus tiernas semejanzas en que mis dedos tocan
tu madurez como en la carne de la vid
sino las partes ásperas,
las primitivas zonas
donde el estaño y el granito sueñan
con la hermosura orgánica del hombre.
Orbe misterioso
que siempre me ha llamado desde su angustia física,
haciéndome señales con su luz de carburo;
incitándome a amarle con sonidos menores,
y descubriendo su magnitud yerta,
que algo tiene de trágico y divino.

Te busco hasta en la muerte que gobiernas
con el orden total de tus designios.
Oh, multiplicadora de todos los números.
Oh, cantidad indivisible.
Mas, ¿qué pueden, respóndeme, los ébanos mortuorios
contra la eternidad de tus criaturas?
y la disgregación de las moléculas,
¿qué puede, respóndeme, contra la fuerza de tus vínculos?

No he podido mirarte pues te ocultas
debajo del enigma de tus máscaras.
Un día en la ribera de un gran río
te presentí por la primera vez.
En torno mío había un crecimiento
irregular de formas y de plantas.

Sentíase un asalto creador
salir de las entrañas del planeta,
como si el fuego céntrico escapara
por los heridos bronquios de un volcán.
Tuve miedo de ti, de tu grandeza;
de tu estatura cósmica; del ímpetu
generador que surge de tus climas,
y pensé en la súbdita muerte,
para depositar en sus horizontales cápsulas
de colmena que reposa en la noche,
la soledad que impones, ¡oh, vida siempre habitada!
al ser que huye de ti cuando apareces
detrás de tus violentos atributos.

Otro día ante el mar de azules integrales
y galopes de internos hipocampos,
te presentí por la segunda vez.
Bramaba el mar como soberbio toro,
empujando escuadrones de barcazas,
poblaciones enteras de pelícanos,
colonias putrefactas de moluscos,
macizas formaciones de coral
y bancos de cangrejos y tortugas.

Volví a palidecer con tu inminencia,
¡oh, vida de propósitos enormes!
impulsadora de los cataclismos
que sufre el mar cuando su seno lanza
islas llenas de seres embrionarios
y mórbidos reptiles,
atónitos ante la propagación de la luz.

Y te he de hallar uniendo los kilómetros
de todas las distancias;
en mí o en los abismos planetarios;
en las pasividades del otoño;
en las oxidaciones de lo físico;
en la insurrección de los elementos;
en la integridad de las piedras sepulcrales
y en los naufragios que recuerde
la memoria del mar.
¡Oh, tú, la verdadera y la enemiga!

sábado, 15 de noviembre de 2014

BOOZ DORMIDO de Víctor Hugo. Las 2001 Noches nº 86


Booz se había acostado, rendido de fatiga;
Todo el día había trabajado sus tierras
y luego preparado su lecho en el lugar de siempre;
Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.

Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico, era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en el fuego de su fragua.

Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era avara ni tenía odio;

Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
"Dejar caer a propósito espigas" -decía.

Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.

Booz era buen amo y fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande.

El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.

* * * *
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy antiguos.

Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.

* * * *
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.

Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.

Y Booz murmuraba con la voz del alma:
"¿Cómo podría ser que eso viniese de mí?
la cifra de mis años ha pasado los ochenta,
y no tengo hijos y ya no tengo mujer.

Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.

Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale de la noche como de una victoria;

Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el agua".

Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.

* * * *

Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.

Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella.

Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá.

La sombra era nupcial, augusta y solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban,
a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.

La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo.

Era un mes en que la naturaleza es dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.

Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,

inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.


1º de mayo de 1859

martes, 4 de noviembre de 2014

ENTRE SURTIDORES EMPINADOS de Emilio Adolfo Weatphalen. Las 2001 Noches nº 27

 
ENTRE surtidores empinados para alcanzar la estrella
Chorreaba tu risa la música rebosante de los cielos
Y más grácil que palmera negando el desierto
Siempre hallabas los ríos desolados del hastío
Olvidados gota a gota salpicando el estadio
Allí sol y luna se daban la mano
Para no ser menos y estar conformes
Si tú dijeras estoy contenta
Envolviéndote en tanto olvido
Cuanto cabe en el pico del loro
Junto al ramo de flores estallando del ramo
Madréporas naciendo de orejas
U orejas naciendo de madréporas
Un rayo de sol incubando otro rayo de sol
Y sobre las más altas fuentes
Los velámenes chicoteados la leve prisa
Y si libabas en campánulas salvajes
Si cual los pájaros hacías pininos
Para no caerte de las ramas tan frágiles
Acaso podían competir los surtidores
Más que la espuma de ti misma brotabas
Con el canto del agua para contar los minutos
Y el del ave para encantar los minutos
Y no dejar espacio al tiempo para separar
Las voces y las voces los minutos y los minutos
Deshacerse parecían las olas contra los dientes
Y tantas flautas tantos murmullos de hojas
Desgranándose de los dientes
Y las harpas secretas
Y el eco sobresaltando las ciudades
Desprendiendo las vidrierías
Como racimos de cristal cayendo las campanas
Resonando como el mar el acero de las ciudades
Subiendo a las torres los aros de las niñas
Cayendo de las nubes pianos y laúdes
Madurando los árboles cabezas de sopranos
Arrojando los mares a las playas
Guitarras y sirenas
Y así el himno de la alegría
Y así la niña diosa
Y esta su risa
Como hormiguero cubriendo el mundo
Como música o mar lamiendo acantilados
Como luz hilada de abejas de oro

jueves, 16 de octubre de 2014

SHERLOCK HOLMES de Jorge Luis Borges. Las 2001 Noches nº 126

 
No salió de una madre ni supo de mayores.
Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores.
No es un error pensar que nace en el momento
en que lo ve aquel otro que narrará su historia
y que muere en cada eclipse de la memoria
de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.
Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.
Ese hombre tan viril ha renunciado al arte
de amar. En Baker Street vive solo y aparte.
Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.
Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca
y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.
No tiene relaciones, pero no lo abandona
la devoción del otro, que fue su evangalista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo: en tercera persona.
No baja más al baño. Tampoco visitaba
ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca
y que no sabe casi nada de esa comarca
de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.
(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera
diremos de aquel justo que da nombre a los versos
que su inconstante sombra recorre los diversos
dominios en que ha sido parcelada la esfera.)
Atiza en el hogar las encendidas ramas
o da muerte en los páramos a un perro del infierno.
Ese alto caballero no sabe que es eterno.
Resuelve naderías y repite epigramas.
Nos llega desde un Londres de gas y de neblina
un Londres que se sabe capital de un imperio
que le interesa poco, de un Londres de misterio
tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.
No nos maravillemos. Después de la agonía,
el hado o el azar (que son la misma cosa)
depara a cada cual esa suerte curiosa
de ser ecos o formas que mueren cada día.
Que mueren hasta un día final en que el olvido,
que es la meta común, nos olvide del todo.
Antes que nos alcance juguemos con el lodo
de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.
Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.

martes, 5 de agosto de 2014

LA GUERRA de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 129

 
La guerra,
hoy estuve pensando en los señores y la guerra.
Y tengo que decirlo, aunque nadie lo crea,
mil litros de sangre coagulada rompieron a llorar.
El vientre de mi madre partido en mil pedazos,
sus brazos, sus amores, sus nervios congelados.
Mi padre, su mirada quebrada por el tiempo,
mi padre muerto, podrido, agusanado
y mis tristes hermanos y yo mismo, viviendo de silencios.

La guerra,
hoy estuve pensando en las señoras y la guerra.
En mi pueblo nadie dormía bien,
el corazón de la ciudad vivía alborotado.
Las mujeres tejían por las noches trapos de sangre,
los hombres murmuraban, urdían venganzas, se morían.
Los más jóvenes vestían de luto permanentemente
y los pequeños ángeles futuros morían antes de nacer
y mis tristes hermanas y yo mismo, muriendo de silencios.

La guerra,
esta vez, también, será con otros.
Hablaré con las voces ocultas de la tierra,
con aquellos muertos que fueron, totalmente,
privados de su libertad.
Hermosos muchachos, llenos de energías,
muertos antes de tiempo.
Soy esa grandiosa energía liberada,
nadie podrá conmigo, soy un millón de muertos,
el himno que la muerte reclama para sí,
lo negro de lo negro,
los brillos de lo negro,
las esmeraldas de la muerte.
 

jueves, 31 de julio de 2014

EDITORIAL de Las 2001 Noches nº 66


Ha llegado la hora de la victoria del poeta, y es por eso que os llamo a la interpretación. Y la interpretación, os recuerdo, es algo que pasa sin pasar del todo, es algo que sabe sin ser sabido. Una herida sin solución de continuidad.

Algo que, siempre por venir, ya habrá pasado. Como el amor, como los grandes acontecimientos, que siempre nos cogen de sorpresa y cuando se dejan conocer ya son otra cosa.

Y que ha llegado la hora de la victoria del poeta no quiere decir siquiera que ha llegado la hora de nuestra victoria o de la mía propia. Ya que el poeta habrá de someterse al lenguaje hasta el límite de desintegrarse

entre las palabras, literalmente, dejar de ser, para que la poesía pueda articular una vida todavía no vivida por nadie, ni siquiera por el poeta en su desaparición.

Y que haya llegado la hora de la victoria del poeta quiere decir, directamente, que la victoria ha de ser toda de la poesía, esto no quiere decir exactamente que ahora la poesía habrá de venir a decirnos cómo tendríamos que vivir.

Ella nada sabe de la vida. No ama, ni recuerda. Es todo porvenir.

Es una puta francesa de Marsella del treinta. Ama el oro por el brillo más que por su valor. Loca permanentemente, siempre quiere más y nunca sabe lo que quiere, después, alguien la besa, alguien la marca, alguien la termina matando. Pero Ella no muere, reaparece en cada esquina, en cada boca, en cada música que ya no podamos olvidar, ella estará presente. Y volverá a hacer la misma caída de ojos y luego amará el brillo del oro hasta agotarlo y, una vez agotado el oro, ella se pondrá sobre la piel, noches, hombres, melodías y así puede volver a morir mil veces, pero lo que nunca pierde es el brillo de su mirada, porque su mirada es la mirada de todas las cosas.

Pero eso, tampoco quiere decir que nosotros no tengamos que tener nuestra propia mirada. Y debemos intentar cierta independencia a riesgo de no ser sino ella misma en su repetición de novedades.

Ha llegado la hora de la victoria del poeta, también, quiere decir que la muerte ha tocado toda palabra, todo goce, todo porvenir. Y es, precisamente, por eso, que os invito a la interpretación.

Y no será que el agua será el agua pura de un blanco manantial ilusorio. Habrá concreto entre nosotros, porque interpretación para la poesía y, entonces, porqué no para nosotros, es materializar las subjetividades.

Materializar como social toda carne. Materializar como histórico, todo deseo.

Y está claro que si bien la Poesía, también, es un trozo proveniente del lenguaje, casi como nosotros, la poesía nace con tal poder de aniquilación de aquello que la genera, que en su acontecimiento el lenguaje, campo aparente de su posibilidad de ser, queda desaparecido y en tal magnitud, que Ella misma, termina siendo lo que de él perdura.

Interpretación o muerte, no sólo habrá sido un aullido desgarrador de nuestra juventud, sino, entre otros sentidos que ya alguien interpretará, una manera moderna de plantear el vel de la alienación.

Modernizando el problema, si elijo la muerte me quedo sin siquiera la muerte, ya que la muerte para el hombre no se puede hacer sino sólo interpretar. Si elijo la interpretación, también habrá muerte, porque qué otra cosa que una puntuación desafortunada, es la interpretación.

Y si hay falla, si algo se ha perdido, si alguien carece, si habrá nunca sido que sin embargo... es el deseo el que ha rasgado el ser del hombre. Si todo está perdido es la poesía la que habla, nutriéndose de lo que Ella, aun, como mujer, nunca será.

MIGUEL OSCAR MENASSA

 


 

miércoles, 30 de julio de 2014

LA INJUSTICIA de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches nº 106

 
¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,
mientras se comba el tiempo, rubio mastín que
duerme a las puertas de Dios.
Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras
tus corvas pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.
Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahincan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.
Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.
Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente,
cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.
Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del viejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.
Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.
... Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.
Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre, de
mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
pasajero bullir de un metal misterioso que irradia
la ternura.
Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón,
bestia maldita.
Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

lunes, 21 de julio de 2014

A los hombres futuros de Bertolt Brecht. Las 2001 Noches nº 1


1 

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos. 

 Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
 revela insensibilidad. El que ríe
 es que no ha oído aún la noticia terrible,
 aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
 hablar sobre árboles es casi un crimen
 porque supone callar sobre tantas alevosías!
 Ese hombre que va tranquilamente por la calle
 ¿lo encontrarán sus amigos
 cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida.
 Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
 de lo que hago me da derecho a hartarme.
 Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
                                                     [estaría perdido).
 Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
 si al hambriento le quito lo que como
 y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
 Y, sin embargo, como y bebo. 

Me gustaría ser sabio también.
 Los viejos libros explican la sabiduría:
 apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
 sin inquietudes nuestro breve tiempo.
 Librarse de la violencia,
 dar bien por mal,
 no satisfacer los deseos y hasta
 olvidarlos: tal es la sabiduría.
 Pero yo no puedo hacer nada de esto:
 verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

2 

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
 cuando el hambre reinaba.
 Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
 y me rebelé con ellos.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra. 

 Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
 Entre los asesinos dormí.
 Hice el amor sin prestarle atención
 y contemplé la naturaleza con impaciencia.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra. 

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
 La palabra me traicionaba al verdugo.
 Poco podía yo. Y los poderosos
 se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
 estaba muy lejos aún.
 Ya se podía ver claramente, aunque para mí
 fuera casi inalcanzable.
 Así pasé el tiempo
 que me fue concedido en la tierra.

3 

Vosotros, que surgiréis del marasmo
 en el que nosotros nos hemos hundido,
 cuando habléis de nuestras debilidades,
 pensad también en los tiempos sombríos
 de los que os habéis escapado. 

Cambiábamos de país como de zapatos
 a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
 donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. 

 Y, sin embargo, sabíamos
 que también el odio contra la bajeza
 desfigura la cara.
 También la ira contra la injusticia
 pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
 que queríamos preparar el camino para la amabilidad
 no pudimos ser amables.
 Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
 en que el hombre sea amigo del hombre,
 pensad en nosotros
 con indulgencia.

BERTOLT BRECHT

 

sábado, 12 de julio de 2014

GRITO HACIA ROMA de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 127


Desde la torre del Chysler Building
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos,
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que unta de aceite las lenguas militares,
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan y el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas
sahumadas,
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslúcidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos.
Dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melenas de dinamita.
Dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay! mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música.
Porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

miércoles, 9 de julio de 2014

CONVERSACIÓN CON UN ESCRITOR AMERICANO de Evgueni Evtuchenko. Las 2001 Noches nº 126

 
Me dicen:
-Eres valiente-.
No.
Yo nunca fui valiente.
Juzgaba indigno, simplemente,
rebajarme con mis compañeros cobardes.
No demolía instituciones.
Tan sólo me reía de lo falso,
lo engolado.
Escribía artículos.
No denuncias.
E intentaba decir todo
lo que pensaba.
Sí,
defendía a la gente de talento,
señalaba a los que, sin tenerlo,
querían meterse a escritores.
Pero eso es un deber,
aunque hablen siempre de mi valentía.
Con amarga vergüenza recordarán
nuestros descendientes
-cuando hayan vencido la infamia-
aquellos tiempos
extraños
en los que
a la simple honradez
llamaban valentía...
 

martes, 1 de julio de 2014

LA MEMORIA EN LAS MANOS de Pedro Salinas. Las 2001 Noches nº 142

          

Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.
Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra
está la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan solo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizás quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.
También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendarios: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices,
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
-¿nuestra frente o la suya?-
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte,
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin cansarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.

sábado, 31 de mayo de 2014

PANORAMA CIEGO DE NUEVA YORK de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 10


Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
 
Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.
 
Un traje abandonado pesa tanto en los hombros
que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.
Y las que mueren de parto saben en la última hora
que todo rumor será piedra y toda huella latido.
 
Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.
 
No, no, son los pájaros,
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,
ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento
ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada.
Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo
es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.
 
Yo muchas veces me he perdido
para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas
y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas
donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas
y para la tierna intimidad de los volcanes.
 
No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,
pero dientes que callarán aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.
La tierra con sus puertas de siempre

Que llevan el rubor de los frutos.

Las 2001 Noches nº 10

CIUDAD SIN SUEÑO
(NOCTURNO DEL
BROOKLING BRIDGE)
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
 
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
 
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne vida. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
 
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas 
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
 
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
 
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros. 

Federico García Lorca

domingo, 18 de mayo de 2014

SALVACIÓN POR EL CUERPO de Pedro Salinas. Las 2001 Noches nº 128


 ¿No lo oyes? Sobre el mundo,

 eternamente errante

 de vendaval, a brisas o suspiro,

 bajo el mundo,

 tan poderosamente subterránea

 que parece temblor, calor de tierra,

 sin cesar, en su angustia desolada,

 vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.

 Todo quiere ser cuerpo.

 Mariposa, montaña,

 ensayos son alternativos

 de forma corporal, a un mismo anhelo:

 cumplirse en la materia,

 evadidas por fin del desolado

 sino de almas errantes.

 Los espacios vacíos, el gran aire,

 esperan siempre, por dejar de serlo,

 bultos que los ocupen. Horizontes

 vigilan avizores, en los mares,

 barcos que desalojen,

 con su gran tonelaje y con su música,

 alguna parte del vacío inmenso

 que el aire es fatalmente;

 y las aves

 tienen el aire lleno de memorias.

 ¡Afán, afán de cuerpo!

 

 

Querer vivir es anhelar la carne,

 donde se vive y por la que se muere.

 Se busca oscuramente sin saberlo

 un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.

 

Nuestro primer hallazgo es el nacer.

 Si se nace

 con los ojos cerrados, y los puños

 rabiosamente voluntarios, es

 porque siempre se nace de quererlo.

 El cuerpo ya está aquí; pero se ignora,

 como al olor de rosa se le olvida

 la rosa. Le llevamos

 al lado nuestro, se le mira,

 en los espejos, en las sombras.

 Solamente costumbre. Un día,

 la infatigable sed de ser corpóreo

 en nosotros irrumpe,

 lo mismo que la luz, necesitada

 de posarse en materia para verse,

 por el revés de sí, verse en su sombra.

 Y como el cuerpo más cercano,

 de todos los del mundo es este nuestro,

 nos unimos con él, crédulos, fáciles,

 ilusionados de que bastara

 a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo

 es el cuerpo primero en que vivimos,

 y eso se llama juventud a veces.

 

Sí, es el primero y eran dieciséis

 los años de la historia.

 Agua fría en la piel,

 zumo de mundo inédito en la boca,

 locas carreras para nada, y luego,

 el cansancio feliz. Tibios presagios,

 sin rumbo el rostro corren,

 disfrazados de ardores sin motivo.

 Nos sospechamos nuestros labios, ya.

 La primera soledad se siente en ellos.

 ¡Y qué asombrado es el reconocerse

 en estas tentativas de presencia,

 nosotros en nosotros, vagabundos

 por el cuerpo soltero!

 Alegremente fáciles,

 se vive así en materia

 que nada necesita, sino es ella,

 igual que la inicial estrella de la noche,

 tan suficientemente solitaria.

 Así viven los seres

 tiernamente llamados animales:

 la gacela

 está en bodas recientes con su cuerpo.

 

Pero luego supimos,

 lo supimos tú y yo en el mismo día,

 que un cuerpo que se busca

 cuando se tiene ya y se está cansado

 de su repetición y de su pulso,

 solo se encuentra en otro.

 ¿Con qué buscar los cuerpos?

 Con los ojos se buscan, penetrantes,

 en la alta madrugada, ese paisaje

 del invierno del día, tan nevado,

 en el lecho se busca,

 donde estoy solo, donde tú estarás.

 La blancura vacía

 se puebla de recuerdos no tenidos,

 la recorren presagios sonrosados

 de aquel rosado bulto que tú eras,

 y brota, inmaterial masa de sueño,

 tu inventada figura hasta que llegues.

 Allí, en la oscura noche

 cuando el silencio lo permite todo,

 y parece la vida,

 el oído en vela escucha

 vaga respiración, suspiro en eco,

 sospechas del estar un cuerpo al lado.

 Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé-

sólo está en su pareja.

 Ya se encontró: con lentas claridades,

 muy despacio.

 ¡Cómo desembocamos en el nuevo,

 cuerpo con cuerpo igual que agua con agua,

 corriendo juntos entre orillas

 que se llaman los días más felices!

 ¡Cómo nos encontramos en el nuestro

 allí en el otro, por querer huirlo!

 Estaba allí esperándose, esperándonos:

 un cuerpo es el destino de otro cuerpo.

 

Y ahora se le conoce, ya, clarísimo.

 Después de tantas peregrinaciones,

 por temblores, por nubes y por números,

 estaba su verdad definitiva.

 Traspasamos los límites antiguos.

 La vida salta, al fin, sobre su carne,

 por un gran soplo corporal henchidas

 las nuevas velas:

 atrás se cierra un mar y busca otro.

 Encarnación final, y jubiloso

 nacer, por fin, en dos, en la unidad

 radiante de la vida, dos. Derrota

 del solitario aquel nacer primero.

 Arribo a nuestra carne transcorpórea,

 al cuerpo, ya, del alma.

 Y se quedan aquí tras el hallazgo

 -milagroso final de besos lentos-,

 rendidos nuestros bultos y estrechados,

 sólo ya como prendas, como señas,

 de que a dos seres les sirvió esta carne

 -por eso está tan trémula de dicha-

para encontrar, al cabo, al otro lado,

 su cuerpo, el del amor, último y cierto.

 Ése

 que inútilmente esperarán las tumbas.

 

jueves, 15 de mayo de 2014

EDITORIAL de Las 2001 Noches nº 144 (Mayo 2014)


MONÓLOGO ENTRE LA VACA Y EL MORIBUNDO

(III)

   He leído nuevamente “La Poesía y Yo” y he decidido publicarlo. He decidido, quiere decir, que me he encontrado en la lectura con una poesía que no pensaba estuviera ya escrita. Éste no es como ninguno de mis libros anteriores y sin embargo me vuelve a pasar lo mismo, esta vez tampoco sé si conseguiré convencer a algún contemporáneo del valor de mis versos. Un libro que está compuesto de una manera nada ortodoxa para mi manera de componer mis libros anteriores.

   Poemas escritos hace tres años, con poemas escritos ayer, para decirlo de alguna manera. En momentos muy diferentes de mi vida el poeta urdía siempre la misma trama, atado al mandato de producir este libro no prestó demasiada atención a las vicisitudes de mi vida que, por momentos resultaban contrarias a la poesía y no sólo a eso, sino también, a que se reunieran en un solo libro los poemas que iba escribiendo el poeta en tan diferentes estados de mi ánimo.

   Hoy frente a mí mismo el poeta ha producido el milagro, al componer con todas esas páginas un solo libro que se llama “La Poesía y Yo”, y que consta de una introducción y cinco secciones.

   Otra de las diferencias es que en este libro no hay, creo, ni una sola fecha, como si todo el libro se hubiese escrito el mismo día. Como si todo no fuese otra cosa que un instante, como si los aparentes fragmentos no fuesen sino trozos de una misma fotografía. Un hombre en los finales del siglo XX.

   Un hombre alucinado, luchando (y perdiendo su propia vida en esa lucha) entre ser la pureza siempre divina del hombre primitivo (amante de una naturaleza abierta donde todo el aire era para él, y su único amo era Dios) o ser el desperdicio de una sociedad en crecimiento que es lo que proponen para él, los sistemas actuales de convivencia.

   No puedo, sin embargo, dejar de escribir que un hombre alucinado es un hombre que ve algo que no está exactamente pasando para todos, quiero decir un hombre alucinado, cuando lo dejan, es capaz de anticipar el futuro.

   La ideología para vivir fue sostenida durante todo este tiempo por una sola frase:

   Lo mejor para el amor, es hacerlo entre varias personas.

   El marco teórico con el cual yo pretendía influir al poeta durante la escritura de estos poemas, y en parte creo haberlo conseguido, estaba dado por la teoría del valor y la teoría del inconsciente, algunos conceptos de la lingüística estructural y leves nociones de ese instrumento para ayudar a imaginar que es la topología.

   El poeta oponía durante todo el tiempo que duró la escritura del libro, a estas imprecisiones científicas (como él las llamaba) la vida, que en todos los casos no cabía en esa relatividad, mi propia vida que en la relación con su escritura se fue transformando hasta tal punto que llegué a creer por momentos que era yo mismo el que escribía los versos.

   La vida que el poeta oponía rabiosamente a las ciencias, eran palabras, y no vanas palabras al viento juguetes de las olas, sino una vida tan material como las ciencias, porque la vida era para el poeta sus palabras escritas.

   La lucha no fue a muerte, primero porque yo no soy un amante de la muerte y segundo porque el poeta traía esta vez intenciones de conversar. Para él no sé cómo habrá sido, para mí fue una conversación descomunal, sin saber, sino solamente ahora, que ciertos dolores musculares, ciertos síntomas de impotencia que antes nunca había padecido, desórdenes incalculables para mi personalidad tanto en mi economía libidinal como en mi economía política, eran productos de instantes insoportables para mi moral durante el tiempo de la conversación.

   Muchas veces abandonaba al poeta a su propia suerte, y él, quedaba arrinconado y llegué a esconderle la máquina de escribir, y dejarlo varios días sin comer, o bien cuando me imploraba que volviéramos a escribir, lo mandaba a hacer el amor con las mujeres. Cuando yo volvía por esa sensación de grandeza que él siempre me ofrecía en los encuentros, sus primeras palabras eran siempre contra mí, me mostraba claramente en un poema la mezquindad de mi mediocridad, me llamaba dos o tres veces cobarde, y después continuábamos la conversación.

   A veces en los momentos que mejor nos llevábamos intentábamos hacer el amor con una mujer. Y siempre nos salía mal. Después de los primeros momentos donde la mujer permanecía anonadada frente a nuestra belleza inicial, comenzábamos a hacer con ella cosas diferentes imposibles de ser soportadas, como en nuestro caso, por la misma persona. Yo hacía promesas. Él insistía que la única promesa posible, era no prometer. Yo la miraba a los ojos, él prefería escuchar su voz. Ella terminaba volviéndose loca y caía enamorada en brazos de alguno de los dos según las circunstancias y según la mujer, y se quedaba a veces sin mirada, a veces sin voz. Quiero decir, nunca pudimos hacer el amor juntos con la misma mujer.

   Sé que esta noche sus versos me tienen encandilado, sin embargo no termino de comprender cómo fue posible. Haber dicho esas cosas del amor, haber escrito esas palabras acerca de la muerte, proponer en definitiva una nueva manera de mirar la vida de los hombres. A veces temo ser castigado. Él no teme a nada, sólo que yo le quite el soporte de toda su grandeza, mi cuerpo tembloroso. Él no sabe, porque todo lo hace sin saber, que mi cuerpo ya no me pertenece, o por lo menos está perdido entre sus letras. En estos momentos cuando yo acabo de confesarle lo que no pensaba confesarle, él (podríamos decir) me obliga a un nuevo y definitivo compromiso. Prestar mi nombre propio como autor de su libro, ya que los poetas no tienen nombre propio, y en estas circunstancias yo fui su amigo.

   Cuando comprendo la propuesta siento halago que me corresponda, a mí mismo, ser el autor de este libro, y al mismo tiempo la duda que se me otorgue tan fácilmente cosa tan grande, por la simpleza de haber vivido dentro de la misma piel, durante un tiempo junto con un poeta.

   Pregunto rápidamente ¿con qué, si nada tengo, voy a pagar semejante regalo?

   No obtengo ninguna respuesta.

   El libro ha quedado compuesto sobre mi escritorio.

   Vuelvo a preguntar desesperadamente y el infinito silencio que me rodea pone en cuestión en mi propio nombre, mi propia vida.

   La poesía queda a salvo. Él, ha partido.

Miguel Oscar Menassa

 

viernes, 18 de abril de 2014

SOCORRO, NO PUEDO DETENER MIS PALABRAS - Las 2001 Noches nº 143

 

Llegué una tarde a Madrid y me dije:
Ésta será mi tierra éste mi pueblo.
Después fue todo mucho más difícil.
Los apretones de mano del principio
se transformaron en fuertes tenazas
inmovilizadoras.
Pude sentir
que la esclavitud era mi sino.
Francesa que en el tango
muere tosiendo y enamorada.
Nací en Buenos Aires.
Mi padre es árabe
y nació en el mar.
En Buenos Aires al amparo
de la sombra de la higuera
padre me recordaba
que abuelo cuando hablaba
siempre hablaba de España.
Nuestra tierra más bella decía
y si fue Patria de mis abuelos
será tu Patria.
Luego se perdía en divagaciones
y recitaba algún poema en árabe
inscripto en piedras y pensares
que fueron para España su nacer.
Ya verás con tus propios ojos
a pesar de los bárbaros
nuestras señas perduran
y entonaba dormido una canción
Laia, Laia, Laia, LAIA, LAIA, Laia...
y batía las palmas como los andaluces.
A la mañana siguiente madre
recordaba
que vivíamos en Buenos Aires.
Ella siempre cantaba tangos
y algunas mañanas inolvidables
cuando padre se iba a trabajar:
«Ojos verdes como la albahaca
verdes como el trigo verde
y el verde verde limón...»
A ella le brillaban los ojos siempre
a él sólo le brillaban los ojos
cuando cantaba en árabe sus canciones
cuando recordaba la España del abuelo.
Llegué a España huyendo de mí mismo
huyendo de una vida que no pude
contener en mi cuerpo.
Y cuando llegué me dije:
Ésta será mi vida, ésta mi Patria.
Después fue todo mucho más difícil.
Al principio
era lindo caminar por las calles.
Libre
me sentía libre como un pájaro
y cantaba como mis antepasados
y pensaba que la vida y el amor
pueden comenzar todos los días
hoy.
Después la calle se fue poblando
de fantasmas
se llenó de recuerdos.
Se dejaron de escuchar las guitarras
y la gente se escuchaba a sí misma.
A nadie le gustaba lo que pasaba.
Habían matado.
a un estudiante
a un policía
a un militar
a un militante
a una vieja
a un niño.
Habían matado.
La calle se pobló
de inconmensurables
murmullos de desaprobación.
De golpe en la ciudad de la luz
fue imposible caminar por la calle.
En Madrid huyendo de la calle
como antes había huído de mi país
llegué hasta aquí, lugar de sueños
donde la ciudad sólo ama la poesía.
Toda página en blanco es el pasado.
Cada página escrita será mi Patria. 
Miguel Oscar Menassa 

martes, 25 de febrero de 2014

ANDRÉ BRETON

 UNIÓN LIBRE

Mi mujer con cabellera de llamaradas de leño
con pensamientos de centellas de calor...
con talle de reloj de arena
mi mujer con talle de nutria entre los dientes de un tigre
mi mujer con boca de escarapela y de ramillete de estrellas
[de última magnitud
con dientes de huella de ratón blanco sobre la tierra blanca con lengua de ámbar y vidrio frotados
mi mujer con lengua de hostia apuñalada
con lengua de muñeca que abre y cierra los ojos
con lengua de piedra increíble
mi mujer con pestañas de palotes escritos por un niño
con cejas de borde de nido de golondrina
mi mujer con sienes de pizarra de techo de invernadero
y de cristales empañados
mi mujer con hombros de champaña
y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo
mi mujer con muñecas de cerillas
mi mujer con dedos de azar y de as de corazón
con dedos de heno segado
mi mujer con axilas de marta y de bellotas
de noche de San Juan
de ligustro y de nido de escalarias
con brazos de espuma de mar y de esclusa
y de combinación de trigo y molino
mi mujer con piernas de cohete
con movimientos de relojería y desesperación
mi mujer con pantorrillas de médula de saúco
mi mujer con pies de iniciales
con pies de manojos de llaves con pies de pájaros en el
[momento de beber
mi mujer con cuello de cebada sin pulir
mi mujer con garganta de Valle de Oro
de cita en el lecho mismo del torrente
con senos nocturnos
mi mujer con senos de montículo marino
mi mujer con senos de crisol de rubíes
con senos de espectro de la rosa bajo el rocío
mi mujer con vientre de apertura de abanico de los días
con vientre de garra gigante
mi mujer con espalda de pájaro que huye en vuelo vertical con espalda de azogue
con espalda de luz
con nuca de canto rodado y de tiza mojada
y de caída de un vaso en el que acaban de beber
mi mujer con caderas de barquilla
con caderas de lustro y de plumas de flecha
y de canutos de pluma de pavo real blanco
de balanza insensible
mi mujer con nalgas de greda y amianto,
mi mujer con nalgas de lomo de cisne
mi mujer con nalgas de primavera
con sexo de gladiolo
mi mujer con sexo de yacimiento aurífero y de ornitorrinco mi mujer con sexo de alga y de viejos bombones
mi mujer con sexo de espejo
mi mujer con ojos llenos de lágrimas
con ojos de panoplia violeta de aguja imantada
mi mujer con ojos de pradera
mi mujer con ojos de agua para beber en prisión
mi mujer con ojos de bosque eternamente bajo el hacha
con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego.

http://www.las2001noches.com/n1/pg1.htm