lunes, 9 de abril de 2012

MEMORIAL INDOLENTE de Enrique Molina. Las 2001 Noches nº 7

1

Es de ese hechizo que hablo
De esas confluencias de fósforo de esos movimientos de la hierba más íntima bajo él roce de un ala
De su poder y de su abismo de su gran tiara de llamas y de su corona baldía de prostituta
y de sus ojos que giran de súbito hasta el blanco para descubrir las raíces más oscuras del alma
Esa gloria carnal de la mujer
Remolino de trópicos y sol de temblor de ola preguntas humeantes de tótem y de aluvión de labios en las mareas secretas del azar
En la simultaneidad milagrosa de dos cuerpos sobre las dunas más tibias de la tierra

Tan hondo en los cimientos de la dulzura en tales cautiverios de carretera que se desborda en tales luces de andén del fin del mundo en una niebla de caricias
Tan lejos ese olor de tren húmedo en viaje esa melodía de desaparecer a través de los paisajes de este reino
y la gravedad de la tierra
La adorable atracción de su masa conjurando unos vestidos y unos cuerpos que caen como un ángel que desciende
Y la gravedad del cielo
Arrebatando hacia una cúpula de pájaros el suspiro de éxtasis de una playa que se retuerce como el relámpago

La mujer matorral de diálogos del viento y la noche la mujer sin orillas en sus gestos de entrega y de delirio en las vastas llanuras de sus venas y su contacto de torrente
Para iluminar hasta las vértebras la respiración y el terror del amante entre sus brazos de hojas blancas donde transpira un país de grandes desarraigos
Tambor de ceremonia y de sumisión
La mujer de mil rostros fulgurantes de mil fantasmas irresistibles y densos cuya sangre bate en sueños o se funde a las lluvias
La viva mujer carnal de cuerpo de adiós y de eclipse

II

En la oscuridad
Aún vuelvo a entrever los largos cabellos que alguna vez flotaron sobre mi rostro de pan de los campos
Sobre mis ojos entrecerrados hasta vislumbrar por sus ranuras la luna fangosa de los esteros a través del pecho de la dulce mujer de servidumbre inclinada sobre mi pecho
Tales muchachas surgían con trenzas sofocantes
-¡Isolina!-
Y yo no hablo de nostalgias no vuelvo una cabeza de llanto hacia un tesoro que es mi propia sangre toda esa plenitud del deseo fue mía de una vez y por siempre
Ellas se movían en torno como la sombra de los árboles
Un rumor de vegetación y de voces un gran globo dorado de cosas imposibles y desconocidas ascendía de sus presencias y del halo de sus senos
Mujeres supersticiosas en sus costumbres del corazón de la luz con sus espejuelos de magia y sus negros tobillos entregados al rocío de la hierba
El color seco y traslúcido de sus ojos como un ala de cigarra
Con sus pensamientos a ras de la grandeza del verano sus peines incrustados en colas de caballo y sus vuelos hasta el fondo ancestral de su raza sobre las barrancas
Entre la humareda de sibilas de sus braseros los cuartos llenos de apariciones y catres donde de pronto se encendían los espejismos de la revelación en las penumbras del sexo
La siesta a sus pies fijos en ellas sus ojos de iguana cuando hacían resplandecer las rosas ahumadas de su piel con todos los aceites de la pereza
-¡Oh inmoladas!-
Mujeres de un sufrimiento tierno en los lechos de hierro de un paraíso de concubinato y de éxodo planchadoras acariciantes bailantas de miel negra allá lejos sonríen aún como el resplandor de grandes hojas doradas de tabaco la garganta y la nuca con un reverbero meloso que descendía hacia sus senos y sus nalgas
Establecidas como focos en extensiones polvorientas en un murmullo de falsos rosarios recitados con el vino de las palmeras
Sirvientas oscuras servidoras de sangre y de polvo de las constelaciones
Danzaban
Y de sus ritos emanaba un furor indeleble para injuriar cualquier dicha que no fuera su lazo de culebras de la tentación y el sudor de sus cuerpos impregnados por todos los azúcares del agua
Perdidas como el aliento pasional de sus axilas
Desnudas todavía como un puñal hembra asestado en las derivas de esa provincia invadiendo lentamente mi ser con el polen calcinado de su pelo
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
Ahora sólo recuperadas por los dioses deshechos de la arena por los demonios que sacan la lengua entre las nubes de la lejanía
Recuperadas una vez más por el sabor de inalcanzable horizonte que hierve en mis labios

III

¡Oh ignorante! Desterrado de los abrazos de su origen insatisfecho como una gaviota el hechizo se ha roto como un cometa deshojado en la sombra
Cada edad con su sentencia con el dardo de la extraña mujer destinada a la evaporación y al insomnio sus venas hundidas en el arco iris
Extraviado
¿Hasta qué asfixia de ciudad atronadora prosigue tu súplica la risa de esos cuerpos con sus diademas imaginarias en brazos siempre ajenos...?

IV

La abandonada
¿Acaso no ha surgido lentamente de sus negros espejos como la herida de un sol ajado a lo largo de un país vagabundo...?
En su cálido pozo nocturno -¡Oh saqueador!- tu borrarás su rostro y el anillo mimoso de su voz
Dormida bajo el vértigo de su plumaje ahora despierta en una noche extranjera en la jaula absorta de la ausencia
La desconocida girando en la sequía para descubrir como una llaga su lado de sombra

Todo vínculo es ola adiós desamparo
De todo amor se alza siempre un gran pájaro que huye
De todo cuerpo
Se revela una extensión desierta y sin memoria un plano lunar donde los besos se pierden
Donde el mundo termina casi con un susurro

V

Oh mi naturaleza violenta indiferente a las ratas de la salvación
Me ha sido revelado mi más profundo secreto:
Estaba hechizado por el hambre clarificado por el calor desmedido de mis sienes por ese soplo de solfatara de nacer y morir a cada latido en mi irreprimible condición de mendigo del sol
Ignorante de todo sello si no fueran las leyes inéditas de la marea si no fuera esa intemperie
Nacida de dos seres que se aman
Mi sexo me salva sin plegarias como el hacha del verdugo salva de todo límite a un águila de sangre

VI

Bajo su máscara de agravios ella avanza para juzgarte desde su historia inextinguible
Sus ropas esparcidas entre los cantos de una novela de fiebre y un hilo de sangre plateada fluyendo de sus ojos con las promesas perdidas de la costa
¿Pero qué días de saqueo qué despiadada levadura de gran salud de lo inestable qué desastres enamorados conducen a su fin tales romances
Tales codicias entre las glorias de la lluvia...?

VII

Basta
Bestia tierna del extravío termina tu brebaje
Bárbaro de tu aliento entre los sentidos del sol entre la conjugación de naranjas de tu boca y esa luz de pinzas de cangrejo que asciende por tus piernas y tu médula como un gran estremecimiento del océano
Y el espejo de ese rostro que avanza hacia ti desde qué inmensa aventura que comienza condenado desde siempre a virar de improviso hacia una tierra indecisa
Ansiosa tierra a saco sin una fruta que respire en calma sin una piedra dormida
A flores devorantes a tea de incendiario a silbo de alas de pájaro de presa
Tierra de fermento y de ansiedad

VIII

Músculos de tensión embriagadora de tempestad donde la gaviota disuelve su periplo
Un reino fáustico de mujeres todos esos corrosivos resúmenes de las violencias de tu corazón
Servidoras de polvo y de sueño
Sólo recuperadas por la atmósfera frenética del sobresalto por la incandescencia de esos dones desesperados que atraviesan el día con su navaja
Recuperadas una vez más mientras el oleaje golpea contra la borda de un barco y ellas relucen con la belleza tantálica del mar
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
En esta gran unidad palpitante del viento y la playa de la respiración y de la muerte del centelleo de la distancia y el temblor de una caricia más allá de todas las apariencias humanas

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