martes, 30 de marzo de 2010

ODA A LOS POETAS POPULARES de Pablo Neruda. Las 2001 noches nº 70


Poetas naturales de la tierra,
escondidos en surcos,
cantando en las esquinas,
ciegos de callejón, oh trovadores
de las praderas y los almacenes,
si al agua
comprendiéramos
tal vez como vosotros hablaría,
si las piedras
dijesen su lamento
o su silencio,
con vuestra voz, hermanos,
hablarían.
Numerosos
sois, como las raíces.
En el antiguo corazón
del pueblo
habéis nacido
y de allí viene
vuestra voz sencilla.
Tenéis la jerarquía
del silencioso cántaro de greda
perdido en los rincones,
de pronto canta
cuando se desborda
y es sencillo
su canto,
es sólo tierra y agua.

Así quiero que canten
mis poemas,
que lleven
tierra y agua,
fertilidad y canto,
a todo el mundo.
Por eso,
poetas
de mi pueblo,
saludo
la antigua luz que sale
de la tierra.
El eterno
hilo en que se juntaron
pueblo
y
poesía,
nunca
se cortó
este profundo
hilo de piedra,
viene
desde tan lejos
como
la memoria
del hombre.
Vio
con los ojos ciegos
de los vates
nacer la tumultuosa
primavera,
la sociedad humana,
el primer beso,
y en la guerra
cantó sobre la sangre,
allí estaba mi hermano
barba roja,
cabeza ensangrentada
y ojos ciegos,
con su lira,
allí estaba
cantando
entre los muertos,
Homero
se llamaba
o Pastor Pérez
o Reinaldo Donoso.
Sus endechas
eran allí y ahora
un vuelo blanco,
una paloma,
eran la paz, la rama
del árbol del aceite,
y la continuidad de la hermosura.
Más tarde
los absorbió la calle,
la campiña,
los encontré cantando
entre las reses,
en la celebración
del desafío,
relatando las penas
de los pobres,
llevando las noticias
de las inundaciones,
detallando las ruinas
del incendio
la noche nefanda
de los asesinatos.
Ellos,
los poetas
de mi pueblo,
errantes,
pobres entre los pobres,
sostuvieron
sobre sus canciones
la sonrisa,
criticaron con sorna
a los explotadores
contaron la miseria
del minero
y el destino implacable
del soldado.

Ellos,
los poetas
del pueblo,
con guitarra harapienta
y ojos conocedores
de la vida,
sostuvieron
en su canto
una rosa
y la mostraron en los callejones
para que se supiera
que la vida
no será siempre triste.
Payadores, poetas
humildemente altivos,
a través

de la historia
y sus reveses,
a través
de la paz y de la guerra,
de la noche y de la aurora,
sois vosotros
los depositarios,
los tejedores
de la poesía,
y ahora
aquí en mi patria
está el tesoro,
el cristal de Castilla,
la soledad de Chile,
la pícara inocencia,
y la guitarra contra el infortunio,
la mano solidaria
en el camino,
la palabra
repetida en el canto
y transmitida,
la voz de piedra y agua
entre raíces,
la rapsodia del viento,
la voz que no requiere librerías,
todo lo que debemos aprender
los orgullosos:
con la verdad del pueblo
la eternidad del canto.

sábado, 27 de marzo de 2010

"LLANTOS DEL EXILIO" un libro de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 47

La impresión que me ha dejado este nuevo libro de Miguel Oscar Menassa es el concepto totalizador del ser humano en el mundo.

La integración total. La armonía telúrica. Somos parte de un orbe y la más pequeña de nuestras reacciones se corresponde con un latido general. Giran al unísono la vida y la naturaleza. Hay una materia única cuya fuerza aglutinante es el amor. No hay diferencia entre la luz solar y la que irradia un cuerpo hermoso. El canto de un pájaro es igual al chasquido de un beso. Vivir es amar.

"¿Quién no ama, si ha nacido?", escribió otro poeta exaltador y aun modificador del surrealismo: Vicente Aleixandre. La palabra es una expresión creativa. No es que vivamos a la sombra del paraíso, sino que participamos en su creación y, consecuentemente, en su ruina. Esto me reafirma en la valoración de trascendencia que posee no sólo este libro sino, en general, la poesía de Menassa.

Cuando el poeta quiere poner nombre a la hija recién nacida, el sol, la tierra, todo colabora en la busca. La vida se detiene para recoger en su ritmo al nuevo ser. Pero no sólo el mundo en marcha, sino que una corriente ancestral llega desde el fondo de los siglos a envolverlo.

El poeta canta cómo el bloque familiar se aparta de su zona originaria y llega a tierras de exilio. Pero el exilio no es un frío desarraigo, sino un nuevo suceso sentimental. El exilio es un llanto y un vuelo de ángeles y de hijos. Y el llanto es una mujer, tanto como una mujer es la poesía. El amor lo puede todo y, por supuesto, comprende el amor sexual, elemento y motivo de la naturaleza misma y de su historia. Cabría pensar, ante esta visión totalizadora de la vida, en una suerte de panteismo ateista, pero parece evidente que late la interpretación freudiana del factor sexual como predominante en la existencia. Quizá el "impulso de la destrucción" más allá del "principio del placer". En el fondo, en la poesía de Miguel Oscar Menassa hay -a mi juicio- una comprensión naturalista del ser humano y también -porque es muy compleja- algo existencial. Ya Sartre dijo que el hombre es una totalidad, no una colección.

Pero lo que ahora nos interesa, dejando aparte interpretaciones más o menos filosóficas, es el resultado poético de este nuevo libro, en que la ternura y la belleza se filtran por el discurso poemático, con cautivadora fuerza expresiva.

La originalidad de las imágenes que tiene en Menassa un poso surrealista, trae consigo versos sorprendentes, como cuando nos dice que la mujer "no deja de producir pájaros en todas direcciones".

Libro es éste de poesía solidaria y vitalista, en el que lo personal e intuitivo se proyecta sobre lo colectivo y compartible. Es emoción lírica personal, pero, en el fondo, están el amor, la vida, el latido telúrico. Y el llanto, porque el llanto tiene en estos poemas una categoría de agua salvadora, de río fecundo, y si hay "lágrimas como piedras despeñadas", también "una pequeña lágrima atraviesa el porvenir". Poemas como "Mi llanto" o "Llantos del poeta" vienen a ser piezas de auscultación humana y de construcción poética propias de un gran poeta.

Mi labor aquí, hoy, es presentar ante ustedes este libro. En él, el poeta se siente plural, camarada y prisionero. Plural, porque se derrama sobre cuanto le rodea. Camarada, porque se siente unido a cuanto le rodea. Prisionero, porque escribir poesía entraña siempre una contradicción: se busca libertad por la palabra y la palabra nos encadena. No se pueden olvidar aquellas aseveraciones de Hölderlin: que hacer poesía es la tarea humana más inocente y que la palabra es el más peligroso de los bienes concedidos al hombre.

El gran poema que cierra el libro de Menassa -uno de los más hermosos y admirables- dice que la palabra no otorga libertad. Y más adelante añade que decir árbol es forjar toda la realidad personal.

La verdad es que se trata de una estrofa tan preciosa que no me resisto a transcribirla entera:

Digo árbol y el verde forja mi realidad.
Verdea el corazón de las mujeres ancianas,
pone en el centro del corazón de mi amada
la esmeralda perdida que brilla en el silencio.

Abundando en el tema, aún concluye: "Sin libertad, prisionero de la palabra". Sin embargo, en el desarrollo de tan magnífico poema, nos damos cuenta de cuán liberadora es su palabra poética.

Creo que se trata de uno de los más importantes libros poéticos de Miguel Oscar Menassa, y me alegra decirlo.

Aún hay que añadir a todo esto lo que supone el libro en sí, el libro como objeto impreso. Se trata de una edición bellamente resuelta, a la que se incorporan reproducciones en las cuales el poeta quiere acompañarse de sí mismo como pintor que es. En realidad, esta curiosa colaboración de doble autor nos demuestra una vez más que Miguel Oscar Menassa es un poeta con doble capacidad expresiva y tanto lo que escribe como lo que pinta y dibuja pertenece a la creación poética. Poemas y cuadros forman parte de un quehacer creador único. Casi podríamos, remedando a Bécquer, decir a Menassa: "poesía eres tú".

LEOPOLDO DE LUIS

viernes, 26 de marzo de 2010

DESOLACIÓN DE LA QUIMERA de Luis Cernuda. Las 2001 Noches nº 6

Todo el ardor del día, acumulado
En asfixiante vaho, el arenal despide.
Sobre el azul tan claro de la noche
Contrasta, como imposible gotear de un agua,
El helado fulgor de las estrellas,
Orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Que, alta ya, desdeñosa ilumina
Restos de bestias en medio de un osario.
En la distancia aúllan los chacales.

No hay agua, fronda, matorral ni césped.
En su lleno esplendor mira la luna
A la Quimera lamentable, piedra corroída
En su desierto. Como muñón, deshecha el ala;
Los pechos y las garras el tiempo ha mutilado;
Hueco de la nariz desvanecida y cabellera,
En un tiempo anillada, albergue son ahora
De las aves obscenas que se nutren
En la desolación, la muerte.
Cuando la luz lunar alcanza
A la Quimera, animarse parece en un sollozo,
Una queja que viene, no de la ruina,
De los siglos en ella enraizados, inmortales
Llorando el no poder morir, como mueren las formas
Que el hombre procreara. Morir es duro,
Mas no poder morir, si todo muere,
Es más duro quizá. La Quimera susurra hacia la luna
Y tan dulce es su voz que a la desolación alivia.

«Sin víctimas ni amantes. ¿Dónde fueron los hombres?
Ya no creen en mí, y los enigmas que yo les propusiera
Insolubles, como la Esfinge, mi rival y hermana,
Ya no les tientan. Lo divino subsiste,
Proteico y multiforme, aunque mueran los dioses.
Por eso vive en mí este afán que no pasa,
Aunque pasó mi forma, aunque ni sombra soy;
Afán que se concreta en ver rendido al hombre
Temeroso ante mí, ante mi tentador secreto indescifrable.

«Como animal domado por el látigo,
El hombre. Pero, qué hermoso; su fuerza y su hermosura,
Oh dioses, cuán cautivadoras. Delicia hay en el hombre;
Cuando el hombre es hermoso, en él cuánta delicia.
Siglos pasaron ya desde que desertara el hombre
De mí ya mis secretos desdeñoso olvidara.
Y bien que algunos pocos a mí acudan,
Los poetas, ningún encanto encuentro en ellos,
Cuando apenas les tienta mi secreto ni en ellos veo
[hermosura.

"Flacos o flácidos, sin cabellos, con lentes,
Desdentados. Esa es la parte física
En mi tardío servidor; y, semejante a ella,
Su caracter. Aún así, no muchos buscan mi secreto hoy,
Que en la mujer encuentran su personal triste Quimera.
Y bien está ese olvido, porque ante mí no acudan
Tras de cambiar pañales al infante
O enjuegarle la nariz, mientras meditan
Reproche o alabanza de algún crítico.

"¿Es que pueden creer en ser poetas
Si ya no tienen el poder, la locura
Para creer en mí y en mi secreto?
Mejor les va sillón en academia
Que aridez, la ruina y la muerte,
Recompensas que generosa di a mis víctimas,
Una vez ya tomada posesión de sus almas,


Cuando el hombre y el poeta preferían
Un miraje cruel a certeza burguesa.
«Bien otros fueron para mí los tiempos
Cuando feliz, ligera, hollaba el laberinto
Donde a tantos perdí ya tantos otros los dotaba
De mi eterna locura: imaginar dichoso, sueños de futuro, Esperanzas de amor, periplos soleados.
Mas, si prudente, estrangulaba al hombre
Con mis garras potentes, que un grano de locura
Sal de la vida es. A fuerza de haber sido,
Promesas para el hombre ya no tengo.»
Su reflejo la luna deslizando
Sobre la arena sorda del desierto,
Entre sombras a la Quimera deja,
Calla en su dulce voz la música cautiva.
y como el mar en la resaca, al retirarse
Deja a la playa desnuda de su magia,
Retirado el encanto de la voz, queda el desierto
Todavía más inhóspito, sus dunas
Ciegas y opacas, sin el miraje antiguo.
Muda y en sombra, parece la Quimera retraerse
A la noche ancestral del Caos primero;
Mas ni dioses, ni hombres, ni sus obras,
Se anulan si una vez son; existir deben
Hasta el amargo fin, perdiéndose en el polvo.
Inmóvil, triste, la Quimera sin nariz olfatea
Frescor de alba naciente, alba de otra jornada
Que no habrá de traerle piadosa la muerte,
Sino que su existir desolado prolongue todavía.

domingo, 21 de marzo de 2010

LOS POETAS de Vicente Aleixandre. Las 2001 Noches nº 107


¿Los poetas, preguntas?

Yo vi una flor quebrada
por la brisa. El clamor
silencioso de pétalos
cayendo arruinados
de sus perfectos sueños.
¡Vasto amor sin delirio
bajo la luz volante,
mientras los ojos miran
un temblor de palomas
que una asunción inscriben!
Yo vi, yo vi otras alas.
Vastas alas dolidas.
Ángeles desterrados
de su celeste origen
en la tierra dormían
su paraíso excelso.
Inmensos sueños duros
todavía vigentes
se adivinaban sólidos
en su frente blanquísima.
¿Quién miró aquellos mundos,
isla feraz de un sueño,
pureza diamantina
donde el amor combate?
¿Quién vio nubes volando,
brazos largos, las flores,
las caricias, la noche
bajo los pies, la luna
como un seno pulsando?
Ángeles sin descanso
tiñen sus alas lúcidas
de un rubor sin crepúsculo
entre los valles verdes.
Un amor, mediodía,
vertical se desploma
permanente en los hombros
desnudos del amante.
Las muchachas son ríos
felices; sus espumas
-manos continuas- atan
a los cuellos las flores
de una luz suspirada
entre hermosas palabras.
Los besos, los latidos,
las aves silenciosas,
todo está allá, en los senos
secretísimos, duros,
que sorprenden continuos
a unos labios eternos.
¡Qué tierno acento impera
en los bosques sin sombras,
donde las suaves pieles,
la gacela sin nombre,
un venado dulcísimo,
levanta su respuesta
sobre su frente al día!
¡Oh, misterio del aire
que se enreda en los bultos
inexplicablemente,
como espuma sin dueño!
Ángeles misteriosos,
humano ardor, erigen
cúpulas pensativas
sobre las frescas ondas.
Sus alas laboriosas
mueven un viento esquivo,
que abajo roza frentes
amorosas del aire.
Y la tierra sustenta
pies desnudos, columnas
que el amor ensalzara,
templos de dicha fértil,
que la luna revela.
Cuerpos, almas o luces
repentinas, que cantan
cerca del mar, en liras
casi celestes, solas.

¿Quién vio ese mundo sólido,
quién batió con sus plumas
ese viento radiante
que en unos labios muere
dando vida a los hombres?
¿Qué legión misteriosa,
ángeles en destierro,
continuamente llega,
invisible a los ojos?
No, no preguntes; calla.
La ciudad, sus espejos,
su voz blanca, su fría
crueldad sin sepulcro,
desconoce esas alas.

Tú preguntas, preguntas...

viernes, 19 de marzo de 2010

EL ULTIMO CAÍN de Dámaso Alonso. Las 2001 Noches nº 15

Ya asesinaste a tu postrer hermano:
ya estás solo.

¡Espacios: plaza, plaza al hombre!
Bajo la comba de plomo de la noche, oprimido
por la unánime acusación de los astros que
mudamente gimen,
¿adónde dirigirás tu planta?

Estos desiertos campos
están poblados de fantasmas duros, cuerpo en el
aire, negro en el aire negro,
basalto de las sombras,
sobre otras sombras apiladas.
Y tú aprietas el pecho jadeante
contra un muro de muertos, en pie sobre sus tumbas,
como si aún empujaras el carro de tu odio
a través de un mercado sin fin,
para vender la sangre del hermano,
en aquella mañana de sol, que contra tu amarilla
palidez se obstinaba,
que pujaba contra ti, leal al amor, leal a la vida,
como la savia enorme de la primavera es leal a la
enconada púa del cardo, que la ignora,
como el anhelo de la marea de agosto es leal al más
cruel niño que enfurece en su juego la playa.
Ah, sí, hendías, palpabas, ¡júbilo, júbilo!
era la sangre, eran los tallos duros de la sangre.
Como el avaro besa, palpa el acervo de sus rojas
monedas,
hundías las manos en esa tibieza densísima (hecha
de nuestro sueño, de nuestro amor que incesante
susurra)
para impregnar tu vida sin amor y sin sueño;
y tus belfos mojabas en el charco humeante
cual si sorber quisieras el misterio caliente del
mundo.

Pero, ahora, mira, son sombras lo que empujas,
¿no has visto que son sombras?

¿O vas quizá doblado como por un camino de sirga,
tirando de una torpe barcaza de granito,
que se enreda una vez y otra vez en todos los
troncos ribereños,
retama que se curva al huracán,
estéril arco donde
no han de silbar ni el grito ni la flecha,
buey en furia que encorva la espalda al rempujón
y ahinca
en las peñas el pie,
con músculos crujientes,
imagen de crispada anatomía?

Sombras son, hielo y sombras que te atan:
cercado estás de sombras gélidas.
También los espacios odian, también los espacios
son duros,
también Dios odia.
Espacios, plaza, por piedad al hombre!
Ahí tienes la delicia de los nos, tibias aún de paso
están las sendas.
Los senderos, esa tierna costumbre donde aún late
el amor de los días
(la cita, secreta como el recóndito corazón de una
fruta,
el lento mastín blanco de la fidelísima amistad,
el tráfago de signos con que expresamos la absorta
desazón de nuestra intima ternura),
sí, las sendas amantes que no olvidan,
guardan aún la huella delicada, la tierna forma del
pie humano,
ya sin final, sin destino en la tierra,
ya sólo tiempo en extensión, sin ansia,

tiempo de Dios, quehacer de Dios,
no de los hombres.
¿Adónde huirás, Caín, postrer Caín?
Huyes contra las sombras, huyendo de las sombras,
huyes
cual quisieras huir de tu recuerdo,
pero, ¿cómo asesinar al recuerdo
si es la bestia que ulula a un tiempo mismo
desde toda la redondez del horizonte,
si aquella nebulosa, si aquel astro ya oscuro,
aún recordando están,
si el máximo universo, de un alto amor en vela
también recuerdo es sólo,
si Dios es sólo eterna presencia del recuerdo?

Ves, la luna recuerda
ahora que extiende como el ala tórpida
de un murciélago blanco
su álgida mano de lechosa lluvia.
Esparcidos lingotes de descarnada plata,
los huesos de tus víctimas
son la sola cosecha de este campo tristísimo.

Se erguían, sí, se alzaban, pujando como torres,
como oraciones hacia Dios,
cercados por la niebla rosada y temblorosa de la
carne,
acariciados por el terco fluido maternal que sin rumor
los lamía en un sueño:
muchachas, como navíos tímidos en la boca del puerto
sesgando, hacia el amor sesgando;
atletas como bellos meteoros, que encrespaban el
aire, exactísimos muelles hacia la gloria vertical
de las pértigas,
o flores que se inclinan, o sedas que se pliegan sin
crujido en el descenso elástico;
y niños, duros niños, trepantes, aferrados por las
rocas, afincando la vida, incrustados en vida,
como pepitas áureas.

¡Ah, los hombres se alzaban, se erguían los bellos
báculos de Dios,
los florecidos báculos del viejísimo Dios!

Nunca más, nunca más,
Nunca más.
Pero, tu, ¿por qué tiemblas?
Los huesos no se yerguen: calladamente acusan.
He ahí las ruinas.
He ahí la historia del hombre (sí, tu historia)
estampada como la maldición de Dios sobre la
piedra.
Son las ciudades donde llamearon
en la aurora sin sueño las alarmas,
cuando la multitud cual otra enloquecida llama
súbita,
rompía el caz de la avenida insuficiente,
rebotaba bramando contra los palacios desiertos
hocicando como un negruzco topo en agonía su
lóbrego camino.
Pero en los patinejos destrozados,
bajo la rota piedad de las bóvedas,
sólo las fieras aullarán el terror del crepúsculo.

Algunas tiernas casas aún esperan
en el umbral las voces, la sonrisa creciente
del morador que vuelve fatigado
del bullicio del día,
los juegos infantiles
a la sombra materna de la acacia,
los besos del amante enfurecido
en la profunda alcoba.
Nunca más, nunca más.

Y tú pasas y vuelves la cabeza.
Tú vuelves la cabeza como si la volvieses
contra el ala de Dios.
Y huyes buscando
del jabalí la trocha inextricable,
el surco de la hiena asombradiza;
huyes por las barrancas, por las húmedas
cavernas que en sus últimos salones
torpes lagos asordan, donde el monstruo sin ojos
divina voluntad se sueña, mientras blando se
amolda a la hendidura
y el fofo palpitar de sus membranas
le mide el tiempo negro.
Y a ti, Caín, el sordo horror te apalpa,
y huyes de nuevo, huyes.

Huyes cruzando súbitas tormentas de primavera,
entre ese vaho que enciende con un torpor de fuego
la sombría conciencia de la alimaña,
entre ese zumo creciente de las tiernísimas células
vegetales,
esa húmeda avidez que en tanto brote estalla, en
tanta delicada superficie se adulza,
mas siempre brama «amor» cual un suspiro oscuro.
Huyes maldiciendo las abrazantes lianas que te
traban como mujeres enardecidas,
odiando la felicidad candorosa de la pareja de
chimpancés que acuna su cría bajo el inmenso cielo
del baobab,
el nupcial vuelo doble de las moscas, torpísimas
gabarras en delicia por el aire inflamado de junio.

Huyes odiando las fieras y los pájaros, las hierbas
y los árboles,
y hasta las mismas rocas calcinadas,
odiándote lo mismo que a Dios,
odiando a Dios.

Pero la vida es más fuerte que tú,
pero el amor es más fuerte que tú,
pero Dios es más fuerte que tú.
Y arriba, en astros sacudidos por huracanes de
fuego,
en extinguidos astros que, aún calientes, palpitan
o que, fríos, solejan a otras lumbreras jóvenes,
bullendo está la eterna pasión trémula.
Y, más arriba, Dios.

Húndete, pues, con tu torva historia de crímenes,
precipítale contra los vengadores fantasmas,
desvanécete, fantasma entre fantasmas,
gélida sombra las entre sombras,
tú maldición de Dios,
postrer Caín,
el hombre.

jueves, 18 de marzo de 2010

ALGUNA MEMORIA de Raúl Gustavo Aguirre. Las 2001 Noches nº 7

IV

Tu canto continúa hasta que el universo se rompe
en un hiato espantoso, comienzo de la nada.

Allí la memoria me ofrece sus servicios.

Ocurre que la necesidad de decidir llega a alcanzar niveles alarmantes (¿la disgregación?, ¿el poema?). La fatiga, la duda, y los insistentes memoriales sobre táctica física de conservación de la conciencia inhiben, a menudo, el itinerario del cazador feliz. ¿Dónde estoy ahora? El pataleo de la ciudad entera, la náusea de la organización, la imposibilidad de personalizar en el prójimo la culpa de esta vergonzosa contrariedad que nos anula dotándonos de mortíferas similitudes, de equivalencias que vuelven indiferente al rayo, esta endemia, en fin desde donde me es preciso atraer a la maravillosa criatura con un interminable despliegue de trabajosas señales, a veces falsas, a veces excesivas, a veces miserables, jesta endemia es (oh cielos) mi país!

Y ella, ¿qué hace aquí?

Viene a iniciar la sucesión de acontecimientos admirables. Pero la sucesión de acontecimientos admirables no es resistida por los sismógrafos. En las retinas indiferentes, la claridad se enfría, el ibis de la claridad desaparece, víctima de un fenómeno de distorsión. Las manos que escriben en papeles ajenos se desentienden de su presencia, son sus enemigas más crueles. En la mesa que ella amaba, a la hora de la identidad, reina ahora una absurda caligrafía... Su ausencia infunde una temible atracción a los archipiélagos deshabitados. En el afelio, las probabilidades de muerte son extremas, la soledad se individualiza, el dolor entra en juegos arácnidos, se vuelve miserable. Es en ese infierno donde cada árbol se distingue por su nombre, donde se encuentran los más completos archivos, donde es posible seguir con atención los movimientos de la única criatura que no obedece la orden, esa filaria que se divide cuando parecía que sólo de ella se podía hablar, de ella y de mí ¡Oh, vergüenza de los oficios sagrados!.

¿Cómo podré, amor mío, volver a la noción de tu cintura, a la simplicidad de tu lumbre, a tu Belleza?

La claridad disminuye, tu cuerpo se borra. La claridad, víctima de mi dimisión, se hunde con el tesoro de tus movimientos.

¿Cómo resarcirte de mi retorno a la condición enumerativa, al círculo de la ingratitud, al estado general? Nosotros dos habíamos hecho de la imprudencia nuestro medio de comunicación. Una incomparable vicisitud nos unía. Fuego y nieve se complacían en exasperamos. Caíamos juntos en el abismo de nuestra semejanza.

Cuando el fuego cesó, la nieve se deshizo, y yo no pude retenerte: no había salido de aquí. De otros depende ahora la autorización.

Pero tú, sin nombre, en el frío de esos espacios, ¿qué esperas sino mi muerte, qué esperas todavía, oh Solitaria?

Veo otra vez tu rostro en el centro de una prodigiosa tormenta. Tu rostro, desconocida, en medio de la ausencia que te devora, más cerca que nunca del mío.

El persistente abismo te separa de aquellos que eran, al alcance de tu mirada, el presagio de una infinita celebración... Pero quién sabe qué guardan todavía de inmenso estas apariencias de la fatalidad.

Pequeña gloria errante entre las ramas de la noche, ¿qué nueva forma buscas para que yo te vea?

¿Cómo retenerte a ti, tan difícil de atar, tan rápida y cambiante, tan difícil de sujetar a nuestra armonía, a nuestros rectos usos, a nuestras sanas costumbres?

Yo como tantos, ignoraba que aquí donde cada uno se esconde bajo tierra, no había otro destino para nadie sino aquél por el que tú, lejos de nosotros, te dejabas llevar.

¡Increíble criatura! He sido fiel a tus contradicciones hasta la punta de la aguja que penetraba en el corazón del pájaro triste para matar a la serpiente.

Déjame cavar en mí la maldición y que nos hundamos en este tema. Tú no deseabas otro destino para mí y yo no quería sino tenerte por entero.

Los hombres nada se han llevado, nada de lo que puede todavía inflamarte.

Yo me salía del mundo y tú de nuevo me creabas. Tal era nuestro juego, nuestra danza nupcial. Ausentes, pasábamos juntos por aquí.

Yo conocía tu rumor en mi alma, y en mi alma eras libre de hacer cuanto quisieras. Yo conocí el rumor de tu presencia, y te llevaba en mi alma como el mar, como el viento hubieran querido llevarte. Yo cambiaba tu cuerpo por el mío, yo era la eternidad.

Al azar te encontraba, una y otra vez, y el mundo era demasiado grande como para retenerte o como para que nuestros destinos se contradijeran. Y tú, tan parecida al aire de pronto, eras tan libre como yo, y nos cambiábamos sin saberlo, sin nombrarnos, sin descubrirnos la razón de nuestra indolencia. Pero esta sombra no durará, no durará.

¿Qué podría mostrarte, allí donde ya no querías seguirme, escaleras abajo, fuera del reino de tu validez? No había más que cenizas en el fondo de esas arcas enormes.

(Distorsión infinita y conocimiento crispado, angustia y belleza en mí te reconocían).

De pronto, tras el vidrio del tiempo, pasa tu imagen sobria, lenta y considerable, más real que la noche.

Ya no reconozco como causa de mi angustia sino la necesidad de volver a crearte, de hacerme de ti. Ausente, la confusión en mis escrituras, el fénix en mi cabeza. Te busco en mi delirio glacial, en mi falsa detención, en mis esfuerzos inútiles... En mí se complacía el verano, ayer, cuando tu rostro era el mío.

(Trato de hablar de nuevo ese viejo lenguaje de poesía con el cual solíamos explicarnos nuestro amor).

Libre por tu presencia oculta detrás de los signos de tu presencia, libre por tu amor jamás abarcado. Para vivir, yo tengo que romper esta niebla verbal que me oculta tu nombre. Busco la libertad de tu rostro de hoy.

En suma, mi moral consiste en una serie de movimientos cuyo fin no es otro que hacerte un lugar para que puedas vivir en silencio en medio de la confusión donde tu presencia es un desafío y tu belleza una injuria.

(Y tú, más cierta que el mañana que no puedo mirar, más cierta que la oscuridad por donde vamos, haz que pueda iluminar levemente el rostro de la tierra, comenzando por ti, que estás al lado mío, que estabas al lado mío desde que comenzó todo esto...)

Y éste es el mediodía en que llega a su fin la parálisis infernal, causa de la abrumadora tristeza que me consumía. La nieve se funde, el horizonte se mueve, la música recomienza. Y tú, solitaria, tú volverás ahora a convertir en bodas los exilios nocturnos.

(Esta belleza injuriada, esta belleza fuera de la ley, lejos de las casas de contratación, lejos de la poesía, de sus feroces propietarios, esta belleza odiada por los justos, esta belleza simple entre nosotros, en el reverso de las grandes páginas, ella quería, quería, oasis infinito, vernos vivir así).

Y éstas son las primeras estribaciones de tu silencio.

El libro «Alguna Memoria» ha sido publicado en su totalidad, en las 2001 Noches, n."' 4, 5, 6 y 7.

martes, 16 de marzo de 2010

Presentación de "El hombre y yo" de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 84

Palabras de Miguel Oscar Menassa
1

Vivir en dos países, amar a dos culturas, intervenir en dos políticas, hablar con cien mujeres o ser un triste.

Y no soy un triste a los 65 años porque a mis 35 años abandoné la academia y la guerra y tomé el camino de la mujer.

30 años después, cuando ya me correspondería abandonar el tema, os quiero decir compañeros hombres, que para mí hasta aquí, todo fue maravilloso.

No era que yo pagaba para que las mujeres fueran menos locas, sino que ellas pagaban para sostener, mi delirio de amor, eternamente.

Y claro, yo me sentía permanentemente recuperado.

Todo comenzó cuando les dije la primera frase. La frase hizo dos efectos, uno en ellas, no habían escuchado nunca una frase así, entonces me dieron un vaso de agua. Otro en mí: al darme cuenta que mis compañeros hombres no sabían hablar o peor aún, no querían enseñarle a hablar a las mujeres, entonces dije cuatro frases.

Una mujer tiene la obligación de liberarse porque si la mujer se libera puede llegar a liberarse la poesía y si la poesía se libera también podrá liberarse el hombre.

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Hoy es un día memorable para mí. Tengo 5 (cinco) triunfos en mi mano, así que, esta vez, espero jugar bien la partida. El Psicoanálisis, la Medicina, la Poesía, el Cine y la Canción me acompañan.

Y ahora, quiero confesarles algo que en el mundo en que vivimos no es muy común:

Hoy por fin, aquí con ustedes, soy feliz.

Hoy deseo vivir 200 años, y si no se puede sé que, al menos, algo de nosotros, de nuestra poesía, de nuestro psicoanálisis, de nuestro cine, de nuestra medicina, de nuestra canción, vivirá, tal vez, más de 200 años.

Ahora, con la tarea realizada: para ser inmortales; queremos dedicarnos al cine, a la poesía, a la canción, al psicoanálisis, a la medicina.

En los ratos libres pintaremos todo lo que sea necesario para crecer y reproducirnos.

He cumplido 65 años y reconozco haber sido siempre un gran jugador, es por esa razón que al entrar en la tercera edad apuesto todo lo que tengo para ver si consigo vivir, a cualquier edad, todo lo que me toque vivir.

A la vejez,
nunca más
un goce le quitarán.

Gracias, después, algún día, alguno morirá y la vida es la vida, la vida tiene la obligación de seguir.

Y con esta frase doy comienzo a este acto porque tal vez en esta frase se encuentre todo mi deseo.

La presencia de la amistad, la presencia del amor, la presencia de psicoanalistas reconocidos tanto en Europa como en América, la presencia de poetas que aún no me merezco. La presencia de lo que nosotros denominamos, la vanguardia de la medicina, también de la canción. Y del cine, nuestra joya. Y al nombrarla me da placer hacerlo, Antonia San Juan, nuestra joya, aquí presente, para ver si podemos, con ella, su arte y su disciplina, y entre todos nosotros, arrancarle una sonrisa al mundo.

Bien acompañado, con algo de dinero, la poesía no me abandonará.

Si, además, no soy muy descortés con las otras disciplinas que no son poesía y tolero que la historia del mundo no sea la historia de mi vida. Y con tanto médico, poeta, psicoanalista, artista, empresario a mi alrededor, vivir 200 años está chupado.

Perdón y Gracias.

Presentarán el libro tres mujeres que representan para mí tres campos del saber: María Chévez: La primera mujer que publicó sus versos en la Editorial Grupo Cero. Carmen Salamanca: La primera mujer que ocupó un cargo jerárquico en la Dirección de la Editorial Grupo Cero. Antonia San Juan: La primera mujer que hizo que todos nosotros nos dedicáramos al cine.

Y por último, la banda INDIOS GRISES: Leandro, Martín, Adrián, Kepa y Sergio que tienen la valentía de ambicionar componer la música, cantar, realizar y comercializar, canciones con mis letras.

A ellos corresponde abrir el acto.

lunes, 15 de marzo de 2010

CARTA DEL ADIÓS de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 32


Agosto 1976, Buenos Aires


Todo poeta
y así he de llamarme de ahora en más
debe escribir —tarde o temprano—
su carta del adiós

Pretendo todo lo que sea posible
en el recorrido hacia lo inefable,
lo inefable en sí, no me interesa.

Soy lo que se dice un caminante, un viejo marino.

De los puertos,
sólo tenues fragancias,
sólo el color maduro de las fresas.
Mi vida está en el mar,
en las distancias,
en las lejanas sombras de la noche.

Algas marinas y serenas luces de ultramar, guían mi destino.

Toda voluntad será deliberada o no será.
Y habrá quien busque desesperadamente el manto de oro,
las letras del origen.
Habrá quien mate y quien bendiga
el inquietante murmullo del recuerdo.
Adoradores del sol,
atletas del olvido,
burdos encantadores de serpientes.
Abomino de todas mis pertenencias.
Dejo la nada.
La violencia de un gesto imperceptible,
donde la locura,
la verdadera locura,
es todavía una esperanza.

Hago un tajo feroz sobre la tierra.
Divido el mundo en dos.

viernes, 12 de marzo de 2010

ME DESORDENO, AMOR, ME DESORDENO de Carilda Oliver Labra. Las 2001 Noches nº 64


Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada,
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

jueves, 11 de marzo de 2010

UN HOMBRE TREPA POR LAS PAREDES Y SUBE AL CIELO de Edgar Bayley. Las 2001 Noches nº 71

Colgado de una soga
el hombre que escala las paredes
tiene fuertes zapatones con clavos
Escala las paredes
porque ha olvidado las llaves de su casa
y mientras escala las paredes
hasta llegar al piso trece
se detiene algunos momentos
en los balcones de cada piso
donde aspira al olor de los geranios
las madreselvas
las hortensias
y los malvones
Hay sol
gallardetes
vendedores ambulantes
y más allá está el río
y más allá los puentes
por donde se va a la pampa
Abajo están los niños
que salen de las escuelas
y por el cielo pasan aviones y pájaros
y sombreros de anchas alas
que el viento arrancó a los desprevenidos
La soga ha sido atada a la viga
que sobresale en la azotea
Un hombre la ciñó a su cintura
y asciende tomándose de la soga
con sus manos enguantadas
Usa un chaleco floreado y una gorra a cuadros
Debe llegar al piso trece
donde tiene que regar unos claveles
pisar maíz
escribir unas cartas
y preparar una cazuela
Sube lentamente
y en cada piso se detiene un rato para descansar
Entra en el balcón de cada piso
y se sienta en un sillón
o se extiende sobre una reposera
y conversa con la vecina o los vecinos
y acepta un café o un mate
o deja caer un chorro de una bota de vino
en su garganta
o juega a las cartas
o escucha confidencias y da consejos
y cuenta algún episodio de su vida
hasta que saluda y se va
y sigue trepando por las paredes
colgado de una soga
Es el hombre que tiene fuertes zapatones con clavos
y un chaleco floreado y una gorra a cuadros
que olvidó las llaves de su casa
y aspira el olor de los geranios
y debe llegar al piso trece
antes de que aparezcan los búhos
y se iluminen las ventanas
Están los pájaros y el río allá lejos
y el césped del parque
y los caballos que galopan por la llanura
y esta silla desvencijada
y la bañera
fuera de uso
llena de tierra y de flores
y el mar y el navío que se acerca
y la lagartija que se escurre entre las rocas
y el vendedor de diarios que desde abajo
le grita consejos y advertencias
mientras el hombre vuela
asciende
conquista cada piso con esfuerzo
y mira siempre hacia arriba
la tierra está lejos
el cielo está lejos
El hombre que trepa por las paredes
colgado de una soga
cuando entra en una casa por el balcón
es bien recibido por los vecinos
y él trata de ser útil
pero en uno de los pisos
una mujer inesperada
que es una sola
y al mismo tiempo
todas las mujeres de su vida
le pide que la lleve con él
Entonces ella se ata también con la soga
y sube con el hombre
más allá del piso trece
hacia las nubes
el aire libre
el cielo
el viento
entre los geranios
las sombrillas
las reposeras
sobre puentes y puestos de diarios
y mástiles
y enredaderas
y algunas gotas
y semillas
y sueños
con su gorra a cuadros
con su chaleco floreado
con su enamorada de siempre

jueves, 4 de marzo de 2010

DENSOS VELOS TE CUBREN, POESÍA de Olga Orozco. Las 2001 Noches nº 101


No es en este volcán que hay debajo de mi lengua falaz
[donde te busco,
ni en esta espuma azul que hierve y cristaliza en mi cabeza,
sino en esas regiones que cambian de lugar cuando se
[nombran,
como el secreto yo
y las indescifrables colonias de otro mundo.

Noches y días con los ojos abiertos bajo el insoportable
[parpadeo del sol,
atisbando en el cielo una señal,
la sombra de un eclipse fulgurante sobre el rostro del tiempo,
una fisura blanca como un tajo de dios en la muralla del
[planeta.
Algo con que alumbrar las sílabas dispersas de un código
[perdido
para poder leer en estas piedras mi costado invisible.

Pero ningún pentecostés de alas ardientes desciende sobre mí.
¡Variaciones del humo,
retazos de tinieblas con máscaras de plomo,
meteoros innominados que me sustraen la visión entre un
[batir de puertas!

Noches y días fortificada en la clausura de esta piel,
escarbando en la sangre como un topo,
removiendo en los huesos las fundaciones y las lápidas,
en busca de un indicio como de un talismán que me revierta
[la división y la caída.
¿Dónde fue sepultada la semilla de mi pequeño verbo aún
[sin formular?
¿En qué Delfos perdido en la corriente
suben como el vapor las voces desasidas que reclaman mi voz
[para manifestarse?
¿Y cómo asir el signo a la deriva
-ese y no cualquier otro-
en que debe encarnar cada fragmento de este inmenso
[silencio?

No hay respuesta que estalle como una constelación entre
[harapos nocturnos.
¡Apenas si fantasmas insondables de las profundidades,
territorios que comunican con pantanos,
astillas de palabras y guijarros que se disuelven en la insoluble
[nada!

Sin embargo
ahora mismo
o alguna vez
no sé
quién sabe
puede ser
a través de las dobles espesuras que cierran la salida
o acaso suspendida por un error de siglos en la red del
[instante
creí verte surgir como una isla
quizá como una barca entre las nubes o un castillo en el que
[alguien canta
o una gruta que avanza tormentosa con todos los
[sobrenaturales fuegos encendidos.

¡Ah las manos cortadas,
los ojos que encandilan y el oído que atruena!

¡Un puñado de polvo, mis vocablos!

martes, 2 de marzo de 2010

OTRO POCO DE CALMA, CAMARADA... de César Vallejo. Las 2001 Noches nº 58


Otro poco de calma, camarada;
un mucho inmenso, septentrional, completo,
feroz, de calma chica,
al servicio menor de cada triunfo
y en la audaz servidumbre del fracaso.

Embriaguez te sobra, y no hay
tanta locura en la razón, como este
tu raciocinio muscular, y no hay
más racional error que tu experiencia.

Pero, hablándolo más claro
y pensándolo en oro, eres de acero,
a condición que no seas
tonto y rehúses
entusiasmarte por la muerte tánto
y por la vida, con tu sola tumba.

Necesario es que sepas
contener tu volumen sin correr, sin afligirte,
tu realidad molecular entera
y más allá, la marcha de tus vivas
y más acá, tus mueras legendarios.

¡Eres de acero, como dicen,
con tal que no tiembles y no vayas
a reventar, compadre
de mi cálculo, enfático ahijado
de mis sales luminosas!

Anda, no más; resuelve,
considera tu crisis, suma, sigue,
tájala, bájala, ájala;
el destino, las energías íntimas, los catorce
versículos del pan: ¡cuántos diplomas
y poderes, al borde fehaciente de tu arranque!
¡Cuánto detalle en síntesis, contigo!
¡Cuánta presión idéntica, a tus pies!
¡Cuánto rigor y cuánto patrocinio!

Es idiota
ese método de padecimiento,
esa luz modulada y virulenta,
si con sólo la calma haces señales
serias, características, fatales.
Vamos a ver, hombre;
cuéntame lo que me pasa,
que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes.