domingo, 4 de enero de 2009

SIN BUSCAR SENTIDOS, SIN BUSCAR SENTIDOS, A VECES, NO SE PUEDE VIVIR - MIGUEL OSCAR MENASSA

Buitre acostumbrado a toda la carroña, vuelo sin olfato, perdiendo el rumbo. Emborracharse de drogas y recuerdos. Antiguos malestares entretejiendo el sol. Lumínico vientre. Jugos, como vertientes de arrebato contra los pequeños ojitos malheridos, desvariados. La soledad me tiende, esta noche, sus redes de brocato.
Me repito, un hombre solo no es un hombre, un hombre solo no es un hombre y sin embargo y sin embargo; abro la boca hambriento sin saber por qué, me toca este camino.
Soñador, acostumbrado a vivir apasionadamente la poesía, amo en general los silencios, las brusquedades y los silencios.
Entendido en catástrofes, nazco entre lo que se desmorona. Piedras,
antílopes caídos,
tigres envueltos en vaporosas llamas de seda.
Llamas,
piedras,
y entre los desperdicios siempre encuentro una flor.
Una simple delicadeza para el alma.
Llenarme el corazón de nombres, vaciarme el corazón. Ajetreo violento y celular,
dentellada feroz del tiempo contra la juventud y, también, bálsamo fulgurante donde mi piel, encuentra en el propio centro del tiempo, su juventud. Un hálito de luz. Una bocanada de sombra. Un cáncer devorador y su milagro. Vienen y van, ojos atómicos, fibras desorbitadas.
Tengo frío y lo sé. Volando entre galaxias de nuevos pensamientos, mi vida se llenó de malos pasos.
Normal,
normal, eso no pude nunca.
Soy una promesa y también,
el diente posterior de la nada.
La poderosa serpiente que le da vida a Dios.
Veneno y fe,
Veneno y fe
y azúcares
y olores de azúcares quemados
y corales
y negruras
y tiempo de paz.
Los hombres van y vienen. Recuerdan y, también, olvidan. Sangre, sangre, sangre, eso es, lo que no quiero ver más.
Panes y recuerdos, me repito a cada instante, panes y recuerdos, tuvimos todos. Y cuando partí de mi ciudad, lo sabía todo y lo olvidé, lo sabía todo y lo olvidé. Viajo sin rumbo, porque olvidé el destino del hombre. Tanta muerte y tanta locura. Tanta soledad. Mejor viajar sin rumbo. Mejor detenerse donde nadie se detiene. Cielo hay, en todas direcciones.
Fui un perro, lo sé,
buscando entre la basura un pedazo de carne
y sin embargo, extranjero y feliz quiero, para mí,
todo lo que me corresponda.
Orgulloso de mis defectos, soy un pavo real sorprendido por sus colores. Hasta aquí, amante de las virtudes de los otros, quedé sensible al asco. Picoteo todo, buscando el sabor deseado y el sabor deseado está en mí.
Normal,
normal,
eso no pude nunca.
Alcanzo las primeras arenas a fuerza de coraje,
no huyo del mar, lo abandono. Incendio el mar.
Abro caminos entre los pantanos.
Busco afanosamente entre las fieras, un destino.
Mejor no tener nada. Mejor andar por la vida, como si el mundo nos perteneciese. Pisar aquí y allá. Quedarse siempre en el mismo lugar y volar.
Ni como Bretón. Ni como Menassa,
si es necesario para vivir, que muera todo. Porque la poesía, independiente de toda pasión, no le teme a la muerte, porque la muerte es su presencia iluminada y en esa dimensión, más que morir, la sangre se transforma.
Tengo una tristeza que me llega hasta el suelo.
Escribo de la alegría por vivir,
vientre animal pariendo el universo,
soy, tan sólo, la voz, gutural y nocturna del poeta.
Canto a las esperanzas sin esperanzas. Canto a la vida en el propio silencio de mi vida.
Piedra y a la vez, un movimiento felino entre los árboles. Exóticos manjares y preludios de frutos mojados por la lluvia, anidan en tu cuerpo, carnes sangrantes de un corazón ardiente, feroces plantas de la imaginación, feroces raíces, cuerpo del amor y la violencia.
Soy, me doy cuenta, un nadador muerto de frío.
Lo que me pasa, también, es el amor.
También es la nostalgia por mi país, mi barrio,
las glicinas colgando de su cuello,
como si su cuello, fuese el cuello de una reina.
Y nos pasábamos de balcón en balcón y locos, nos besábamos y en cada salto nos parecíamos a los pájaros.
Después fuimos los témpanos eternos,
después, siempre viajamos en soledad.
Gigantescos y helados témpanos solitarios viajamos contra todo. Fuimos confundiendo nuestra blancura con el azul del cielo. Y nos dijimos: Huir, de qué; hacia dónde. Si la violencia es universal y hay odio para todos. Y, sin embargo, por huir, fuimos dejando todo lo que teníamos. Fuimos, entonces, esclavos de lo nuevo. Contar los golpes, nos decían, contar las caídas, más de mil no serán. Y desde entonces, la poesía, pide libertad y no, precisamente, una libertad medida por banderas.
LA POESÍA pide, una libertad soberbia,
todo el tiempo,
toda la maravilla de lo desconocido en esa libertad.
No una libertad que se deje posar en una estatua, sino más bien, UNA LIBERTAD, que destruya todas las estatuas.
No un oscuro y pequeño río helado, sino más bien, un gran lago y su sol donde todo sea posible, también, si uno lo prefiere, navegar en su contra.
Ella ambiciona, en esa libertad, ser permanente presencia de lo humano.
Ella grita furiosa entre las piedras: o todos o ninguno. GARGANTA UNIVERSAL, mientras sobre la tierra alguien no pueda el hombre, no habrá hombre.
Cada hombre un hombre, o todos o ninguno.
Temblando y entre el temblor el humo del cigarro,
y termino llorando envilecido porque no puedo más
y en medio de tanta miseria, una grandeza:
el deseo ferviente de ser, esa libertad, ese hombre.
Bestial,
libre, también, de libertad,
ella me hace saber que no podré.
Mi desdicha no es su beneplácito, pero tampoco su dolor. Ella en cada encuentro me retuerce el pescuezo hasta arrancarme una palabra, o bien, hace de mi vida una fiesta para que, yo, no deje de decir.
Su libertad es infinita.
Más que una danza para ser bailada por todos,
una danza, que tenga de todos, el movimiento más preciso. Viajo sin aparente retorno,
y no llevo, ni armas, ni alcohol, para la travesía.
Sólo versos, misterios.

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