domingo, 30 de enero de 2011

MI SANGRE ES UN CAMINO de Miguel Hernández. Las 2001 Noches Nº 113

Me empuja a martillazos y a mordiscos,
me tira con bramidos y cordeles
del corazón, del pie, de los orígenes,
me clava en la garganta garfios dulces,
erizo entre mis dedos y mis ojos,
enloquece mis uñas y mis párpados,
rodea mis palabras y mi alcoba
de hornos y herrerías,
la dirección altera de mi lengua,
y sembrando de cera su camino
hace que caiga torpe y derretida.

Mujer, mira una sangre,
mira una blusa de azafrán en celo,
mira un capote líquido ciñéndose a mis huesos
como descomunales serpientes que me oprimen
acarreando angustia por mis venas.

Mira una fuente alzada de amorosos collares
y cencerros de voz atribulada
temblando de impaciencia por ocupar tu cuello,
un dictamen feroz, una sentencia,
una exigencia, una dolencia, un río
que por manifestarse se da contra las piedras,
y penden para siempre de mis
relicarios de carne desgarrada.

Mírala con sus chivos y sus toros suicidas
corneando cabestros y montañas,
rompiéndose los cuernos a topazos,
mordiéndose de rabia las orejas,
buscándose la muerte de la frente a la cola.

Manejando mi sangre enarbolando
revoluciones de carbón y yodo
agrupado hasta hacerse corazón,
herramientas de muerte, rayos, hachas,
y barrancos de espuma sin apoyo,
ando pidiendo un cuerpo que manchar.

Hazte cargo, hazte cargo
de una ganadería de alacranes
tan rencorosamente enamorados,
de un castigo infinito que me parió y me agobia
como un jornal cobrado en triste plomo.

La puerta de mi sangre está en la esquina
del hacha y de la piedra,
pero en ti está la entrada irremediable.

Necesito extender este imperioso reino,
prolongar a mis padres hasta la eternidad,
y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones
que ya se corrompieron y que aún laten.

No me pongas obstáculos que tengo que salvar,
no me siembres de cárceles,
no bastan cerraduras ni cementos,
no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado
capaz de despertar calentura en la nieve.

¡Ay qué ganas de amarte contra un árbol,
ay qué afán de trillarte en una era,
ay qué dolor de verte por la espalda
y no verte la espalda contra el mundo!

Mi sangre es un camino ante el crepúsculo
de apasionado barro y charcos vaporosos
que tiene que acabar en tus entrañas,
un depósito mágico de anillos
que ajustar a tu sangre,
un sembrado de lunas eclipsadas
que han de aumentar sus calabazas íntimas,
ahogadas en un vino con canas en los labios,
al pie de tu cintura al fin sonora.

Guárdame de sus sombras que graznan fatalmente
girando en torno mío a picotazos,
girasoles de cuervos borrascosos.
No me consientas ir de sangre en sangre
como una bala loca,
no me dejes tronar solo y tendido.

Pólvora venenosa propagada,
ornado por los ojos de tristes pirotecnias,
panal horriblemente acribillado
con un mínimo rayo doliendo en cada poro,
gremio fosforescente de acechantes tarántulas
no me consientas ser. Atiende, atiende
a mi desesperado sonreír,
donde muerdo la hiel por sus raíces
por las lluviosas penas recorrido.
Recibe esta fortuna sedienta de tu boca
que para ti heredé de tanto padre.

jueves, 27 de enero de 2011

EL CEMENTERIO MARINO de Paul Valery. Las 2001 Noches nº 104

I

Este tejado tranquilo, donde pasean palomas,
Entre los pinos palpita, entre las tumbas;
Ahí mediodía el justo compone fuegos
¡El mar, el mar, siempre renovado!
¡Oh recompensa después de un pensamiento
Una larga mirada sobre la calma de los dioses!

II

¡Qué pura labor de finos relámpagos consume
El múltiple diamante de imperceptible espuma,
Y qué paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
Obras puras de una eterna causa,
El Tiempo centellea y el Sueño es saber.

III

Estable tesoro, templo sencillo a Minerva,
Masa de quietud, y visible reserva,
Agua que mana, Ojo que guardas en ti
Tanto sueño bajo un velo de llama,
¡Oh mi silencio!... ¡Edificio en el alma,
Mas altillo de oro de las mil tejas, Tejado!

IV

Templo del Tiempo, que un único suspiro resume,
Asciendo a este punto puro y me acostumbro,
Todo yo circundado de mi mirada marina;
Y como a los dioses mi ofrenda suprema,
El centelleo sereno siembra
Sobre la altura un desdén soberano.

V

Como el fruto se funde en goce,
Como en delicia cambia su ausencia
En una boca en que su forma muere,
Huelo aquí mi futura humareda,
Y el cielo canta al alma consumida
El cambio de orillas en rumor.

Traducción: Claire Deloupy

martes, 25 de enero de 2011

ALGUNA MEMORIA (II) de Raúl Gustavo Aguirre. Las 2001 Noches nº 5

¿Por qué construyes en la estación de las lluvias tus estelas de arcilla, oh poeta ilegible, omnipresente y solitario?

Tus manos trabajan en el olvido porque tu dios te prefiere allí.

Esta escritura sería imposible si no hubiese de por medio entre ella y yo (entre ella, sustancia virtual de mi vida, y yo, vida posible en su verdad), si no hubiese entre nosotros este muro de horror que parte en dos el universo y a cuyo través buscamos la rendija de nuestra mutua presencia. Escribo para encontrarla, recorro la infinita piedra a veces con asombrosa velocidad, a veces con inaudita paciencia, tallando, aplicándome, no consiguiendo al fin sino esa destreza que de nada me sirve y que tan curiosa o vituperable resulta a espectadores ajenos a la verdadera razón de mis movimientos. En cuanto a ella, sé que también procura ayudarme. Presiento su calor, el canto de su espera apasionada, que trato como puedo de repetir de este lado, y un solo sonido juntos sería el poema, y un solo sonido juntos sería la muerte...

¿Cómo evadirme de ese designio que me lleva a la mutación y al desastre, arrojándome de un estado de gracia a una sucia habilidad? Absurdos canales de malestar y de indolencia donde los miasmas se rehacen, yo sé que esta criatura es atrapada allí por profesionales de la conciliación, quienes con falsos juramentos la llevan hacia la trampa de la confusión de las lenguas.

Las cesantías de la comunicación, mis cotidianas demoras con el constante movimiento de la exégesis cósmica, me retienen sobre una tierra de saldos y suplicios a lo que no puedo acostumbrarme. Atento demasiado a menudo contra la emoción que debe conducirme. Consagro lecturas excesivas a viejas nóminas de objetos ideales e imagino encontrar indicios de redención allí donde ella está excluida por antonomasia. En estos trabajos, ella me encuentra triste.

Ella inicia en mi ausencia su viaje apasionado, su viaje que enriquece el misterio y dota de precedentes a la eternidad. Corre hacia mí en busca de su confirmación. Yo que seré otra vez esa playa desierta que devuelve y olvida.

«Soy tuya, pero tú no existes». Ante la tristeza de esta alondra, fue preciso inventar la noche.

Y tú, pez volador, ¿cómo escaparás para siempre de este mar de neurosis y de amistades inútiles?

En tu cabeza, una máquina implacable pone en peligro la vida de esa criatura cuya verdadera relación contigo pretende formular. ¿Por qué sospechas que su desaparición ocurrirá con ello? ¿Por qué defiendes ese lugar recóndito de tu inocencia? (¡Oh, enamorado!).

Si accedo a su supresión, ¿tendré, cabeza en blanco, que habitarte de nuevo?

(«Fiesta asesinada, fiesta asesinada». A menudo tropiezas con este rumor.)

domingo, 23 de enero de 2011

LA CASADA INFIEL de Federico García Lorca. Las 2001 Noches nº 100

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

* * * *

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé al río.
Con el aire se batían
las espaldas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

sábado, 22 de enero de 2011

España, aparta de mí este cáliz de César Vallejo. Las 2001 Noches nº 1

Niños; del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!


¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra.
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!


Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños. ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!


Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las; sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja.
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

jueves, 20 de enero de 2011

ALGUNA MEMORIA (III) de Raúl Gustavo Aguirre. Las 2001 Noches nº 6


Es éste el límite del mundo, afilado hasta la extremaunción, donde mi oficio termina y tu perfume se presiente.

Nos deteníamos para disputarnos esas extrañas piedras con que tropezábamos a cada momento. Cada vez eran menos numerosas a medida que nos acercábamos a ti.

Presencia jamás compensada, insólita, ¿cómo es que duras ante mis ojos, cómo es que vives en mi país?

Te esfuerzas por mantener la unidad de tu cuerpo, por estar aquí. Pero tus amistades son enojosas para la eternidad que te reclama. Y por esa restricción a la niñez celestial que cuestiona tu sexo, vives, intensamente, bajo el peligro constante de ascensión y de metamorfosis.

Ojos maravillosos que a veces te recuerdan y que a veces te -olvidan.

En el destello de nuestra separación -azul velocísimo- yo
te saludo, mi alma, mi extranjera.

Alba donde pululan los monstruos, alba siempre dispuesta a transformarte en poema, alba invisible siempre, perdida entre las nieblas y los hierros del mundo.

Sabes que donde la belleza culmina, ella y la angustia se
confunden. (El rayo negro nos desnuda sobre una realidad que vacila entre el éxtasis y el espanto, la vida recuperada y la inexplicable ausencia, mientras tú me abrazas, desesperadamente, sabiéndome víctima, una vez más, de la disonancia metafísica.)

Nada te defiende en la noche perfecta.

Bien sé que te asfixias en la felicidad dispuesta por los propietarios de tu presencia en el mundo. Bien sé que sufres a menudo grandes dolores extranjeros, prohibidos por la ley. Exilados los dos, juntos bajo un cielo magnífico, creemos por un instante -oh poema- haber hallado tu país.

Te invento para hablarte. Me inventas para verte.

Tantos enigmas consienten a tu presencia.

Desconfías de esa especie de sueño que anula las dificultades de la vigilia en beneficio de un país hipotético, en cuyas aduanas la parte más fértil del hombre queda a merced de la exacción. Pero esa tiniebla ávida de nuestras fuerzas no debe ser confundida con aquella otra donde se origina el signo que renueva el alba y hace comparecer a los monstruos.

Pasa la breve luciérnaga, inclusa en la ley de su reino. Pasa y se ilumina.

Presencia que parecieras desmentirme cuando la tristeza del mundo ya iba a negarte, y que culminas y desapareces entre mis brazos de relámpago.

El amor y el viento. Lo demás pasará.

A cada movimiento, una nueva piedra aumenta su muralla del equívoco que te circunda. Es preciso derribar algo de tiempo en tiempo, a pesar de las objeciones de los cronistas del rey.

Vivo en la hierba de tu desprendimiento. Soy el cazador furtivo a quien la noche ha transformado en centinela exhausto.

Contigüidad insaciable, fidelidad lejana...

Amante, los monstruos que te amaban resplandecían antes de morir.

¡Miserables, miserables del mundo, de quienes está hecho el rayo de tu presencia!

Eres parecida a ese fuego que un caminante solitario enciende en el umbral de la noche y donde se reúne, para no morir, toda la claridad de la tierra.

Ebrio estoy de este universo que compromete su destino por acordarse con tu mirada, por ser tu cómplice...

Alma de todo lo que me subleva, tú eres mi fuego, constante y mi primera ceniza.

Hay en mi vida una especie de nada que sólo existe por ella. Hay en mi vida un pozo de vida. Tú no lo ignoras, tú me abrazas.

Me abrazas, para que no olvide el tiempo en que nada sabía
de ti.

¿Qué harás en este desierto donde hasta las piedras se esfuman, sino quedarte y compartirlo? Tú, criatura que no eres de aquí pero que nos quieres aquí, pobres, inmensos, dementes, obstinados.

iCómo es difícil para ti retener en el viento esa pasión del viento que te crea! Pero la noche donde reinas y desapareces jamás será vencida, ioh amenazada!

¿Seremos también nosotros, al morir, los contrarios de la Poesía?

¿Por qué si jamás les has interrumpido, si ellos son más fuertes que tú, más numerosos y más firmes, todo un ejército de profesionales te odia? Cuando apareces entre ellos, por un error, por un descuido, los directores se turban, los mitomaniacos exhalan largas memorias, los parásitos de las Escrituras evidencian síntomas de sofocación. ¿Por qué? ¡No soy yo, que me inclino por ellos, que me confundo con ellos para verte! Nuestros gestos son ambiguos y te odiamos, te odiamos porque tú nos anulas los discursos, nos echas a perder nuestras más hábiles combinaciones y tus ojos nos revelan que todavía -a pesar de nuestro poder y de nuestra destreza y de nuestros antepasados- no hemos comenzado a existir para ti.

jueves, 13 de enero de 2011

ALGUNA MEMORIA (IV) de Raúl Gustavo Aguirre. Las 2001 Noches nº 7



Tu canto continúa hasta que el universo se rompe
en un hiato espantoso, comienzo de la nada.
Allí la memoria me ofrece sus servicios.



Ocurre que la necesidad de decidir llega a alcanzar niveles alarmantes (¿la disgregación?, ¿el poema?). La fatiga, la duda, y los insistentes memoriales sobre táctica física de conservación de la conciencia inhiben, a menudo, el itinerario del cazador feliz. ¿Dónde estoy ahora? El pataleo de la ciudad entera, la náusea de la organización, la imposibilidad de personalizar en el prójimo la culpa de esta vergonzosa contrariedad que nos anula dotándonos de mortíferas similitudes, de equivalencias que vuelven indiferente al rayo, esta endemia, en fin desde donde me es preciso atraer a la maravillosa criatura con un interminable despliegue de trabajosas señales, a veces falsas, a veces excesivas, a veces miserables, jesta endemia es (oh cielos) mi país!

Y ella, ¿qué hace aquí?

Viene a iniciar la sucesión de acontecimientos admirables. Pero la sucesión de acontecimientos admirables no es resistida por los sismógrafos. En las retinas indiferentes, la claridad se enfría, el ibis de la claridad desaparece, víctima de un fenómeno de distorsión. Las manos que escriben en papeles ajenos se desentienden de su presencia, son sus enemigas más crueles. En la mesa que ella amaba, a la hora de la identidad, reina ahora una absurda caligrafía... Su ausencia infunde una temible atracción a los archipiélagos deshabitados. En el afelio, las probabilidades de muerte son extremas, la soledad se individualiza, el dolor entra en juegos arácnidos, se vuelve miserable. Es en ese infierno donde cada árbol se distingue por su nombre, donde se encuentran los más completos archivos, donde es posible seguir con atención los movimientos de la única criatura que no obedece la orden, esa filaria que se divide cuando parecía que sólo de ella se podía hablar, de ella y de mí ¡Oh, vergüenza de los oficios sagrados!
¿Cómo podré, amor mío, volver a la noción de tu cintura, a la simplicidad de tu lumbre, a tu Belleza?

La claridad disminuye, tu cuerpo se borra. La claridad, víctima de mi dimisión, se hunde con el tesoro de tus movimientos.

¿Cómo resarcirte de mi retorno a la condición enumerativa, al círculo de la ingratitud, al estado general? Nosotros dos habíamos hecho de la imprudencia nuestro medio de comunicación. Una incomparable vicisitud nos unía. Fuego y nieve se complacían en exasperamos. Caíamos juntos en el abismo de nuestra semejanza.

Cuando el fuego cesó, la nieve se deshizo, y yo no pude retenerte: no había salido de aquí. De otros depende ahora la autorización.

Pero tú, sin nombre, en el frío de esos espacios, ¿qué esperas sino mi muerte, qué esperas todavía, oh Solitaria?

Veo otra vez tu rostro en el centro de una prodigiosa tormenta. Tu rostro, desconocida, en medio de la ausencia que te devora, más cerca que nunca del mío.

El persistente abismo te separa de aquellos que eran, al alcance de tu mirada, el presagio de una infinita celebración... Pero quién sabe qué guardan todavía de inmenso estas apariencias de la fatalidad.

Pequeña gloria errante entre las ramas de la noche, ¿qué nueva forma buscas para que yo te vea?

¿Cómo retenerte a ti, tan difícil de atar, tan rápida y cambiante, tan difícil de sujetar a nuestra armonía, a nuestros rectos usos, a nuestras sanas costumbres?

Yo como tantos, ignoraba que aquí donde cada uno se esconde bajo tierra, no había otro destino para nadie sino aquél por el que tú, lejos de nosotros, te dejabas llevar.

¡Increíble criatura! He sido fiel a tus contradicciones hasta la punta de la aguja que penetraba en el corazón del pájaro triste para matar a la serpiente.

Déjame cavar en mí la maldición y que nos hundamos en este tema. Tú no deseabas otro destino para mí y yo no quería sino tenerte por entero.

Los hombres nada se han llevado, nada de lo que puede todavía inflamarte.

Yo me salía del mundo y tú de nuevo me creabas. Tal era nuestro juego, nuestra danza nupcial. Ausentes, pasábamos juntos por aquí.

Yo conocía tu rumor en mi alma, y en mi alma eras libre de hacer cuanto quisieras. Yo conocí el rumor de tu presencia, y te llevaba en mi alma como el mar, como el viento hubieran querido llevarte. Yo cambiaba tu cuerpo por el mío, yo era la eternidad.

Al azar te encontraba, una y otra vez, y el mundo era demasiado grande como para retenerte o como para que nuestros destinos se contradijeran. Y tú, tan parecida al aire de pronto, eras tan libre como yo, y nos cambiábamos sin saberlo, sin nombrarnos, sin descubrirnos la razón de nuestra indolencia. Pero esta sombra no durará, no durará.

¿Qué podría mostrarte, allí donde ya no querías seguirme, escaleras abajo, fuera del reino de tu validez? No había más que cenizas en el fondo de esas arcas enormes.

(Distorsión infinita y conocimiento crispado, angustia y belleza en mí te reconocían).

De pronto, tras el vidrio del tiempo, pasa tu imagen sobria, lenta y considerable, más real que la noche.

Ya no reconozco como causa de mi angustia sino la necesidad de volver a crearte, de hacerme de ti. Ausente, la confusión en mis escrituras, el fénix en mi cabeza. Te busco en mi delirio glacial, en mi falsa detención, en mis esfuerzos inútiles... En mí se complacía el verano, ayer, cuando tu rostro era el mío.

(Trato de hablar de nuevo ese viejo lenguaje de poesía con el cual solíamos explicarnos nuestro amor).

Libre por tu presencia oculta detrás de los signos de tu presencia, libre por tu amor jamás abarcado. Para vivir, yo tengo que romper esta niebla verbal que me oculta tu nombre. Busco la libertad de tu rostro de hoy.

En suma, mi moral consiste en una serie de movimientos cuyo fin no es otro que hacerte un lugar para que puedas vivir en silencio en medio de la confusión donde tu presencia es un desafío y tu belleza una injuria.

(Y tú, más cierta que el mañana que no puedo mirar, más cierta que la oscuridad por donde vamos, haz que pueda iluminar levemente el rostro de la tierra, comenzando por ti, que estás al lado mío, que estabas al lado mío desde que comenzó todo esto...)

Y éste es el mediodía en que llega a su fin la parálisis infernal, causa de la abrumadora tristeza que me consumía. La nieve se funde, el horizonte se mueve, la música recomienza. Y tú, solitaria, tú volverás ahora a convertir en bodas los exilios nocturnos.

(Esta belleza injuriada, esta belleza fuera de la ley, lejos de las casas de contratación, lejos de la poesía, de sus feroces propietarios, esta belleza odiada por los justos, esta belleza simple entre nosotros, en el reverso de las grandes páginas, ella quería, quería, oasis infinito, vernos vivir así).

Y éstas son las primeras estribaciones de tu silencio.

sábado, 8 de enero de 2011

LA VOZ TOMADA de Rodolfo Alonso. Las 2001 Noches nº 8

Cuando se quiebre la lengua del amor, nos quedará todavía esta palabra ronca.

Cuando no pueda decir, volverá todavía a mi garganta el eco de tu cuerpo.

miércoles, 5 de enero de 2011

CANTO A LA FUERZA SINDICAL (II) de Germán Pardo García. Las 2001 Noches nº 46

II

Y os digo en nombre de las innumerables alianzas que existen
entre los brazos del hombre trabajador y los sólidos seres:
ved a los armoniosos árboles confederándose
sobre el poderoso flanco del gran monte antibélico.

Ellos son el primer símbolo de esta fuerza sindical de que os hablo,
contemplándola desde su nacer en la arcilla hasta su elevación al Cosmos,
porque también allá las estrellas únense para impulsar al Universo,
enarbolado en mástil nuclear de lámparas tremendas
con su fulgir de insectos nebúlicos de oro.

Os doy este humano ejemplo de los árboles porque son criaturas
que están cada vez más próximas al espíritu del hombre.
Su inminente incorporación a nuestras almas la comprendemos
al decir: más allá de la vida todos seremos árboles.

O al exclamar: estoy solo como un árbol ante la pérdida del crepúsculo.

Ellos fundaron la inicial conciliación de vegetales
para defender con su auxilio al proletario parvifundio.
Al arbusto individual creciéronle otros árboles
y apareció la fronda civil llena de voces y de ruidos,
como en las plazas de las ciudades las multitudes famélicas.

Comparo este murmullo de las labiales hojas con acento de palabras,
porque ellas son así: dialogantes en su idioma de verdes monosílabos.
Tienen su misterioso abecedario y conocen la semántica del viento,
y en elásticos alambres de raíz o esferas húmedas y azules
graban hondas inframúsicas que nosotros no escuchamos,
y las reviven al decaer la rauda tracción de la materia.