JULIO HERRERA Y REISSIG y sus "Pascuas del Tiempo"
La polvareda modernista esparció su nube de oro por el paisaje poético de la España del novecientos. Se cierra ahora el siglo XX y aún alguna lectura nos deja en los párpados restos de aquella polvareda luminosa. ¿Se quedó en eso la poesía parnasiana nacida en Los trofeos de José María de Heredia, el medio cubano, medio francés? Para nuestro Juan Ramón Jiménez el parnasianismo es la expresión perfecta de una hermosa objetividad impasible. Pero, ¿se quedó en eso, o bien, "siguió su polvo sonando"? Y éste es un verso de Miguel Hernández, en el poema que dedicó a Julio Herrera y Reissig.
Últimamente se ha publicado una preciosa edición de Las Pascuas del Tiempo, ofrecida por Biblioteca Nueva y cuidada por Luis Iñigo Madrigal y Jenaro Talens, ambos grandes conocedores del fenómeno poético.
De la muerte del uruguayo se han cumplido noventa años. De la del cubano-francés se cumplirán noventa y cinco el próximo octubre.
Cuando nació Herrera, tenía Heredia treinta y tres, pero murieron con sólo cinco de diferencia. El joven Herrera pudo leer Les trophées con dieciocho años. Los dos habrían aprendido en Leconte de Lisle, al que Rubén Darío dedicó uno de sus "Medallones", con musicales alejandrinos, en las últimas páginas de Azul. Fastuosos son los versos orquestales de estas "Pascuas del Tiempo". Asombroso poeta de abigarrada cultura mitológica como un Góngora resurrecto. "Nada más apasionante que la poesía de este uruguayo fundamental, de este clásico de toda la poesía", dejó dicho de él Pablo Neruda.
Neruda mostraba afecto por Herrera y Reissig de antiguo. En 1936 preparó un número de "Caballo verde para la poesía" cuya aparición fue abortada por la guerra civil. Para ese número Vicente Aleixandre, aún en el ámbito surrealista, escribió su poema "Las barandas", incluido luego en el índice de Nacimiento último. A su vez, Miguel Hernández escribió "Epitafio desmesurado a un poeta", suyo es el verso que antes cité. Para el ya de por sí barroco Miguel, Herrera y Reissig era "trueno de sangre, pasión y locura".
En su curso sobre el Modernismo -1953-, Juan Ramón Jiménez no fue muy justo con el uruguayo. Le calificó de "raro, extravagante, bohemio" y cree que es "suma de lo más decadente y más vicioso del modernismo". Sin duda este juicio de "vicioso" (esto es, de abundante y sobrecargado) encuentra su justificación en los ocho cantos de estas Pascuas del Tiempo, colaboración de Herrera y Reissig para el "Almanaque Artístico del siglo XX", aparecido en 1900. Curiosamente, el poema aparece fechado: "Montmartre, Sol en Sagitario, M.C.M.". Esta fechación forma parte del retoricismo y la imaginación del poeta, porque Julio no viajó nunca a Europa. No cabe sino pensar que el talante ecuménico con que redacta la nómina de personajes convocados le inclinó a desear un punto céntrico, un ombligo de la cultura, y ninguno tan típico como París. Bien sabemos que el modernismo americano se esforzaba por mirar a las modas francesas.
En el primer canto, el poeta alude al tiempo como a un viejo patriarca de cuyas arrugas ha de salir el futuro.
El canto segundo describe una imaginaria fiesta de ultratumba, con los más variados personajes históricos como invitados, en una mezcla que olvida la historicidad.
En el tercero, es la retahíla de los meses lo que deambula y baila.
En el cuarto se alza la harmonía (escrita con h, claro) de la lira de Orfeo.
En el quinto, la zarabanda de un repertorio de horas que culmina en el canto seis.
En el siete, el más extenso, vuelven los meses a entretejer un himno, y en el último, figuras mitológicas llegan a la fiesta que se remata con un epílogo en cuatro versos de dieciséis sílabas.
La poesía modernista, con su creación de ritmos, desdoblando y ampliando la versificación, cobra en este poema de Herrera y Reissig un estadio delirante. Su lujo verbal, sus rimas que cantan y encantan, su sintaxis encaramada a la anáfora, el empleo de términos de tan singular brillo como de rareza de uso, el derroche de evocaciones que concitan protagonistas reales o supuestos, manifestándose en escenarios ya de gusto francés, ya de recreaciones helenas. Todo ello aleja la poesía de propuestas sentimentales, meditaciones o trascendencias, para instalarla en el ideal reino de la belleza. Pero es claro que la belleza puede alzarse como un valor rebelde. La belleza del arte, contra lo chabacano, la torpeza convencional y burda de la vieja burguesía. No se equivocaba el gran crítico Ricardo Gullón cuando, ante la elegancia de la estética modernista, decía que los cisnes y las princesas tenían sentido, lo que -según ha escrito el profesor Urrutia en su prólogo al libro de Juan Ramón Jiménez- puede interpretarse como deseo de elevación intelectual e idealista por encima de la vulgaridad.
Por si fuera poco, Herrera y Reissig introduce en sus elaborados versos un ingrediente irónico, con lo que se anticipa a la visión de un costado lúdico de la poesía manejada años después por los ultraístas.
Por los años cincuenta, visitaron Madrid un poeta y una poetisa de la República Oriental del Uruguay: Juvenil Ortiz Saralegui y Arsinoe Moratorio, ambos editores, en Montevideo, de unos cuadernos poéticos bajo el nombre de su gran poeta. Ellos me dieron a conocer algunos poemas de Herrera y Reissig, como el delicioso soneto "La novicia" que la fina escritora María Luz Morales llevó a su "Libro de Oro de la poesía en lengua castellana" en edición de 1970. También la "Antología de poesía modernista", ordenada por Antonio Fernández Molina en 1982, recogió unos fragmentos de Las Pascuas del Tiempo. Ya en 1998, Ángeles Estévez preparó para el "Círculo de lectores" la obra completa.
Poesía como de ricos cortinajes y telas recamadas. Poesía de salones lujosos y adornos sensuales y tapices que evocan paisajes exóticos. Fuentes con ninfas, arquitectura de alhambras y mekas.
Espectros de rastros seculares. Borgia o Cleopatra; la Reina de Saba o Voltaire; la Pompadour o Santa Teresa; Atila o Byron.
Triunfo deslumbrante del movimiento que abre la poesía moderna en lengua española con el siglo que recién acaba. Por esas rutas transitó una pléyade renovadora e innovadora que merece recuerdo y gratitud. AJenaro Talens -poeta renovador él mismo- y a Luis Íñigo Madrigal les debemos este regalo, en manos de Biblioteca Nueva.
LEOPOLDO DE LUIS
Gracias por hacernos conocer los trabajadores de la poesía que nos precedieron y nos abren caminos. Un abrazo.
ResponderEliminar