jueves, 15 de octubre de 2009

"Conversación con el inspector fiscal sobre poesía" de Vladimir Maiacovski. Las 2001 Noches nº 26


Ciudadano inspector,

perdone la molestia.

Gracias,

no se preocupe,

me quedaré de pie.

Quiero tratar

un asunto bastante delicado:

qué sitio ha de ocupar

el poeta

en las filas obreras.

Igual que los que tienen

tiendas y terrenos

también yo debo pagar

impuestos.

Usted me pide

quinientos al semestre

más veinticinco

por no declarar a tiempo.

Mi trabajo

es igual

a cualquier otro.

Mire

cuántas pérdidas,

cuántos gastos

invierto en materiales.

Usted sabe

naturalmente

eso que llaman rima.

Si la primera línea

termina en "ajo"

entonces, la tercera,

repitiendo las sílabas

debe poner

algo así

como "cascajo".

Si utilizo su lenguaje

la rima es un cheque,

hay que cobrarlo alternando los versos

y buscas

con detalle sufijos y prefijos

en el cofre vacío

de las declinaciones,

de las conjugaciones.

Coges una palabra

y quieres meterla en la estrofa

pero si no entra

y aprietas,

se rompe.

Ciudadano inspector:

le juro

que el poeta paga caras

las palabras.

Hablando mi lenguaje

la rima es un barril

de dinamita,

y la estrofa es la mecha.

La estrofa se consume,

y estalla la rima,

y por el aire y la ciudad

la estrofa

vuela.

¿Dónde hallar,

y a qué precio,

rimas que estallen

y de golpe maten?

Quizá sólo sean

cinco las rimas

increíbles

y sin estrenar, perdidas

más allá

de Venezuela.

Me voy a buscarlas,

haga frío, haga calor,

atado por anticipos, préstamos y deudas.

Ciudadano,

tenga en cuenta

el pago de los viajes.

La poesía

toda

es un viaje a lo desconocido.

La poesía

es como la extracción del radio

-Un año de trabajo

para sacar un gramo.

Sacar una sola palabra

entre miles de toneladas

de materia prima verbal.

Pero ¡qué ardiente

el calor de estas palabras

comparado

con la humeante

palabra bruta!

Esas palabras

mueven

millares de años,

millares de corazones.

Claro

que hay poetas

de distinta calidad.

Muchos

de hábil mano,

como prestidigitador,

sueltan estrofas de la boca,

suyas y de otros.

Y para qué hablar

de los castrados líricos.

Meten un verso ajeno

y están felices.

Eso es

robo y despilfarro

uno más entre los que azotan el país.

Esos

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versos y odas

aplaudidos

hasta la saciedad

entrarán en la historia

como gastos accesorios

de lo hecho

por dos o tres buenos versos

de nosotros.

Muchos kilos de sal

habrás de comer

como suele decirse,

y fumar cien cigarrillos

hasta

sacar

la palabra preciosa

de las honduras artesianas

de la humanidad.

Rebaje por eso

los impuestos,

quítele

una rueda

a los ceros.

Uno noventa

cuestan cien cigarrillos.

Uno sesenta

la arroba de sal.

Demasiadas preguntas

su formulario tiene:

Ha viajado

o no ha viajado?

Y si le respondo

que en estos quince años

he reventado

decenas de Pegasos,

¿qué?

Póngase usted

en mi sitio,

piense en el servicio

y propiedades.

¿Qué ha de contestarme

si le digo que soy

caudillo popular

y al mismo tiempo

trabajo a su servicio?

La clase obrera

vibra en nuestras palabras,

somos proletarios

motores de la pluma.

La máquina

del alma

se gasta con los años.

Dicen entonces:

estás gastado,

fuera.

Cada vez amas menos,

te arriesgas menos

y mi frente

desgastada

por el tiempo no arremete.

Entonces llega

el desgaste mayor,

el desgaste

del alma, del corazón.

Y cuando

este sol,

grande y redondo

se alce

en el futuro

sin lisiados ni tullidos,

ya me habré

podrido,

muerto en una cuneta

junto

a decenas

de mis colegas.

Hago

mi balance final.Afirmo,

y no miento:

entre los vividores

y actuales fulleros

seré

el único

con deudas impagables.

Nuestra deuda

es aullar

como sirenas de bronce,

entre la niebla filistea

y el fragor de la tormenta.

El poeta

siempre adeuda al universo,

paga con su dolor

las multas,

los impuestos.

Adeudo

las calles de Broadway,

los cielos de Bagdad,

el ejército rojo,

los jardines de cerezos del Japón,

todo aquello

sobre lo que aún

no pude cantar.

Al fin y al cabo

¿para qué

tanto jaleo?

¿Para disparar rimas

y atronar con el ritmo?

La palabra del poeta

es su resurrección,

su inmortalidad,

ciudadano inspector.

Dentro de cien años,

en un pliego de papel

cogerán una estrofa

y resucitarán este tiempo

Y ese día

surgirá

con fulgor de asombros,

y olor a tinta

le envolverá en su vaho,

señor inspector.

Usted, habitante convencido

del día de hoy

saque en el Comisariado de Caminos

un pasaje para la eternidad,

calcule

el efecto de mis versos,

divida

mi salario

en trescientos años.

Mas la fuerza del poeta

no estriba

en que le recuerden a usted en el futuro

y se asusten.

No.

Hoy

la rima del poeta

es caricia también,

consigna,

látigo,

bayoneta.

Ciudadano inspector,

pagaré cinco

quitando los ceros que van detrás.

Por derecho

yo

reclamo un hueco

entre las filas

de los obreros

y campesinos más pobres.

Y si usted piensa

que todo consiste

en saber utilizar

palabras ajenas,

entonces, camaradas,

aquí tienen mi pluma,

y escriban

ustedes

cuanto quieran.


VLADIMIR MAIACOVSKI

Rusia, 1893

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