sábado, 20 de febrero de 2016

La divina comedia. De Dante Alighieri. Las 2001 Noches Nº 86

PARTE TERCERA
- PARAÍSO CANTO
XXVI (Fragmento)

Aquella misma voz que la pavura
en mí quitó del súbito cegado,
ahora de razonar me puso en cura;
y habló: “En verdad que en más sutil cedazo
te conviene aclarar: bueno es que digas
quién tu ballesta la apuntó a tal blanco”.
Y yo: “Por filosófica doctrina
y autoridad que desde aquí desciende,
conviene que este amor en mí se imprima;
que el bien, en cuanto es bien, como se entiende,
así enciende el amor, y mayor tanto
cuanta mayor bondad en sí comprende.
Así a la esencia, en que hay tal adelanto
que todo bien que fuera de ella encuentra
no es otro que un destello de su rayo,
más que en otra conviene que se mueva
la mente, amando, de uno que discierna
la verdad, en que fúndase esta prueba.
Tal vero al intelecto mío expresa
aquel que me demuestra el primo Amor,
de todas las sustancias sempiternas.
La voz lo externa de veraz autor
que dijera a Moisés, de sí parlando:
“yo a ti te mostraré todo valor”.
Extérnaslo tú ahora, comenzando
el alto anuncio, en grito del arcano
de aquí a la tierra sobre cualquier bando”.
Y esto yo oí: “por intelecto humano
y por autoridad que en él se acuerda,
a Dios guarda tu amor más soberano.
Mas di aún, si tú sientes otras cuerdas
hacia El tirarte, tanto que razones
con cuántos dientes este amor te muerda”.
No me huyeron las santas intenciones
del águila de Cristo, y fui advertido
dónde quiso llevar mis confesiones.
Y así empezara: “Todos los mordiscos
que el corazón a Dios volverlo puedan,
en la mi caridad son contenidos,
puesto que el ser del mundo y mi existencia,
la muerte que El sufrió porque yo viva,
y lo que todo fiel conmigo espera,
con la predicha conoscencia viva,
sacado me han del mar del amor tuerto
y del recto pusiéronme en la riba.
Las frondas, que enfrondecen todo el huerto
del hortelano eterno, yo amo tanto
cuanto a ellas por él de bien es puesto”.
Apenas me callé, muy dulce canto
resonó por los cielos, y mi dueña
dijo con todos: “¡Santo, santo, santo!”.
Y como a luz aguda se despierta
por el visivo espíritu que afluye
al resplandor que va de tela en tela,
y el desvelado lo que mira rehuye,
que es tan necia la súbita vigilia,
mientras la estimativa no le ayude;
de mis ojos así toda quisquilla
quitó Beatriz con rayos de los de ella,
que a mucho más brillaban de mil millas:
por lo que, mejor que antes, luego viera,
y preguntaba casi estupefacto
por una cuarta luz que antes no era.

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