miércoles, 6 de mayo de 2009

"Amor perdido. Los indios" de Miguel Oscar Menassa. Las 2001 Noches nº 39

AMOR PERDIDO
LOS INDIOS


I

Escribir un soneto para un indio es cosa fácil.
Pongo aquí una injusticia, aquí pongo una burla.
Pongo las tumbas violadas de mis antepasados
y para terminar esta cuarteta, una niña vejada.

Un soneto no es cosa complicada para un indio,
puntuando, tengo la humillación de cinco siglos,
en la mitad, precisa, del quehacer estos versos.
Y ahora para hacer el espacio dejo caer el oro.

Y así empieza el final de estos comienzos,
por eso pongo aquí el peso duro de la carne,
nuestros muertos al defender tierra arrebatada.

El cuerpo de la fertilidad de nuestra tierra.
El humus encantado que hace vivir al indio,
esa flor siempre-viva, clavada en las Américas.

II

Esta vez soy el indio que no hará la guerra.
Esta vez soy el indio que no someterán.
Esta vez soy el indio que habla las palabras.
Esta vez soy el indio que se libera en versos.

No véis que ya no quedan puñales en mis ojos,
ni lanzas a caballo corriendo hacia la muerte.
No véis que Cristo ha caído en los Andes,
que ya no quedan, en mis ojos, plegarias.

Esta vez soy el indio que viene del futuro.
No tengo tesoros que guardar, ni templos,
ni mujeres enamoradas, ni tierras fértiles.

No haré la guerra ni el amor, ni escaparé, cobarde.
Provengo de sumergidas Atlántidas del verbo.
Soy el indio poeta, esa civilización imposible.

III

Y soy americano y soy de América.
Mi voz es una voz americana.
Mis lujurias mis locas ambiciones de volar,
son americanas y Madrid, mi querida,
mis pequeños huérfanos parisinos,
no es Europa ni lo será en mil años.
Madrid es trozo central,
del gran diamante americano.
La lengua que genera un don que la supera.
La increíble madre que se quedó sin dueño
y se deja llevar tranquilamente por sus hijos.
El tiempo no es el ser,
pero el ser no puede ser fuera del tiempo

y tiempo es una lengua, una escritura.

Yo soy, de piedra, el indio americano,
que no mató España en la conquista.
Vengo de un cielo, cálido, sin dioses.
De una llanura fértil, casi sin límites.

Soy el sangrante y hablador guaraní,
la pura lágrima, límpida del maya,
el surco abierto, con firmeza, por el inca,
la tristeza, infinita, de lo que no muere.

Soy el árbol, la fruta, el oro, la pérfida esmeralda.
Plata descuartizada, sangriento cobre ametrallado.
Montañas y mujeres saqueadas en nombre de Dios.
Soy de América el verbo, la pluma diferente,
indígena y galáctico, histórico y superfluo,
granítica presencia, hiel de los tiempos.

IV

Aplastado por el hambre crecí profundo,
llegué a tocar, en el centro de la tierra,
en el borde, exacto, de la vida plena,
el fuego máximo, los calores extremos.

Fui expulsado del centro mismo de la tierra,
por ambiciones de mineros y comerciantes.
Las aguas me llevaron hasta donde el océano,
se repliega, sobre sí mismo, para ser el amor.

En esa negra profundidad turbulenta,
donde no había, una cúspide posible,
de la perfecta roca surgió mi cuerpo.

Pescadores y gobernantes me expulsaron del mar.
Y, aún, fuego volcánico, tierra, agua desesperada,
vuelo, ahora, perfilándome viento, letra futura.

V

Hoy quiero hablar de la soberbia del indio americano.
Lágrima que para pedir piedad no ha sido derramada.
Hoy quisiera ser yo que, al escribir, llore ese pedido,
cuando los salvajes recuerdos de mi vida me detienen.

Cualquiera de los jefes diría, sabiamente,
que si hay una lágrima todavía escondida,
una lágrima guardada durante cinco siglos,
pequeña lágrima que, todavía, es nuestra.

Si esa lágrima existe, debe quedarse donde está,
allí, guardada, escondida, esperando el momento,
esperando los truenos, la expansión de la selva.

Esa perla del alma, esa lágrima nuestra,
debe esperar del alba, antes de derramarse,
los gritos enloquecidos de Dios arrepentido.

VI

Este verso es la mano derecha de Tupacamarú.
Este verso es la mano izquierda de Tupacamarú.
Este verso es la pierna derecha de Tupacamarú
Este verso es la pierna izquierda de Tupacamarú.

Este verso es el caballo atado a la mano derecha de
Tupacamarú.
Este verso es el caballo atado a la mano izquierda de
Tupacamarú.
Este verso es el caballo atado a la pierna derecha de
Tupacamarú.
Este verso es el caballo atado a la pierna izquierda de
Tupacamarú.

Este verso es el látigo que espantó los caballos de la derecha.
Este verso es el látigo que espantó los caballos de la izquierda.
Este verso es nada de nada, es el grito que desgarró la tierra.

Este verso es el tiempo de los cuatro caballos reventados.
Este verso es el cuerpo despedazado de Tupacamarú.
Este verso es, por fin, el último verso y está muerto..

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