sábado, 31 de mayo de 2014

PANORAMA CIEGO DE NUEVA YORK de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 10


Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
 
Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.
 
Un traje abandonado pesa tanto en los hombros
que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.
Y las que mueren de parto saben en la última hora
que todo rumor será piedra y toda huella latido.
 
Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.
 
No, no, son los pájaros,
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,
ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento
ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada.
Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo
es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.
 
Yo muchas veces me he perdido
para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas
y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas
donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas
y para la tierna intimidad de los volcanes.
 
No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,
pero dientes que callarán aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.
La tierra con sus puertas de siempre

Que llevan el rubor de los frutos.

Las 2001 Noches nº 10

CIUDAD SIN SUEÑO
(NOCTURNO DEL
BROOKLING BRIDGE)
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
 
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
 
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne vida. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
 
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas 
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
 
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
 
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros. 

Federico García Lorca

domingo, 18 de mayo de 2014

SALVACIÓN POR EL CUERPO de Pedro Salinas. Las 2001 Noches nº 128


 ¿No lo oyes? Sobre el mundo,

 eternamente errante

 de vendaval, a brisas o suspiro,

 bajo el mundo,

 tan poderosamente subterránea

 que parece temblor, calor de tierra,

 sin cesar, en su angustia desolada,

 vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.

 Todo quiere ser cuerpo.

 Mariposa, montaña,

 ensayos son alternativos

 de forma corporal, a un mismo anhelo:

 cumplirse en la materia,

 evadidas por fin del desolado

 sino de almas errantes.

 Los espacios vacíos, el gran aire,

 esperan siempre, por dejar de serlo,

 bultos que los ocupen. Horizontes

 vigilan avizores, en los mares,

 barcos que desalojen,

 con su gran tonelaje y con su música,

 alguna parte del vacío inmenso

 que el aire es fatalmente;

 y las aves

 tienen el aire lleno de memorias.

 ¡Afán, afán de cuerpo!

 

 

Querer vivir es anhelar la carne,

 donde se vive y por la que se muere.

 Se busca oscuramente sin saberlo

 un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.

 

Nuestro primer hallazgo es el nacer.

 Si se nace

 con los ojos cerrados, y los puños

 rabiosamente voluntarios, es

 porque siempre se nace de quererlo.

 El cuerpo ya está aquí; pero se ignora,

 como al olor de rosa se le olvida

 la rosa. Le llevamos

 al lado nuestro, se le mira,

 en los espejos, en las sombras.

 Solamente costumbre. Un día,

 la infatigable sed de ser corpóreo

 en nosotros irrumpe,

 lo mismo que la luz, necesitada

 de posarse en materia para verse,

 por el revés de sí, verse en su sombra.

 Y como el cuerpo más cercano,

 de todos los del mundo es este nuestro,

 nos unimos con él, crédulos, fáciles,

 ilusionados de que bastara

 a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo

 es el cuerpo primero en que vivimos,

 y eso se llama juventud a veces.

 

Sí, es el primero y eran dieciséis

 los años de la historia.

 Agua fría en la piel,

 zumo de mundo inédito en la boca,

 locas carreras para nada, y luego,

 el cansancio feliz. Tibios presagios,

 sin rumbo el rostro corren,

 disfrazados de ardores sin motivo.

 Nos sospechamos nuestros labios, ya.

 La primera soledad se siente en ellos.

 ¡Y qué asombrado es el reconocerse

 en estas tentativas de presencia,

 nosotros en nosotros, vagabundos

 por el cuerpo soltero!

 Alegremente fáciles,

 se vive así en materia

 que nada necesita, sino es ella,

 igual que la inicial estrella de la noche,

 tan suficientemente solitaria.

 Así viven los seres

 tiernamente llamados animales:

 la gacela

 está en bodas recientes con su cuerpo.

 

Pero luego supimos,

 lo supimos tú y yo en el mismo día,

 que un cuerpo que se busca

 cuando se tiene ya y se está cansado

 de su repetición y de su pulso,

 solo se encuentra en otro.

 ¿Con qué buscar los cuerpos?

 Con los ojos se buscan, penetrantes,

 en la alta madrugada, ese paisaje

 del invierno del día, tan nevado,

 en el lecho se busca,

 donde estoy solo, donde tú estarás.

 La blancura vacía

 se puebla de recuerdos no tenidos,

 la recorren presagios sonrosados

 de aquel rosado bulto que tú eras,

 y brota, inmaterial masa de sueño,

 tu inventada figura hasta que llegues.

 Allí, en la oscura noche

 cuando el silencio lo permite todo,

 y parece la vida,

 el oído en vela escucha

 vaga respiración, suspiro en eco,

 sospechas del estar un cuerpo al lado.

 Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé-

sólo está en su pareja.

 Ya se encontró: con lentas claridades,

 muy despacio.

 ¡Cómo desembocamos en el nuevo,

 cuerpo con cuerpo igual que agua con agua,

 corriendo juntos entre orillas

 que se llaman los días más felices!

 ¡Cómo nos encontramos en el nuestro

 allí en el otro, por querer huirlo!

 Estaba allí esperándose, esperándonos:

 un cuerpo es el destino de otro cuerpo.

 

Y ahora se le conoce, ya, clarísimo.

 Después de tantas peregrinaciones,

 por temblores, por nubes y por números,

 estaba su verdad definitiva.

 Traspasamos los límites antiguos.

 La vida salta, al fin, sobre su carne,

 por un gran soplo corporal henchidas

 las nuevas velas:

 atrás se cierra un mar y busca otro.

 Encarnación final, y jubiloso

 nacer, por fin, en dos, en la unidad

 radiante de la vida, dos. Derrota

 del solitario aquel nacer primero.

 Arribo a nuestra carne transcorpórea,

 al cuerpo, ya, del alma.

 Y se quedan aquí tras el hallazgo

 -milagroso final de besos lentos-,

 rendidos nuestros bultos y estrechados,

 sólo ya como prendas, como señas,

 de que a dos seres les sirvió esta carne

 -por eso está tan trémula de dicha-

para encontrar, al cabo, al otro lado,

 su cuerpo, el del amor, último y cierto.

 Ése

 que inútilmente esperarán las tumbas.

 

jueves, 15 de mayo de 2014

EDITORIAL de Las 2001 Noches nº 144 (Mayo 2014)


MONÓLOGO ENTRE LA VACA Y EL MORIBUNDO

(III)

   He leído nuevamente “La Poesía y Yo” y he decidido publicarlo. He decidido, quiere decir, que me he encontrado en la lectura con una poesía que no pensaba estuviera ya escrita. Éste no es como ninguno de mis libros anteriores y sin embargo me vuelve a pasar lo mismo, esta vez tampoco sé si conseguiré convencer a algún contemporáneo del valor de mis versos. Un libro que está compuesto de una manera nada ortodoxa para mi manera de componer mis libros anteriores.

   Poemas escritos hace tres años, con poemas escritos ayer, para decirlo de alguna manera. En momentos muy diferentes de mi vida el poeta urdía siempre la misma trama, atado al mandato de producir este libro no prestó demasiada atención a las vicisitudes de mi vida que, por momentos resultaban contrarias a la poesía y no sólo a eso, sino también, a que se reunieran en un solo libro los poemas que iba escribiendo el poeta en tan diferentes estados de mi ánimo.

   Hoy frente a mí mismo el poeta ha producido el milagro, al componer con todas esas páginas un solo libro que se llama “La Poesía y Yo”, y que consta de una introducción y cinco secciones.

   Otra de las diferencias es que en este libro no hay, creo, ni una sola fecha, como si todo el libro se hubiese escrito el mismo día. Como si todo no fuese otra cosa que un instante, como si los aparentes fragmentos no fuesen sino trozos de una misma fotografía. Un hombre en los finales del siglo XX.

   Un hombre alucinado, luchando (y perdiendo su propia vida en esa lucha) entre ser la pureza siempre divina del hombre primitivo (amante de una naturaleza abierta donde todo el aire era para él, y su único amo era Dios) o ser el desperdicio de una sociedad en crecimiento que es lo que proponen para él, los sistemas actuales de convivencia.

   No puedo, sin embargo, dejar de escribir que un hombre alucinado es un hombre que ve algo que no está exactamente pasando para todos, quiero decir un hombre alucinado, cuando lo dejan, es capaz de anticipar el futuro.

   La ideología para vivir fue sostenida durante todo este tiempo por una sola frase:

   Lo mejor para el amor, es hacerlo entre varias personas.

   El marco teórico con el cual yo pretendía influir al poeta durante la escritura de estos poemas, y en parte creo haberlo conseguido, estaba dado por la teoría del valor y la teoría del inconsciente, algunos conceptos de la lingüística estructural y leves nociones de ese instrumento para ayudar a imaginar que es la topología.

   El poeta oponía durante todo el tiempo que duró la escritura del libro, a estas imprecisiones científicas (como él las llamaba) la vida, que en todos los casos no cabía en esa relatividad, mi propia vida que en la relación con su escritura se fue transformando hasta tal punto que llegué a creer por momentos que era yo mismo el que escribía los versos.

   La vida que el poeta oponía rabiosamente a las ciencias, eran palabras, y no vanas palabras al viento juguetes de las olas, sino una vida tan material como las ciencias, porque la vida era para el poeta sus palabras escritas.

   La lucha no fue a muerte, primero porque yo no soy un amante de la muerte y segundo porque el poeta traía esta vez intenciones de conversar. Para él no sé cómo habrá sido, para mí fue una conversación descomunal, sin saber, sino solamente ahora, que ciertos dolores musculares, ciertos síntomas de impotencia que antes nunca había padecido, desórdenes incalculables para mi personalidad tanto en mi economía libidinal como en mi economía política, eran productos de instantes insoportables para mi moral durante el tiempo de la conversación.

   Muchas veces abandonaba al poeta a su propia suerte, y él, quedaba arrinconado y llegué a esconderle la máquina de escribir, y dejarlo varios días sin comer, o bien cuando me imploraba que volviéramos a escribir, lo mandaba a hacer el amor con las mujeres. Cuando yo volvía por esa sensación de grandeza que él siempre me ofrecía en los encuentros, sus primeras palabras eran siempre contra mí, me mostraba claramente en un poema la mezquindad de mi mediocridad, me llamaba dos o tres veces cobarde, y después continuábamos la conversación.

   A veces en los momentos que mejor nos llevábamos intentábamos hacer el amor con una mujer. Y siempre nos salía mal. Después de los primeros momentos donde la mujer permanecía anonadada frente a nuestra belleza inicial, comenzábamos a hacer con ella cosas diferentes imposibles de ser soportadas, como en nuestro caso, por la misma persona. Yo hacía promesas. Él insistía que la única promesa posible, era no prometer. Yo la miraba a los ojos, él prefería escuchar su voz. Ella terminaba volviéndose loca y caía enamorada en brazos de alguno de los dos según las circunstancias y según la mujer, y se quedaba a veces sin mirada, a veces sin voz. Quiero decir, nunca pudimos hacer el amor juntos con la misma mujer.

   Sé que esta noche sus versos me tienen encandilado, sin embargo no termino de comprender cómo fue posible. Haber dicho esas cosas del amor, haber escrito esas palabras acerca de la muerte, proponer en definitiva una nueva manera de mirar la vida de los hombres. A veces temo ser castigado. Él no teme a nada, sólo que yo le quite el soporte de toda su grandeza, mi cuerpo tembloroso. Él no sabe, porque todo lo hace sin saber, que mi cuerpo ya no me pertenece, o por lo menos está perdido entre sus letras. En estos momentos cuando yo acabo de confesarle lo que no pensaba confesarle, él (podríamos decir) me obliga a un nuevo y definitivo compromiso. Prestar mi nombre propio como autor de su libro, ya que los poetas no tienen nombre propio, y en estas circunstancias yo fui su amigo.

   Cuando comprendo la propuesta siento halago que me corresponda, a mí mismo, ser el autor de este libro, y al mismo tiempo la duda que se me otorgue tan fácilmente cosa tan grande, por la simpleza de haber vivido dentro de la misma piel, durante un tiempo junto con un poeta.

   Pregunto rápidamente ¿con qué, si nada tengo, voy a pagar semejante regalo?

   No obtengo ninguna respuesta.

   El libro ha quedado compuesto sobre mi escritorio.

   Vuelvo a preguntar desesperadamente y el infinito silencio que me rodea pone en cuestión en mi propio nombre, mi propia vida.

   La poesía queda a salvo. Él, ha partido.

Miguel Oscar Menassa