A ti, mujer que pasas y te busco,
o a ti, transeúnte, a quien miro simplemente.
Todos pasáis temerosos apretando los bolsillos.
¡Ridículos!
¡A los pobres,
qué pueden robarles!
Pasarán los años,
lo sabrán ustedes,
tal vez, yo,
candidato a dos metros de la morgue municipal,
soy infinitamente más rico
que cualquier Pierpont Morgan.
Al cabo de muchos años,
ya no viviré,
moriré de hambre
o un tiro me pegaré.
A mí,
al de fuego,
me estudiarán los profesores,
hasta los puntos y las comas,
y hablarán de dónde y cómo,
y cuándo vivió y nació...
Y desde la cátedra,
un idiota de frente saliente,
recordará a Dios o al demonio.
Se inclinará la muchedumbre,
adorándome inquieta,
y no me reconocerán.
Dibujarán una cabeza colgante,
con cuerpos o con aureola.
Y todas las estudiantes,
antes de dormirse,
soñarán acostadas sobre mis versos.
Soy pesimista -dicen-
¡Ya lo sé!
¡Siempre habrá aprendices en la tierra!
Pero al fin,
escuchadme.
Todo lo que posee mi alma,
todo,
¿a ver quién se atreve a medir esta hondura?
Toda la maravilla,
que en la eternidad adornará mi paso,
y aun mi propia inmortalidad,
que tronando por todos los siglos,
juntará a mis admiradores de rodillas,
en el mundo y siempre.
¿Todo eso, quieren?
Lo doy en seguida
por una sola palabra,
cariñosa,
humana.
¡Gente!
¡Venid, levantando polvo por las avenidas,
aplastando cuerpos, pisando rostros.
Venid de toda la tierra,
hoy,
en San Petersburgo,
en la calle Nadiezda
por menos de un kopek
se liquida una valiosísima corona,
por una palabra humana.
¿Barato, verdad?
¡Anda,
prueba encontrarla!
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