(Personaje de un cuadro de
J. BAITLE PLANAS)
Nunca oísteis su nombre.
Sin embargo, cuando un sueño cualquiera entretejió
fosforescentes redes sobre el rostro del tiempo,
Noica estuvo.
Tal vez su cabellera fuera para vosotros la marea letárgica
por donde sube al cielo la primer Navidad
—esa novia que flota con su ramo de cristal escarchado y
una cinta plateada en la garganta—.
Acaso sus ropajes fueran para vosotros un ámbito en que
caen lentamente las hojas,
cuando el amor golpea con sus manos el follaje encantado.
Lo cierto es que fue Noica,
la diosa de los seres subterráneos que disponen callando
el esplendor del mundo.
Reconocedla ahora.
Antes que se haya ido para ser melodía de polvo contra el
vidrio, sombra musgosa de los muros.
Guardadla para siempre en esta misma puerta abierta en el
celaje de los siglos,
donde se balancea, despidiéndose,
como la luminaria en el claro final de la arboleda.
Del otro lado yace su reino alucinado.
Nunca entraréis en él.
Juntos se abismarán debajo del recuerdo y del olvido.
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