sábado, 3 de enero de 2009

EL MISTERIO, DIALOGOS CON LEUCO, CESARE PAVESE, TRADUCCION MARCELA MILANO

DIÁLOGOS CON LEUCO—EL MISTERIO—
A todos nos gusta oír que los misterios eleusinos presentaban, para los iniciados, un modelo divino de inmortalidad en las figuras de Dionisio y Deméter (y Cora y Plutón). Nos gusta menos que nos recuerden que Deméter es la espiga —el pan— y Dionisio la uva —el vino—. «Tomad y comed ... »
(Hablan Dionisio y Deméter)
DIONISIO. Estos mortales son verdaderamente divertidos. Nosotros sabemos las cosas y ellos las hacen. Me pregunto qué serían nuestros días sin ellos. Qué seríamos nosotros, los Olímpicos. Nos llaman con sus vocecitas y nos dan nombres.
DEMÉTER. Yo existía ya antes que ellos, y puedo asegurarte que en aquel entonces uno estaba solo. La tierra era selva, serpientes, tortugas. Éramos la tierra, el aire, el agua. ¿Qué podíamos hacer? Fue entonces cuando adquirimos la costumbre de ser eternos.
DIONISIO. Esto no sucede con los hombres.
DEMÉTER. Es verdad. Todo aquello que tocan se vuelve tiempo. Se vuelve acción. Espera y esperanza. También morir para ellos significa algo.
DIONISIO. Tienen un modo de nombrarse a sí mismos, a las cosas y a nosotros, que enriquece la vida. Como las viñas que han sabido plantar sobre estas colinas. Cuando llevé el sarmiento a Eleusis, no sabía que de unas pendientes tan feas y pedregosas hubieran hecho un país tan dulce. Lo mismo con el trigo y con los jardines. Dondequiera que gasten fatigas y palabras nace un ritmo, un sentido, un reposo.
DEMETER. ¿Y las historias que saben contar de nosotros? Me pregunto a veces si yo soy de verdad Gea, Rea, Cibeles, la Madre Grande, como me nombran. Saben darnos nombres que nos revelan a nosotros mismos, Iaco, y que nos arrancan de la abrumadora eternidad del destino para plasmarnos en los días y en los países donde estamos.
DIONISIO. Para nosotros tú eres siempre Deo.
DEMÉTER. ¿Quién diría que, en su miseria, tienen tanta riqueza? Para ellos yo soy un monte selvático y feroz, soy nube y gruta, soy señora de los leones, de los cereales y de los toros, de las rocas amuralladas, la cuna y la tumba, la madre de Cora. Todo se lo debo a ellos.
DIONISIO. También hablan siempre de mí.
DEMÉTER. ¿Y no deberíamos, Iaco, ayudarlos más, compensarlos de alguna manera, estar a su lado en la breve jornada que gozan?
DIONISIO. Tú les has dado los cereales; yo, la vid, Deo. Déjalos hacer. ¿Hace falta otra cosa?
DEMETER. Yo no sé cómo, pero lo que nos sale de las manos siempre es ambiguo. Es una espada de doble filo. Mi Triptolemo casi se ha hecho degollar por el huésped escita a quien llevaba el trigo. Y tú también, por lo que oigo, haces correr bastante sangre inocente.
DIONISIO. No serían hombres si no fuesen tristes. Su vida tiene que morir. Toda su riqueza es la muerte, que los obliga a ingeniarse, recordar y prever. Y además no creas, Deo, que vale más su sangre que el trigo o el vino con que la nutrimos. La sangre es vil, sucia, mezquina.
DEMÉTER. Tú eres joven, Iaco, y no sabes que es en la sangre donde nos han encontrado. Tú recorres el mundo, inquieto, y la muerte es para ti como un vino que exalta. Pero no pienses que todos los mortales han sufrido lo que narran de nosotros. Cuántas madres mortales han perdido a su Cora y no la han reencontrado jamás. Aún hoy el homenaje más valioso que saben hacemos es derramar sangre.
DIONISIO. ¿Pero es un homenaje, Deo? Tú sabes mejor que yo que cuando mataban a la víctima, en otro tiempo, creían que nos mataban a nosotros.
DEMÉTER. ¿Y podemos reprochárselo? Por eso te digo que nos han encontrado en la sangre. Si para ellos la muerte es el fin y el principio, tenían que mataros para vemos renacer. Son muy infelices, Iaco.
DIONISIO. ¿Tú crees? A mí me parecen unos necios. O tal vez no. Dado que son mortales, le dan un sentido a la vida matándose. Ellos, las historias, tienen que vivirlas y morirlas. Toma el caso de Icario...
DEMÉTER. Aquella pobre Erígona...
DIONISIO. Sí pero Icario se ha hecho matar porque lo ha querido. Tal vez ha pensado que su sangre fuera vino. Vendimiaba, pisaba las uvas y trasegaba como un loco. Era la primera vez que en una era veían espumar el mosto. Han rociado con él los setos, los muros, las palas. También Erígona sumergió en él las manos. Y entonces ¿por qué este viejo necio anda por los campos, se arrima a los pastores y los hace beber? Ellos, borrachos, envenenados, enfurecidos, lo han descuartizado sobre los setos, como a un chivo, y luego lo han sepultado para que se convirtiera también él en vino. Él lo sabía y lo ha querido. ¿Debía sorprenderse la hija, que había gustado ese vino? También ella lo sabía. ¿Qué más podía hacer, para terminar esta historia, que ahorcarse bajo el sol como un racimo de uva? Nada hay de triste en esto. Los mortales cuentan las historias con la sangre.
DEMETER. ¿Y te parece que esto es digno de nosotros? Tú que has preguntado qué seríamos sin ellos, sabes que un día pueden cansarse de nosotros los dioses. Ves entonces que la sangre, esta sangre mezquina, te importa.
DIONISIO. ¿Pero qué quieres que les demos? De cualquier cosa harán siempre sangre.
DEMÉTER. Hay una sola manera, y tú la sabes.
DIONISIO. Dime.
DEMÉTER. Darle un sentido a su muerte.
DIONISIO. ¿Cómo dices?
DEMÉTER. Enseñarles la vida beata.
DIONISIO. Pero es tentar al destino, Deo. Son mortales.
DEMÉTER. Escúchame. Llegará un día en que ellos mismos lo pensarán. Y lo harán sin nosotros, con un cuento. Hablarán de hombres que han vencido a la muerte. Ya han puesto a uno de ellos en el cielo; alguno desciende al infierno cada seis meses. Uno de ellos ha combatido con la muerte y le ha arrebatado una criatura... Compréndeme, Iaco. Lo harán solos. Y entonces nosotros volveremos a ser lo que fuimos: aire, agua y tierra.
DIONISIO. No vivirían por esto más tiempo.
DEMÉTER. Muchacho tonto, ¿qué crees tú? Pero morir tendrá un sentido. Morirán para renacer ellos también, y ya no necesitarán nada de nosotros.
DIONISIO. ¿Qué quieres hacer, Deo?
DEMÉTER. Enseñarles que nos pueden igualar más allá de] dolor y de la muerte. Pero decírselo nosotros. Enseñarles que, así como el trigo y la vid descienden al Hades para nacer, la muerte es para ellos una nueva vida. Darles este cuento. Conducirlos mediante este cuento. Enseñarles un destino que se entrelace con el nuestro.
DIONISIO. Morirán igualmente.
DEMÉTER. Morirán y habrán vencido a la muerte. Verán algo más que la sangre. Nos verán a nosotros dos. No temerán más a la muerte y no necesitarán aplacarla derramando otra sangre.DIONISIO. Se puede hacer, Deo, se puede hacer. Será el cuento de la vida eterna. Casi los envidio. No conocerán el destino y serán inmortales. Pero no esperes que se detenga la sangre.
DEMÉTER. Pensarán solamente en la eternidad. A lo sumo, existe el peligro de que descuiden estas fértiles campañas.
DIONISIO. Puede ser. Pero una vez que el trigo y la viña tengan el sentido de la vida eterna, ¿sabes qué verán los hombres en el pan y en el vino? Carne y sangre, como ahora, como siempre. Y carne y sangre manarán, ya no para aplacar a la muerte, sino para alcanzar la eternidad que les espera.
DEMETER. Se diría que ves el futuro. ¿Cómo puedes decirlo?
DIONISIO. Basta haber visto el pasado, Deo. Cree en mí. Pero te apruebo. Será siempre un cuento.
Traducido por Marcela Milano

No hay comentarios:

Publicar un comentario