lunes, 26 de noviembre de 2012

MISTERIOS de EVGUENI EVTUCHENKO. las 2001 Noches nº 126



Todos los misterios de la infancia
se van como la niebla del río.
Misterios eran Tonias y Tanias
aún con los pies rojos por el frío.
Misterios las estrellas y animales,
y las setas bajo los temblores.
Y las puertas chirriaban misteriosamente,
como sólo chirrían las puertas en la infancia.
Los enigmas del mundo iban surgiendo
como las bolitas de la boca
de un faquir encantador
que sabe su secreto.
Copos de nieve encantados
sobre campos y bosques caían.
Sonrisas encantadas
danzaban en los ojos de las niñas.
Susurrábamos algo misteriosamente
en la misteriosa pista de hielo.
Y una mano tocaba a otra mano,
temerosa, como el misterio toca al misterio.
Y, de repente, fuimos mayores.
Con su frac desgastado, el faquir
se marchó de tournée a otra infancia,
a un lejano país.
Se olvidó de nosotros, ya adultos.
Faquir: ¡qué mala persona eres!
Tan sin misterio es, que hoy nos molesta
al caernos encima la nieve.
¿Dónde estáis, encantadas bolitas?
Nuestra tristeza no tiene misterio.
Ya no son un misterio los otros,
ni nosotros lo somos para ellos.
Cuando una mano, a veces,
a otra mano toca acariciando,
sólo toca una mano, no un misterio.
¿Comprendéis? Solamente una mano.
Dadnos un misterio muy sencillo,
ese misterio que es timidez y silencio,
un misterio delgado y descalzo.
Aunque sólo sea uno, ¡dadnos un misterio!
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SIEMPRE SE ENCONTRARÁ
Siempre se encontrará una mano de mujer
que, fresca y leve,
compadeciéndote, con un poco de amor,
como a un hermano te consuele.
Siempre se encontrará un hombro de mujer
para tu respirar acalorado,
donde, apoyando tu cabeza loca,
confiar puedas tu rebelde sueño.
Siempre se encontrarán unos ojos de mujer
que al ver tu sufrimiento,
te calmen el dolor
o un poco del dolor al menos.
Pero hay una mano de mujer
dulce como ninguna
cuando la frente atormentada toca
como la eternidad, como el destino.
Pero hay un hombro de mujer
que, sin saber por qué, se ha dado a ti,
y no por una noche, sino para siempre,
y hace ya mucho tiempo que lo comprendiste.
Pero hay unos ojos de mujer
que siempre miran con tristeza:
los ojos que serán, mientras tú vivas,
los ojos de tu amor y tu conciencia.
Y tú vives, a pesar de todo,
pero esa mano sólo no es bastante
para ti, ni ese hombro, ni esos ojos sagrados,
a los que tantas veces traicionaste.
Y al fin llega el castigo para ti.
“¡Traidor!”, te abofetea la lluvia.
“¡Traidor!”, las ramas te fustigan en la cara.
“¡Traidor!”, resuena por el bosque el eco.
Te agitas, te atormentas, te entristeces.
Ni siquiera tú mismo puedes perdonarte.
Sólo esa mano transparente te perdonará
aunque la ofensa es grave.
Sólo ese hombro cansado
te ha de perdonar, ahora y siempre.
Sólo esos ojos tristes
perdonarán lo que perdón no tiene.

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